II. DISCURSO POSITIVO
Desde una perspectiva positiva, la moral se proyecta sobre todas aquellas conductas que los integrantes de una organización social realizan (mostrar compasión) o evitan realizar (causar daños) para preservar las condiciones mínimas aceptables de una vida grupal. La moral, por tanto, involucra códigos de conducta esenciales que los integrantes de una organización social observan en un momento determinado para garantizar la estabilidad de la vida grupal.
Así entendida, la moral es una fuente de reglas, que interactúa con otras dos fuentes de reglas creadas por la organización social: la ley y la religión.
La ley y la moral suelen coincidir en ciertos ámbitos. Por ejemplo, las normas legales que imponen sanciones a quienes asesinan encuentran su justificación en la necesidad de reforzar, a través de la actuación del aparato estatal, el cumplimiento de un deber moral esencial: no causar daño. Sin embargo, existen casos en los que la ley ignora toda consideración moral. Por ejemplo, las normas legales que establecen la responsabilidad objetiva de las personas o de las empresas no solo no refuerzan el cumplimiento de deber moral alguno, sino que además soslayan un elemento crítico del juicio moral: el análisis del mérito o demérito de la conducta realizada46.
La religión y la moral también suelen coincidir en ciertos ámbitos. Por ejemplo, las reglas religiosas y morales imponen el deber de no mentir. Sin embargo, la religión y la moral presentan dos diferencias fundamentales. Primera: la religión no se agota, como la moral, en la generación de guías de comportamiento; la religión constituye una “filosofía de vida” animada por entidades supra naturales y por eventos del pasado. Esas entidades y esos eventos justifican la existencia de reglas permanentes, constantes, que han de ser aceptadas y cumplidas al margen de la razón o de la emoción. La religión abarca la esfera social e individual, sus reglas han de ser observadas tanto cuando la persona interactúa con otras, como cuando la persona actúa consigo misma. Segunda: la religión (desafortunadamente en no pocos casos) condena comportamientos moralmente aceptables o admite comportamientos moralmente inaceptables: algunas religiones condenan el intercambio sexual entre personas del mismo sexo, mientras que otras religiones permiten el matrimonio de un adulto con un menor de edad.
A pesar de que los códigos de conducta que impone la moral varían de grupo en grupo, es posible aceptar la idea de que existe cierta estructura común, de carácter universal, al nivel más abstracto posible (el de los “principios”).
En las obras de los pensadores británicos de los siglos XVII y XVIII, es posible descubrir los primeros esfuerzos sistemáticos en describir cómo se forman aquellos códigos de conducta.
Según Francis Hutcheson, Earl of Shaftesbury, John Locke, David Hume y Adam Smith, la moral deriva, no de la razón, sino de la emoción. En otras palabras, los juicios morales, que establecen qué es lo “correcto” y lo “incorrecto”, lo “deseable” y lo “indeseable”, no se basan en el análisis racional de las circunstancias de cada caso, sino más bien en la reacción emocional que tales circunstancias generan. Cuando se produce una situación “injusta”, las personas se indignan, no porque esa situación sea, en términos racionales, nociva para la sociedad, sino porque sienten empatía con la víctima47 (Himmelfarb, 2005, pp. 25-33).
Existen, ciertamente, ciertas diferencias entre las ideas de estos pensadores.
Hutcheson y Shaftesbury, por ejemplo, piensan que los sentimientos morales son innatos; que las personas nacen con la capacidad de sentir compasión por la víctima o de sentir admiración por el virtuoso. Locke, Hume y Smith, por el contrario, piensan que los sentimientos morales no son innatos, sino adquiridos en el tiempo, en función de la experiencia y la cultura (Himmelfarb, 2005, pp. 25-33).
Hume, por ejemplo, piensa que los sentimientos morales son “pasivos”, en la medida que surgen de forma automática ante la ocurrencia de una situación determinada. Si B presencia el dolor de C por el fallecimiento de C1 (su hijo), B sentirá de inmediato empatía por C. Smith, por el contrario, piensa que los sentimientos morales son “activos”, en la medida que surgen, no de forma automática ante la ocurrencia de una situación determinada, sino de la apreciación de las circunstancias que producen tal situación. Si B presencia el dolor de C por el fallecimiento de C1, B no sentirá empatía por C si conoce que C1, criminal confeso, fallece a causa de una acción de legítima defensa de D (su víctima) (Rasmussen, 2017, p. 91).
Quizás la diferencia más relevante entre las ideas de estos pensadores británicos radica en el valor moral que asignan a las consecuencias de las acciones. Hume piensa que las personas aprueban, de manera natural, todas las cualidades que generen utilidad. Por lo tanto, el concepto de utilidad ha de guiar el juicio de valor moral. Esto significa que, en el ámbito moral, la acción X será correcta si produce utilidad e incorrecta si produce de sutilidad. Smith no niega la relevancia de la utilidad; no obstante, piensa que el concepto de utilidad no puede, per se, guiar el juicio de valor moral. En su opinión, es preciso, también, atender a las razones y a las circunstancias. Esto significa que, en el ámbito moral, la acción X será deseable o indeseable en función de (i) las consecuencias que produzca (utilidad / de sutilidad); (ii) las razones que la expliquen; y, (iii) las circunstancias que la rodeen (Rasmussen, 2017,
pp. 96-98).
La idea de que la moral está constituida por “sentimientos” se encuentra revitalizada, aunque con otros alcances, por obra de la biología evolutiva, de la psicología social y de algunas otras disciplinas afines.
Jonathan Haidt y Craig Joseph48 consideran que, así como las personas poseen un sentido del gusto que, de forma innata, les permite distinguir cinco sabores (ácido, amargo, dulce, salado y umami), las personas poseen un sentido moral que, de forma innata, les permite realizar juicios morales. Esto no implica que las personas no recurran a argumentos racionales. Esos argumentos, empero, solo justifican ex post los juicios morales que realizan de forma instintiva (Graham et al., 2011, p. 368).
La moral, desde esta perspectiva, se explica por la existencia de un estado psicológico de naturaleza innata, que activa de manera automática determinadas respuestas ante la presencia de determinados estímulos. Las respuestas en cuestión se basan en el sentido de lo “correcto” y de lo “incorrecto”; y pueden consistir (i) en una acción positiva, como socorrer a una persona vulnerable; o, (ii) en una acción negativa, como inhibirse de dañar a una persona vulnerable.
Existe una discusión entre psicólogos, filósofos y biólogos acerca del alcance del dominio moral. Algunos consideran que el dominio moral está conformado por un solo valor fundamental (“no ocasionar daño”, “actuar con justicia”, “respetar los derechos”). Los juicios morales que las personas realizan se basan en ese valor. Otros, por el contrario, consideran que el dominio moral está conformado por diversos valores fundamentales, construidos a lo largo del proceso evolutivo. Los juicios morales que las personas realizan se basan, cuando menos, en alguno de esos valores (Graham et al., 2011, p. 367).
La evidencia sugiere que el dominio moral se encuentra conformado por diversos valores fundamentales, que responden a los diversos desafíos adaptativos del proceso evolutivo. Estudios antropológicos demuestran de forma consistente que en todas las culturas se encuentran presentes, cuando menos, cinco supra-categorías morales, cinco valores fundamentales, que, como el sentido del gusto o la estructura gramatical, se transmiten genéticamente (Graham et al., 2011, p. 369).
Esas supra-categorías, esos valores fundamentales son: protección, corrección, autoridad, lealtad y puridad.
El origen de los valores indicados puede ser explicado de la siguiente forma. Por razones de orden natural, los desafíos adaptativos del proceso evolutivo premian la adopción de algunos comportamientos y castigan la adopción de otros comportamientos. Así, los grupos que fomentan la protección, la transparencia, el respeto, la lealtad y la higiene tienen más opciones de sobrevivir que los grupos que fomentan (o, en todo caso, que permiten) el abuso, el engaño, la subversión, la traición y la inmundicia (Haidt y Joseph, 2007, pp. 381 y ss.)49.
La idea de que los valores en