Psiquiatría de la elipse. Ivan Darrault-Harris. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Ivan Darrault-Harris
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Документальная литература
Год издания: 0
isbn: 9789972453625
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en cuanto adaptada a la estructura demográfica de base, es decir, en cuanto adaptada al «sector».

      El sector, en la época, fue formulado como una construcción utópica, en la nostalgia de las solidaridades aldeanas y con la idealización de la ayuda mutua humanista. La visión es la del especialista que llega a la plaza pública y pregunta: «¿Qué necesita?». La cura se completa con la poscura, como complemento, y con la prevención anterior.

      A partir de 1960, después de la publicación del primer decreto que reglamentaba la sectorización, comienza la segunda generación, que será corta.

      Los principios esenciales del sector quedaban establecidos7:

      El hospital no es más que uno de los polos de un conjunto. Ofrece servicio a un área geográfica determinada: el sector. Lo ideal sería que se implantase ante todo en el distrito o en la región («los hombres antes que las piedras») y que se articulara con médicos, pedagogos, representantes de la población, que organizase luego instituciones muy flexibles utilizando los equipos colectivos no especializados existentes, y evitando lo más posible su alejamiento del medio natural; se trata de elaborar proyectos con urbanistas, sociólogos, economistas, de abolir, en fin, toda legislación discriminatoria respecto de los enfermos mentales.

      Tales principios deberían lograr su mejor concretización en el marco de un servicio público, con una programación nacional apoyada por una gestión descentralizada en la que deben participar necesariamente los usuarios y sus representantes. Una reestructuración como la planteada implica y permite una formación de nuevo cuño tanto para los médicos como para sus colaboradores.

      Nosotros afirmábamos, siempre en Elementos de psiquiatría (1972):

      Se trata, pues, de partir del usuario, del enfermo, inserto en el conjunto complejo de su realidad social, en lo que llamamos la comunidad, en «articulación necesaria con los órganos de la sociedad y con la acción psiquiátrica que tiene por objeto la sociedad misma en cuanto tal» (L. Bonnafé, Congreso de Madrid, 1966).

      Esta definición rechaza las actividades segregativas como las consultas para alcohólicos, drogados, etc., los servicios hospitalarios unisexuales, etc., y preconiza el funcionamiento de conjuntos coherentes, de respuestas muy diversificadas, pero armoniosas entre sí y con la expresión proteiforme de las necesidades; de ahí la necesidad absoluta de un mismo equipo de curación para los diferentes polos del proceso (por ejemplo, antes, durante y después de la curación hospitalaria). La práctica de la política de sector permite una disminución y una reducción de las hospitalizaciones y una amplificación del rol del médico generalista. Multiplica las intervenciones fuera del hospital y deja entrever una práctica y, por tanto, una teorización psiquiátrica muy diferentes. Esta noción de sector tiende a transformarse actualmente en noción de psiquiatría de la comunidad, la cual parece todavía más de orden psicosociológico.

      Los problemas del sector actual son la necesidad absoluta de un instrumento reflexivo instaurado desde el comienzo de su puesta en práctica para analizar, a medida que se presenten, los problemas que se planteen, y permitan asimismo obtener un nuevo saber vinculado a una práctica nueva. La dificultad mayor reside en superar el espíritu asilar y alienado dentro de las barreras sutiles del distrito o de la porción de departamento.

      Es grande la tentación de introducir en ellos los imperialismos de antaño, reflejo del psicocratismo, del deseo de poder, siendo así que el sector debería constituirse en el lugar de encuentro y de interlocución de todas las instituciones generalistas, especializadas, privadas, públicas, etc. (p. 85)

      Entre 1960 y 1973, los utopistas forjaron un instrumento raramente utilizado (mientras que algunos precursores comenzaron a ensayar algunas puestas en práctica) y uno de nosotros tuvo la suerte de secundarlos en sus experiencias. Pero, en la institución asilar, la mayoría de los psiquiatras y de los enfermeros se resistían al cambio (proyectos con enfermos mezclados en el hospital desencadenaron, por ejemplo, reacciones sindicales en forma de huelga general del conjunto del personal del Hospital Maison-Blanche).

      La psiquiatría infanto-juvenil, por estar menos ligada a una permanencia hospitalaria de larga duración, fue la que más fácilmente pudo instalar el instrumento sectorial, cuando todo estaba por crear en ese dominio. En efecto, hasta entonces, los niños enfermos eran encomendados a los sistemas institucionales educativos, fuera del campo sanitario.

      Después de toda una serie de textos reglamentarios aparecidos entre 1971 y 1974 (y con el reconocimiento por la Seguridad Social de la enfermedad mental como enfermedad de larga duración exonerada del ticket moderador), comienza la tercera generación (lamentablemente, contemporánea del comienzo de la recesión económica). Algunos psiquiatras se convierten así en actores de lo que los precursores habían pensado, realizando en cierto modo el sueño que otros habían concebido para eso. No faltaba más que un paso para que se sintieran aventureros, tanto más cuando comprometerse a actuar en ese dominio significaba roturar una tierra desconocida, con mayor razón en psiquiatría infanto-juvenil, donde todo estaba por crear. Muchos, por lo demás, no eran los herederos de la tradición asilar y hospitalaria, sino más bien los realizadores de una idea «revolucionaria», de una praxis humanitaria que correspondía a los compromisos de los años setenta. Tuvieron que inventar en situaciones inéditas, mientras que, durante ese tiempo, los psiquiatras adultos tuvieron que bregar para «desalienar» el asilo, el cual resistía con toda su inercia, a veces de manera sutil, refugiándose en nuevos hábitos que por un momento pudieron crear ilusión. Fue el caso de varios hospitales de día convertidos en pocos años en lugares de cronicización.

      Es cierto que bastantes psiquiatras mantienen ese espíritu de renovación, pero se ven obligados a movilizar toda su energía personal contra las fuerzas de inercia que constituyen uno de los componentes estructurales de la institución. Los psiquiatras infanto-juveniles tienen a este respecto menos mérito, porque su práctica sobre el terreno les impide, dada su diversidad poco codificada, encerrarse en esa cronicidad contra la que ha reaccionado esa primera generación de la que ellos han surgido. Esa es la época de la creación de los «intersectores» de psiquiatría infanto-juvenil («intersectores» porque cubren el área de tres sectores de psiquiatría adulta), que definen un área geodemográfica en la que se puede actuar a favor de la salud mental de los menores. Con frecuencia, donde no había nada (o poco) hay que instalar un dispositivo completamente nuevo de cuidados y de prevención de perturbaciones psicoafectivas de los niños y de los adolescentes.

      Los actores de los sectores se han inscrito así en una filiación ideológica en la que han encontrado su propia posición original, lo cual promueve el movimiento mismo de la madurez individual. Y cada cual tiene la oportunidad de seguir su propio camino de experimentación, de acuerdo con el ámbito en el que prefiera ejercer su responsabilidad (urbano, rural, provincial), según sus gustos y sus intereses, centrando su acción en algunos aspectos de la patología de la inadaptación o de la desviación: niños con dificultades escolares, lactantes, adolescentes, toxicómanos, discapacitados sensoriales con perturbaciones asociadas, niños de padres divorciados, de padres con dificultades sexuales…

      El sector se convierte, de este modo, en el lugar de medida de la eficacia de la acción emprendida tanto en relación con los cuidados (y se puede hablar eventualmente de curación) como respecto de la prevención (en un proyecto de reducción del malestar).

      SER SÍ-MISMO «INFANTO-JUVENIL»

      Aunque sería altamente apasionante, no retomaremos aquí el historial de los orígenes de la psiquiatría infanto-juvenil, que recoge los aportes de las corrientes pedagógicas, medicales, psiquiátricas, psicológicas, médico-legales, etc.

      Nos contentaremos con la historia reciente vivida por uno de nosotros, que comenzó, en 1959, a abrir camino con lo que se conocía entonces como «neuropsiquiatría del niño». Era casi una trasposición, rasgo por rasgo, de la psiquiatría clásica de adultos: descripción calcada de las enfermedades, de los síntomas, de sus supuestas causas orgánicas, de su tratamiento educativo-medicamentoso. Luego, en 1968, se promulga la separación de neurología y psiquiatría,