Para respetar las costumbres de la casa dormiremos en habitaciones separadas hasta el día de la boda. Nadie preguntó mi opinión al respecto, pero en este caso no me importa. Creo que para entrar con buen pie en Saldisetxea y evitar futuros problemas debo vigilar con cuidado en qué cedo y en qué me muestro intransigente. Tampoco está mal pensado gozar de un espacio propio para relajarme en los momentos de tensión que inevitablemente se producen en una boda, así podré organizar con tranquilidad los preparativos para un vuelco tan radical como el que va a dar mi existencia.
Me gusta mucho Saldisetxea y más cuando pienso que algún día no muy lejano puede ser nuestra y de Carmen. Ya veremos cómo funciona la convivencia, aunque la casa es grande para que cada una podamos mantener nuestra privacidad. Conocer a Javier, siempre tan atento, educado y, por qué no reconocerlo, con una fortuna a su alcance, ha colmado mis sueños. De él me gustan hasta sus flaquezas, como la habilidad que tiene para ocultar su falta de carácter bajo esa coraza de hermetismo que, además, le da un halo de misterio. Utiliza esa técnica con todos, incluso conmigo y también con su padre, si bien es cierto que a quienes le conocemos no nos engaña. Para Javier no fue fácil tomar decisiones contra la voluntad de su padre. No hace falta ser muy lista para ver que Nino está acostumbrado a mandar y a que le obedezcan. Responde al tópico del hombre hecho a sí mismo, esforzado y perfeccionista que exige a los demás los sacrificios que se impone. Está visto que el éxito de los padres dificulta mucho la relación con los hijos y comprendo que Javier se queje de Nino; menos mal que encontró amparo en su madre, porque sabía que solo no podía enfrentarse a la admirada e inalcanzable figura paterna, pero finalmente Javier ha encauzado su vida.
La decisión de celebrar aquí la boda ancla su posición en la familia y estabiliza nuestra economía; yo también pienso que con su trabajo de economista en la ONG y el mío en el hospital nos da para vivir sin problemas, pero con los medios que tiene esta gente Javier debe aspirar a más y ahora tiene la oportunidad de hacerlo. Yo sé que en cuanto nazca nuestro hijo afrontará su responsabilidad como padre y aliviará la presión que siento por tener que ir encadenando contratos en el hospital. No es justo dedicar tantos años al estudio y a la investigación sin lograr una mínima estabilidad laboral. La diferencia es que a partir de ahora ya no me desquiciaré cuando esté próximo el vencimiento del contrato ni temeré el periodo de incertidumbre que se produce entre la firma de uno nuevo y los meses que paso en la cuerda floja hasta que, por fin, se encauza la situación, te pagan lo atrasado y puedes devolver a los familiares y a los amigos lo que te han prestado. Desde hoy todo eso quedará atrás. Formar parte de los González Arlaiz nos tiene que proporcionar la solvencia económica que necesitará nuestro hijo; su nacimiento hará que Javier ponga los pies en la tierra y comprenda que si nunca le ha preocupado el dinero es porque no le ha faltado.
El poco tiempo que conocí a su madre fue suficiente para saber que fue ella quien llenó de pájaros su cabeza, algo que se puede permitir la gente que tiene el futuro asegurado. No sé si me comportaré igual con esta criatura que llevo dentro, me parece un pensamiento prematuro pues, salvo por unas mínimas molestias, todavía no soy consciente de su existencia. A estas alturas es un feto de dimensiones mínimas y todavía soy la única que advierte las transformaciones sutiles que experimento. Me pregunto cómo seré yo como madre y si haré como la difunta Rosa y este crío será lo más importante para mí igual que para ella lo fueron sus hijos. Bajo esa capa de seriedad, que debe de ser sello de la familia, pues Javier al principio me causó la misma impresión, creo que se ocultaba una mujer bastante sensible, es posible que mucho más comprensiva y afable de lo que parecía a primera vista. ¡Quién sabe! Desde luego Javier la adoraba, le parecía perfecta y no admitía que se la cuestionase. Tampoco es que yo me atreviera a hacerlo, sé muy bien cuando es prudente callarse y reconozco que no pude formarme una opinión sólida sobre Rosa, aunque era innegable la influencia que ejercía sobre él.
Desde el momento en que Javier vio que yo había obtenido el beneplácito de su madre le entraron los deseos de tener un hijo; accedí porque, aunque no estaba del todo convencida, intentarlo implicaba un compromiso por su parte que me agradó, significaba que Javier iba en serio. «Tu madre está muy enferma», le dije convencida de que la situación de Rosa había influido en su propósito. El me miró como si le hubiera leído el pensamiento y contestó: «Precisamente por eso. Todos, ella también, necesitamos buenas noticias». No encontraba argumentos para negarme ni siquiera apelando a la precariedad de mi situación laboral, ya que ello hubiera supuesto una demora que me acercaría a esa edad en que las posibilidades de concebir un hijo empiezan a reducirse. Aun así, me sorprendió quedarme embarazada seis meses después de aquella conversación, aunque ya fuera demasiado tarde para Rosa; también me impactó que Javier me propusiera casarnos nada más saber la noticia. Nunca hasta ese momento habíamos hablado de matrimonio, a pesar de que esperaba que me lo propusiera una vez que hubiera nacido el bebé, pero comprendo su decisión porque en su familia y en su trabajo no está bien visto tener un hijo sin estar casado. Si la que iba a ser mi suegra no hubiera estado tan grave, Javier se habría tomado este asunto con más calma, creo que le atolondró la certeza de que se moría. Además, así es Javier, primero hace las cosas y después evalúa sus consecuencias, pero reconozco que me fascinan sus ramalazos de niño mimado. Me encanta la libertad con que actúa, algo que yo nunca me he podido permitir porque para mí hasta ahora todo ha sido una sucesión de obstáculos y sacrificios para investigar, que es lo que me gusta. Una labor apasionante, a la que no se da importancia pese a que a todo el mundo se le llene la boca diciendo lo contrario.
Envidio que Javier hasta ahora haya podido permitirse el lujo de cometer errores, de tirar por la borda los estudios y luego volver a empezar. Tiene la confianza de quien sabe que cualquier desastre se puede arreglar y eso le da una libertad que yo nunca he conocido. Me gustaría decir que cuando me haya convertido en su mujer voy a compartir con él esa facultad; sin embargo, estoy segura de que yo no me voy a convertir en una inconsciente. Al contrario, espero que Javier madure y se dé cuenta de que esta criatura que llevo dentro exige que su padre juegue el papel que le corresponde. Estoy convencida de que lo hará porque la muerte de Rosa ha supuesto para él un duro golpe de realidad. Durante el tiempo que estuvo en coma después del ictus me preguntaba una y otra vez si no conocía algún centro, no importaba donde estuviera, donde la pudieran sanar. Me resultaba difícil decirle que muchas veces, la mayoría, hay enfermedades y situaciones que no podemos arreglar. La muerte de su madre, dolorosa para cualquier hijo, ha sido la primera pérdida que Javier no ha podido evitar. El dinero de su abuelo y de su padre juntos no habrían podido impedirlo, pero él se empeña en culpar a Nino de todo. Es un síntoma claro de esa inconsciencia que inicialmente encontraba divertida, pero ha llegado el momento de superarla y de que deje de ser Peter Pan.
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No me lo puedo creer, por primera vez el señor me ha sonreído y me ha dicho: «Muy bien, Amaia, lo has organizado muy bien». Luego en un gesto de confianza ha tomado mi mano y me la ha apretado con cariño, un movimiento apenas imperceptible que me ha azorado. En los años que llevo a su servicio, el señor nunca había mostrado tanta cercanía. Don Iluminado está exultante y emocionado, parece haber vencido la tristeza de los últimos tiempos con la alegría de la boda del nieto, que ha