Los hermanos Karamázov. Федор Достоевский. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Федор Достоевский
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Языкознание
Год издания: 0
isbn: 9782377937080
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pedagogo, muy conocido por entonces, amigo de la infancia de Yefim Petróvich. El propio Iván explicaría más tarde que eso había sido posible, por así decir, gracias al «fervor por las buenas obras» de Yefim Petróvich, a quien entusiasmaba la idea de que un niño con esas capacidades geniales se educara con un pedagogo igualmente genial. Por lo demás, ni Yefim Petróvich ni el genial pedagogo se contaban ya entre los vivos cuando el joven, tras acabar el gimnasio, ingresó en la universidad. Como Yefim Petróvich no había dispuesto bien las cosas y el cobro del dinero legado por la despótica generala —que había aumentado, merced a los intereses, desde los mil hasta los dos mil rublos— se retrasaba a causa de toda clase de formalidades y aplazamientos, inevitables en nuestro país, durante sus primeros dos años en la universidad el joven las pasó negras, pues se vio obligado a ganarse la vida al tiempo que estudiaba. Hay que señalar que en esa época no quiso intentar siquiera escribirse con el padre; tal vez lo hiciera por orgullo, tal vez por desprecio, o tal vez porque el frío y sano juicio le hiciera ver que de su padre no iba a recibir ningún apoyo mínimamente decente. En cualquier caso, el joven no se desanimó en ningún momento y encontró trabajo, primero dando clases a dos grivny[14] la hora, y después recorriendo las redacciones de los periódicos y suministrando articulillos de diez líneas sobre sucesos callejeros, firmados por «Un testigo». Según dicen, esos artículos estaban siempre redactados de un modo tan curioso, eran tan llamativos, que no tardaron en abrirse paso, y ya solo con eso el joven mostró su superioridad práctica e intelectual sobre ese nutrido sector de nuestra juventud estudiantil de ambos sexos, permanentemente necesitada y desdichada, que acostumbra en nuestras capitales a asediar los periódicos y las revistas de la mañana a la noche, sin ocurrírsele nada mejor que insistir una y otra vez en sus cansinas peticiones de hacer traducciones del francés o copiar escritos. Tras darse a conocer en las redacciones, Iván Fiódorovich ya nunca rompió sus lazos con ellas y en sus últimos años de universidad comenzó a publicar reseñas de libros especializados en diversas materias, escritas con tanto talento que incluso llegó a ser conocido en los círculos literarios. No obstante, solo a última hora consiguió, casualmente, atraer la atención de un círculo más amplio de lectores, de modo que fueron muchos los que se fijaron de pronto en él y ya no lo olvidaron. Se trató de un caso bastante curioso. Recién salido de la universidad, y mientras se preparaba para viajar al extranjero con sus dos mil rublos, Iván Fiódorovich publicó en uno de los principales diarios un extraño artículo que despertó el interés hasta de quienes eran legos en la materia; lo más llamativo es que se trataba de una temática que, al parecer, le resultaba ajena, pues él acababa de terminar los estudios de naturalista. El artículo versaba sobre una cuestión, la de los tribunales eclesiásticos, que entonces estaba en boca de todo el mundo. Además de examinar algunas opiniones ya vertidas al respecto, Iván Fiódorovich dejó también constancia de su propio punto de vista. Lo más importante era el tono del artículo y lo notablemente inesperado de su conclusión. Lo cierto es que muchos eclesiásticos consideraron sin reservas al autor como uno de los suyos. Pero de pronto también empezaron a aplaudirle no ya los laicos, sino hasta los mismísimos ateos. Finalmente, algunos individuos perspicaces llegaron a la conclusión de que el artículo no era otra cosa que una farsa descarada y una burla. Si traigo a colación este caso es, sobre todo, porque dicho artículo, en su momento, fue conocido incluso en ese célebre monasterio que se encuentra en las afueras de nuestra ciudad, donde ya estaban muy interesados en el polémico asunto de los tribunales eclesiásticos. No solo fue conocido, sino que causó allí un gran desconcierto. Al conocer el nombre del autor, también despertó su interés el hecho de que fuera natural de nuestra ciudad e hijo, nada menos, que «del mismísimo Fiódor Pávlovich». Y justo en aquellos días el propio autor hizo su aparición en nuestra ciudad.

      ¿A qué había venido Iván Fiódorovich? Recuerdo que ya por entonces me hice yo esta pregunta casi con cierta inquietud. Aquella aparición tan fatídica, que tantísimas consecuencias tendría, fue luego para mí durante mucho tiempo, casi para siempre, un asunto poco claro. Juzgándolo a grandes rasgos, resultaba extraño que un joven tan instruido, tan orgulloso y precavido en apariencia, se presentara de pronto en aquella casa tan indecente, ante un padre que no había querido saber nada de él en toda su vida, que no lo conocía ni se acordaba de él, un padre que, aunque no habría dado dinero por nada del mundo si un hijo suyo se lo hubiera pedido, había vivido siempre con el temor de que también sus hijos Iván y Alekséi se presentaran en alguna ocasión con esa intención. Y resulta que ese joven se instala en casa de su padre, pasa con él un mes y otro mes, y los dos acaban entendiéndose a la perfección. Esto sorprendió a mucha gente, no solo a mí. Piotr Aleksándrovich Miúsov, de quien ya he hablado antes, pariente lejano de Fiódor Pávlovich por parte de su primera mujer, estaba por entonces de visita en nuestra ciudad, en su finca de las afueras, llegado de París, donde se había establecido definitivamente. Recuerdo que él, precisamente, se sorprendió como el que más al conocer a aquel joven, que había despertado en él un enorme interés y con quien rivalizaba a veces en conocimientos, no sin cierto resquemor. «Es orgulloso —nos decía de él entonces—, siempre sabrá ganarse la vida, ahora dispone de dinero para salir al extranjero… ¿Qué se le ha perdido aquí? Todo el mundo tiene claro que no se ha presentado en casa de su padre para pedirle dinero, porque en ningún caso se lo iba a dar. No es aficionado al alcohol ni a las juergas, pero resulta que el anciano no puede pasarse sin su hijo, ¡hasta tal punto se han hecho el uno al otro!» Era verdad; el joven ejercía incluso una influencia apreciable en el viejo; éste, aunque era extraordinariamente caprichoso, cuando no maligno, empezó casi a obedecerlo, y hasta a comportarse a veces con más decencia…

      Solo más tarde llegó a aclararse que Iván Fiódorovich había venido a la ciudad, en parte, a petición de su hermano mayor, Dmitri Fiódorovich, a quien prácticamente vio por primera vez en su vida en aquellos momentos, con ocasión de aquel viaje, pero con quien ya había establecido correspondencia antes de venir de Moscú, con motivo de un asunto importante que afectaba sobre todo a Dmitri Fiódorovich. Qué asunto era aquél ya lo sabrá el lector con todo detalle llegado el momento. De todos modos, incluso cuando yo ya me había enterado de esa especial circunstancia, Iván Fiódorovich siguió pareciéndome enigmático y su llegada a nuestra ciudad, a pesar de todo, inexplicable.

      Añadiré además que Iván Fiódorich daba entonces la impresión de actuar como mediador y conciliador entre el padre y el hermano mayor, Dmitri Fiódorovich, el cual estaba tramando un grave conflicto e incluso una demanda judicial contra el padre.

      La familia, insisto, se reunió por primera vez al completo en aquella ocasión, y algunos de sus miembros ni siquiera se habían visto nunca. Tan solo el hermano menor, Alekséi Fiódorovich, hacía ya cosa de un año que vivía entre nosotros, de modo que había venido a parar a nuestra ciudad antes que sus hermanos. Es de Alekséi de quien me resulta más difícil hablar en este relato introductorio, antes de hacerlo salir a escena en la novela. Pero es imprescindible escribir también acerca de él unas palabras preliminares, al menos para aclarar de entrada una circunstancia muy extraña: me refiero, concretamente, al hecho de que me veo obligado a presentar a los lectores, desde la primera escena de la novela, a mi futuro protagonista vestido con hábito de novicio. Sí, hacía ya cosa de un año que vivía en nuestro monasterio y, aparentemente, se estaba preparando para encerrarse en él de por vida.

      IV. Aliosha

      [15]

      , el tercer hijo

      Solo tenía entonces veinte años (su hermano Iván pasaba de los veintitrés, y el mayor, Dmitri, se acercaba a los veintiocho). Diré en primer lugar que este joven, Aliosha, no era de ningún modo un fanático ni, en mi opinión al menos, un místico. Expresaré desde el principio mi parecer sin reservas: era sencillamente un filántropo precoz y, si se había adentrado en la senda de la vida monástica, eso se debía tan solo a que era en aquel tiempo la única que le había impresionado, la única en la que veía, por así decir, un ideal, una salida para su alma, ansiosa de abandonar las tinieblas del mal del mundo y ascender hacia la luz del amor. Y esa senda le sedujo por la sencilla razón de que había encontrado en ella a un ser que, en su opinión, resultaba excepcional: el célebre stárets Скачать книгу


<p>14</p>

Una grivna (en plural, grivny) era una moneda de diez kopeks; también aparece en el libro la variante grívennik (en plural, grívenniki).

<p>15</p>

Forma hipocorística del nombre Alekséi; también aparecen en la obra otras variantes y diminutivos, como Alióshenka, Alioshka, Alekséichik, Liosha o Lióshechka.