Psiquiatría de la elipse. Ivan Darrault-Harris. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Ivan Darrault-Harris
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Документальная литература
Год издания: 0
isbn: 9789972453625
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propósito de la aparición en los años cincuenta de una psico y de una sociolingüística?

      Este acercamiento de dos disciplinas que han sido elaboradas de manera independiente, con miras a producir un nuevo campo científico autónomo, reposa en una ilusión, la ilusión de la interdisciplinariedad. En efecto, por poco que uno admita que una ciencia se define por sus métodos de aproximación y no por el objeto y por el dominio de aplicación, hay que ser bien ingenuo para pretender que dos metodologías, construidas separadamente, puedan ser consideradas como compatibles y homologables, cuando ya dos teorías lingüísticas y, a fortiori, dos teorías psicológicas no lo sean entre sí, si es que no pueden ser traducidas a un lenguaje formal, coherente y único3.

      No trataremos nosotros de ninguna manera de intentar una «fusión» semejante entre psiquiatría y semiótica, utópica alquimia —en todo caso, en este nivel del encuentro— que no terminaría probablemente, como en los casos denunciados, más que en una dominación efectiva de una disciplina sobre la otra: así, la psicolingüística se escinde permanentemente en psicología del lenguaje o en lingüística psicológica.

      Pero si rechazamos ese proyecto poco razonable de crear una nueva disciplina, una nueva aleación científica, queda aún por demostrar que la simple alianza no es deseable, posible y eventualmente fecunda, introduciendo, por ejemplo, oportunas homologaciones conceptuales. Alianza que se abra, como se podrá juzgar más adelante, al campo de una práctica renovada.

      DISIMETRÍA DE LAS POSICIONES

      Intuitivamente, es cierto, el psiquiatra y el semiótico traen entre manos un asunto común, el del sentido, término que engloba, entre otras cosas, la significación y la dirección. Pero esa reconfortante declaración no puede disimular todo lo que las separa, por reunidas que aparezcan en una búsqueda idéntica.

      El psiquiatra, en el sentido más general del término, contrariamente al semiótico, se halla comprometido en un programa práctico de transformación: confrontado con la enfermedad mental (desde las dificultades más benignas hasta los estados psicóticos más graves), debe trabajar por el cambio positivo del sujeto-paciente, abrirle las vías para la resolución de sus problemas, hacerle posible la curación, por lo menos una mejoría, que sancione finalmente la calidad del programa. La psiquiatría afronta, pues, la infinita complejidad que encierra una multitud de fenómenos enmarañados, difícilmente delimitables y asignables a tal o cual aproximación científica.

      El semiótico, como se constatará, se atiene, por razones epistemológicas evidentes, a una estricta delimitación de su objeto. Aunque este podrá parecer irrisorio al psiquiatra, que se ve constantemente obligado a encauzar una marea fenoménica multifactorial, polimorfa.

      Ciertamente, el psiquiatra, incluso el tradicional, se convierte más en semiótico cuando se compromete en la lectura y en la interpretación de los signos, de los síntomas (cuya disciplina es la semeiología o semiología) que emite, conscientemente o no, el paciente a través de sus discursos verbales y no verbales; sus manifestaciones serán asimiladas a discursos, así como sus producciones en terapia, incluso cuando no son verbales.

      Lo mismo que el semiótico, el psiquiatra trata de «leer», de «construir» el sentido de los discursos. Pero lo hace en la acogida directa, como destinatario, y siempre para responder a ellos, en el decir lo mismo que en el hacer (el conjunto de las prescripciones posibles): sujeto pragmático, el «Cuando decir es hacer»*, de Austin, lo caracteriza plenamente. Y lo que se denomina «interpretación» en psicoterapia no se inscribe si no se hace «acto», aunque solo sea por la revelación dinámica de un sentido oculto. Se puede, por lo demás, verificar la calidad de una revelación por el hecho de que no es únicamente mental, sino que se manifiesta corporalmente, en particular por medio de los ojos que se bañan en lágrimas o a través de los centros energéticos del sujeto.

      El semiótico, por su parte, queda satisfecho con un proyecto notoriamente insuficiente, sin duda, a los ojos del psiquiatra; a saber, con la modelización del engendramiento de la significación en los discursos. ¡Hasta la interpretación parece exceder las fronteras de su campo de validez!

      Aparentemente, la interfaz que enlaza las dos disciplinas es tan delgada que depende apenas de un hilo frágil, expuesto a romperse en todo momento. De un lado, un psiquiatra que pasa de un discurso «patológico» a otro, hermeneuta en tiempo real de los textos-síntomas, constructor de proyectos terapéuticos que tiene que realizar a veces con urgencia. De otro lado, un semiótico que trata de mostrar la necesidad de una detención, de una estasis (la semiótica no se ejerce, y eso es fundamental, más que sobre la vida detenida), para edificar pacientemente un simulacro del engendramiento del flujo, de la ola de significación ininterrumpida que el psiquiatra debe acoger, asumir, analizar, comprender, transformar, y eventualmente reconstituir su génesis.

      Dicho esto, podrá descubrirse, más allá de las apariencias, todo un camino seguido tanto por la semiótica como por la psiquiatría, que abre un campo inesperado si, por suerte, el semiótico sale de su cognitivismo un poco solipsista, y el psiquiatra, de una práctica fundada en una concepción teórica totalizante.

      CUATRO ETAPAS HISTÓRICAS

      Psiquiatría y semiótica son términos complejos en el sentido de que etiquetan uninominalmente universos teóricos y metodológicos de gran complejidad y diversidad, con una carga hereditaria considerable.

      Por tanto, se hace necesario precisar primero con qué recorridos, con qué opciones, una semiótica (como la de la Escuela de París) y una práctica psiquiátrica (la del sector que se dedica a los niños y adolescentes, en este caso) han podido constituir una interfaz productiva.

      Podemos distinguir, históricamente, cuatro etapas que desembocaron en el encuentro del que surgió esta obra:

      1. En el origen, existe una doble fundación (¿coincidencia o necesidad?): 1960 marca la oficialización por decreto de la psiquiatría de sector, que trata de romper con la tradición del asilo; en el año 1965, nace una escuela semiótica, por iniciativa de A. J. Greimas, que crea la que será llamada más tarde la Escuela de París*.

      2. A partir de ahí, y paralelamente, se fueron edificando, por un lado, una práctica original (la de J.-P. Klein) en el seno de la psiquiatría de sector, y, por otro lado, una psicosemiótica en la línea de la semiótica greimasiana (la de I. Darrault-Harris).

      3. Hacia 1985, tuvo lugar el encuentro inicial entre una práctica psiquiátrica infanto-juvenil alternativa a la hospitalización, a la institucionalización, y una psicosemiótica que, entretanto, se había abierto a la semiótica subjetal (propuesta por J.-C. Coquet*).

      4. Finalmente, y esta obra es el producto y el testimonio, la psiquiatría de la elipse (denominación propuesta por J.-P. Klein para esta práctica psiquiátrica original) y la psicosemiótica subjetal se unen en el vivo interés que atribuyen a la creación como operador fundamental de cambio, como proceso privilegiado de transformación del sujeto.

      EL CAMPO ESTRUCTURANTE

      Cada práctica aparece oportunamente gracias a la evolución del pensamiento humano, y por eso no creemos que haya sido por simple azar el hecho de que la psiquiatría del niño y del adolescente y la semiótica sean prácticamente contemporáneas, con una diferencia de apenas una decena de años.

      Dicho esto, durante todo el tiempo, el campo de las intervenciones en psiquiatría ha entrado en interacción con las conceptualizaciones de la locura, y se podría reconstruir brevemente la historia de esas intervenciones de la manera siguiente:

      En el siglo XIX, la psiquiatría se delimitó en el marco del asilo. El psiquiatra Philippe Pinel escribió entonces: «Se ha constatado por la experiencia que los alienados casi nunca se curan en el seno de sus familias». Preconiza, pues, una «restricción extrema a permitir que los alienados