La formulación más articulada y seductora del utilitarismo se encuentra contenida en las obras de Jeremy Bentham y de John Stuart Mill56. En términos generales, la teoría defendida por estos filósofos morales aboga por la obtención de “la mayor felicidad posible para la sociedad” (Murphy y Coleman, 1990, p. 72; Letwin, 1998, p. 146).
La tesis utilitarista supone que la moralidad de las acciones ha de ser evaluada en función de las consecuencias que generan: felicidad, placer; infelicidad, dolor. Dichas consecuencias, sin embargo, no han de ser consideradas de acuerdo con la perspectiva individual sino más bien de acuerdo con la perspectiva social.
El utilitarismo reconoce que cada acción puede generar beneficios (felicidad, placer) a unas personas e imponer costos (infelicidad, dolor) a otras. Por tanto, la moralidad de cada acción dependerá de si los beneficios que genera superan a los costos que impone. Obviamente, a la luz del discurso de igualdad que propugna la Ilustración, el utilitarismo considera que el bienestar de una persona es tan importante como el bienestar de las demás57. Por consiguiente, la moral ha de velar por la creación del mayor bienestar posible, al margen de cualquier tipo de consideración distributiva (Schofield, 2009, p. 64; Schultz, 2017, p. 67).
El principio rector del utilitarismo puede ser resumido de la siguiente manera: “De todas las acciones que puedes realizar, elige la que tenga la tendencia de generar el mayor beneficio al menor costo”58. Es irrelevante, para estos efectos, la forma en la que se distribuye el beneficio. En consecuencia, si la opción A genera una ganancia de $200 a ser distribuida entre 2 personas y la opción B genera una ganancia de $180 a ser distribuida entre 18 personas, el utilitarismo exige elegir la opción A, a pesar de que la opción B beneficia a un mayor número de personas (Harris, 2007, p. 124; Schofield, 2009, p. 63).
Examinemos, en primer lugar, el pensamiento de Bentham expuesto en una de sus obras más influyentes: “An Introduction to the Principals of Morals and Legislation” (1780).
Bentham59 parte de una premisa simple: las personas, por designio de la naturaleza, están sometidas a dos sensaciones que gobiernan tanto sus pensamientos como sus acciones, a saber: el placer y el dolor. En base a la constatación de que las personas se encuentran “sometidas” a tales sensaciones, Bentham postula que el juicio moral ha de estar guiado por un único principio: el “principio de la utilidad” (Bentham, 1780, p. 1)60.
Según Bentham, “utilidad” es la propiedad que tiene un objeto cualquiera (i) para generar placer, bienestar o felicidad; o, (ii) para suprimir dolor, infortunio o infelicidad (Bentham, 1780, p. 2). En la medida que cada persona determina en qué consiste el placer y en qué consiste el dolor, la “utilidad” es una función de las preferencias individuales61.
De conformidad con el principio de la utilidad, toda acción humana ha de ser aprobada o desaprobada, en términos morales, en función de los efectos que genere. Si, de acuerdo con la tendencia general62, la acción X incrementa la felicidad, entonces esa acción tiene valor moral. En cambio, si, de acuerdo con la tendencia general, la acción Y reduce la felicidad, entonces esa acción no tiene valor moral (Bentham, 1780, p. 3).
Bentham sostiene que el principio de utilidad puede ser aplicado con el fin de determinar la moralidad (i) de las acciones que afectan a una persona y (ii) de las acciones que afectan a la comunidad. Bentham aclara que la comunidad no es más que un “cuerpo ficticio”, pues se reduce a los integrantes que la conforman. Por tal razón, cuando se analiza el bienestar de la comunidad X, ha de tomarse en consideración únicamente los intereses de las personas que conforman tal comunidad (Bentham, 1780, p. 3).
Bentham reconoce que, en el plano de la comunidad, una acción puede tener tantos efectos positivos (beneficios) como efectos negativos (costos). En otras palabras, en el plano en cuestión, una acción puede incrementar el bienestar de algunas personas, pero reducir el bienestar de otras personas. En tal escenario, ¿cómo ha de juzgarse el valor moral de la acción? Según Bentham:
“An action then may be said to be conformable to the principle of utility, or, for shortness sake, to utility (meaning with respect to the community at large) when the tendency it has to augment the happiness of the community is greater than any it has to diminish it”
(Bentham, 1780, p. 3).
En consecuencia, una acción será moralmente valiosa, en términos sociales, solo si los beneficios que ha de generar, de acuerdo con su tendencia general, son mayores a los costos que ha de imponer, de acuerdo con tal tendencia.
Bentham señala que los efectos positivos y negativos de las acciones no solamente están compuestos por ganancias y pérdidas de orden monetario; tales efectos también están compuestos por ganancias y pérdidas de orden emocional. Así, Bentham considera que son fuente de placer, por ejemplo, tanto la acción de goce corporal como la acción de piedad o benevolencia; y que son fuente de dolor, por ejemplo, tanto la sensación de privación material como la percepción de tener mala reputación (Bentham, 1780, pp. 33 y 34)63.
Bentham también señala que para analizar el valor moral de una acción solamente han de considerarse factores cuantitativos. Estos factores son: (i) la “intensidad”; (ii) la “duración”; (iii) la “certeza”; (iv) la “proximidad”; (v) la “fecundidad”; (vi) la “puridad”; y, (vii) la “extensión”64 (Bentham, 1780, p. 29). Todo factor cualitativo ha de ser excluido, pues el placer y el dolor de B tiene exactamente la misma relevancia que el placer y el dolor de C, D, E, etc. Por tanto, lo único que resulta relevante es la cantidad de placer que se genera y la cantidad de dolor que se elimina, al margen de su distribución65.
La teoría de Bentham es objeto de diversas críticas. Tres son especialmente relevantes. ¿Es posible sacrificar la libertad de las personas bajo la condición de que los beneficios excedan a los costos? Si la obtención del placer es el “fin moral supremo”, ¿qué diferencia a las personas de los animales? ¿Es razonable considerar que, en los hechos, las personas realizan un análisis ex ante de los costos y beneficios de sus acciones? (Sandel, 2009, pp. 37 y 41).
John Stuart Mill66 intenta superar todas esas críticas en las páginas de dos obras que serán fundamentales para el pensamiento libertario: “On Liberty” (1859) y “Utilitarianism” (1863).
En “On Liberty”, Mill formula y defiende el principio esencial de la filosofía libertaria: la necesidad de que el Estado y la organización social respeten la libertad de las personas, de forma que estas tengan la posibilidad de realizar todas las acciones que consideren apropiadas, siempre que no ocasionen daños injustos. En base a este principio, el Estado y la organización social solo pueden interferir y afectar la libertad de las personas para evitar que se produzca un daño injusto:
“The sole end for which mankind are warranted, individually or collectively, in interfering with the liberty of action of any of their number, is self-protection. That the only purpose for which power can be rightfully exercised over any member of a civilized community, against his will, is to prevent harm to others. His own good, either physical or moral, is not a sufficient warrant. He cannot rightfully be compelled to do of forbear because it will be better for him to do so, because it will make him happier, because, in the opinion of others, to do so would be wise, or even right. These are good reason for remonstrating with him, or reasoning with him, or persuading him, or entreating him, but nor for compelling him, or visiting him with any evil in case he do otherwise”
(Mill, 1859, 2001, p. 13)
Establecido el principio fundamental que reconoce la necesidad de respetar la libertad de las personas (en ausencia de daño injusto), Mill reconcilia ese principio con la filosofía utilitarista de Bentham. Así, sostiene que la necesidad en cuestión descansa en la obtención de un beneficio:
“It is proper to state that