Psiquiatría de la elipse. Ivan Darrault-Harris. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Ivan Darrault-Harris
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Документальная литература
Год издания: 0
isbn: 9789972453625
Скачать книгу
presente, dado el caso, bajo la forma de «sorpresa de conciencia» no buscada laboriosamente, sino que se impone con el afinamiento de la producción, cualquiera que sea, incluida la verbal. Mas esta revelación no es ni necesaria ni indispensable.

      Como uno no espera eso, secundariamente el sentido vendrá tal vez a iluminar esos mensajes enigmáticos que los ejercicios [de producción] hacen emitir. Recordemos que sentido es un término polisémico, que no se reduce a la significación.

      El terapeuta, que es ya metacreador (ayuda al otro a ser creador), funge aquí como un catalizador que permite por su presencia abierta que esos mensajes alcancen a su destinatario: la persona del paciente que ha sido puesta en posición de crear.

      En la terapia elíptica, tal como la concebimos, el agente del rebote no es otra persona (percibida a través de las proyecciones transferenciales), sino una cosa: la producción misma, no como soporte de un trabajo interpretativo, sino como emisora de interpretaciones, en el sentido de interpelaciones indiciales, así como podemos recibir obras de arte de las que podemos decir que «nos hablan», sin poder añadir nada más.

      La producción juega principalmente el rol del interlocutor. El terapeuta, por su parte, favorecerá ese ir y venir entre la persona y la producción.

      Aquí también se manifiesta el inconsciente, con la diferencia de que no lo hace claramente, y de que el acompañante no es el intérprete, sino el facilitador del cara-a-cara, o mejor del cuerpo-a-cuerpo particular: el cuerpo de la persona y el cuerpo de la obra salida de la persona y que repercute sobre ella.

      El rebote está ahí, y el terapeuta de la elipse no prevé generalmente nada más, sorprendido él mismo de ese ir y venir que ha favorecido.

      La producción no se ha obtenido secundariamente; se genera de entrada en el encuentro con un «terapeuta de la elipse», denominación que supone otro centro, aunque esto no se diga de manera explícita. En esta terapia, la producción se interpone entre el terapeuta y la persona. Ella está ahí, virtual al comienzo, y se va constituyendo concretamente poco a poco.

      «Amar no consiste en mirarse uno a otro, consiste en mirar conjuntamente en la misma dirección», afirma Saint-Exupéry sobre los ceniceros que los enamorados acostumbran a ofrecerse.

      Podríamos decir que la terapia de la elipse constituye también una suerte de pareja, que no es de persona a persona, sino de los dos orientados hacia un delante que es la producción que uno de ellos va a hacer, acompañado por el otro. (¿Debemos escribir acompañado, que designa al que crea, o acompañada, que designa a la producción?).

      En esta terapia, los fenómenos transferenciales existen como en psicoterapia clásica, pero se localizan en el acto de creación y sus resultados actúan como «trampas de transferencia».

      Ese ir y venir que el rebote caracteriza no queda reducido al movimiento centrífugo que haría de la producción el equivalente de un test proyectivo, y el trabajo terapéutico consistiría, entonces, en comprender lo que la persona ha proyectado en la producción que sería descifrada, con el mismo derecho que los síntomas, los lapsus, los sueños, etc.

      Si la proyección es la condición del trabajo que se hace en y sobre la materia para trabajar sobre sí mismo, gracias a los «desencadenadores de implicación personal», que he desarrollado en una obra reciente (2012), lo importante reside, luego, en el movimiento centrípeto de la producción a la persona, no en términos de revelación cognitiva, sino de impregnación, de impresión que le reenvía su producción, la cual, de golpe, se encuentra en la posición de otorgamiento de un rebote que permanece en el registro que ha presidido su ir: sensible, al límite de lo indecible.

      Se podría pretender, entonces, que la persona se modele con su producción. Así, una creación fragmentada que, a pesar de todo, entraría en coherencia espontáneamente (no la inducimos groseramente), en virtud de necesidades formales, permitiría no hacer el diagnóstico de la fragmentación de la persona autora de la producción (test proyectivo propio de la «psicopatología de la expresión»), sino una propuesta identificatoria a la que se uniría por parecerse a ella.

      La producción se convierte en la metáfora del movimiento de puesta en cohesión de la creación, o mejor, la persona se constituye como metafórica de la producción surgida de ella.

      Enmarañamiento de movimientos complementarios que no pueden ponerse al servicio de la conscientización, sino que más bien instauran una circulación sensorial, sensitiva, sensual, entre el autor y la obra, bajo la mirada y la apertura del terapeuta que focaliza menos la persona en trance de crear (lo que no descuida, por supuesto) que su producción.

      Dicha producción, por lo inefable que comprende, tiene algo de lo íntimo, apenas más acá de la intimidad. Porque la producción, si bien está en algún modo orientada al terapeuta, llevada por los fenómenos transferenciales hacia él, está ante todo dirigida a la persona que es el autor (el coautor con su acompañante terapeuta, que se encuentra al servicio de lo que está en germen en la producción y logra sugerirlo para hacerla avanzar un poco más).

      El terapeuta se pone al servicio de ese diálogo (producción hacia la persona y viceversa) del cual es el servidor.

      Este rebote va por sí mismo, forzosamente, a convertirse a su vez en nuevo rebote dirigido a la persona actualmente en cuidado y que está por venir. Hacia ella, en algún momento, la persona y el terapeuta, los dos con sus presencias complementarias, van a dirigir su atención.

      Entonces la producción revelará su función introductora de la transformación de su autor, y él mismo, finalmente, podrá continuar dirigiendo su progreso sin la ayuda de su acompañante.

      El rebote se ha convertido en un instrumento para ir más lejos en un trayecto no siempre controlado con rigor. El terapeuta, varado en la ribera, observa, a veces, de lejos, ese rastro que se aleja y se escapa de la intencionalidad primera.

      Las ondas provocadas resuenan y vibran en la persona que continúa la acción produciendo movimientos sucesivos de rebotes renovados que le producen algo así como un renacimiento…

      La persona es, en efecto, el autor de su transformación, y nosotros no somos más que sus humildes ayudantes.

      De ese modo, pasa del desconocido de sí que es, al desconocido de sí que se crea.

       Jean-Pierre Klein

      Capítulo I

      El campo estructurante

      EL ENCUENTRO ENTRE CIENCIAS HUMANAS

      «El hombre es una encrucijada», afirmaba Nietzsche, y la historia reciente, la de advenimiento y desarrollo de las ciencias humanas, está, de hecho, jalonada de encuentros interpersonales, interdisciplinarios más o menos fecundos.

      Así, se pone como ejemplo la feliz conjunción de una antropología en busca de sí misma (C. Lévi-Strauss) y de la fonología estructural ya reconocida (R. Jakobson). Sin embargo, el encuentro con la obra de V. Propp1, tan esclarecedor para el fundador de la antropología estructural, no se abrió a un verdadero diálogo, pues el pionero ruso del análisis del relato no concitó, al parecer, todo el interés que merecían sus trabajos, a pesar de haber recibido sinceros elogios de verdaderos críticos.

      En el mismo capítulo de malentendidos y de espléndidos aislamientos, habría que incluir el caso, aún actual, del difícil encuentro entre la lingüística y el psicoanálisis, disciplinas, sin embargo, perfectamente contemporáneas y gemelas en su preocupación por el mismo objeto: el lenguaje2.

      LA ILUSIÓN INTERDISCIPLINARIA

      ¿Qué pensar, qué augurar, en estas condiciones, del encuentro entre psiquiatría y semiótica?

      ¿No