Pedro desea armar un ejército poderoso que le permita tratar como a iguales a las potencias de Europa. Promueve para ello las necesarias industrias siderúrgicas, y concede a sus empresarios directores el derecho de escoger los obreros que necesiten; así, muchos siervos de la gleba, campesinos, pasaron, forzados, a serlo de las fábricas. Afrontará entonces la dura y larga guerra con el más fuerte ejército del norte de Europa, el de Suecia, que bloquea el acceso de Rusia al Báltico.
La victoria de Poltava (1709) en la Guerra del Norte convierte a Rusia en la gran potencia con la que en adelante se ha de contar en las pugnas y equilibrios de la política internacional. Una vez ganada así la salida al mar, hará construir la gran ciudad de San Petersburgo en el fondo del Golfo de Finlandia para capital del Imperio y al precio de numerosas vidas de siervos sacados por la fuerza de sus aldeas. Era la única salida entonces viable para sus naves, pues al Norte lo impiden los hielos gran parte del año; y al Sur, los estrechos del Mar Negro permanecen cerrados por los turcos para acceder al Mediterráneo139.
A partir de Pedro I, las élites cultas, entonces sólo gentes de la nobleza, comienzan a asumir las ideas de la Ilustración; no, la democracia de Rousseau; pero sí, el naturalismo de Pufendorf, la separación de poderes de Montesquieu, e ideas de otros escritores menores. La autocracia de los zares no desemejaba del despotismo ilustrado de las monarquías absolutas occidentales del XVIII, aunque el ámbito en que se difunden tales ideas y modas será muy limitado; sobre todo, en la capital San Petersburgo. El corazón de Rusia, su inmenso campesinado, era declaradamente ortodoxo y religioso.
No existía, como en la Francia del XVIII (y en casi todo el Occidente europeo hasta la mitad del XIX), nada parecido a una burguesía rica que, como tal clase social, poseedora del poder económico, puja por hacerse también con el poder político esgrimiendo en su favor las ideas de los filósofos de la Ilustración y de sus inmediatos antecesores (los pensadores de la llamada crisis de la conciencia europea)140.
Época de Catalina II (1762-96)
Tras la muerte de Pedro I en 1725 transcurre un largo período indeciso. A la par que se va consolidando el Estado fuerte y centralizado por él creado, se vacila sobre si esto ha de despersonalizar a Rusia por el afán de imitar a Occidente. El acceso al trono de Catalina II, alemana de origen y educada en la lengua y modas francesas como correspondía a la alta sociedad germana de la época, marca el rumbo de Rusia hacia Europa. Enseguida, Catalina seculariza los bienes de la Iglesia y deporta a Siberia a más de 20.000 viejos creyentes, contrarios al secularismo impuesto por el régimen. No obstante, tras el primer reparto de Polonia entre Rusia y Prusia en 1772, acoge a los jesuitas expulsados de las naciones católicas para educadores de la juventud en las zonas de la católica Polonia pasadas a dominio ruso, y especialmente en la Rusia Blanca141.
Aunque Catalina II, sobre todo a efectos de política exterior, se proclama defensora de la ortodoxia, en realidad impone una política secularizadora. Incluso un principal dirigente del órgano supremo de la Iglesia ortodoxa (del Santo Sínodo), Tschebytschev, se manifestaba abiertamente ateo. El historiador Stasiewski comenta al respecto:
“La Iglesia [ortodoxa], que desde Pedro I dependía totalmente del régimen, corrió peligro de descomposición interna en la segunda mitad del siglo XVIII por la irrupción del racionalismo, de la ilustración y de la francmasonería. Algunos obispos trataron de atajar mediante compromisos esta infiltración... El número de obispos y monjes que se dedicaban con entera conciencia al núcleo esencial religioso de sus deberes era reducido. Entre ellos se contaban [algunos obispos y monjes] que salvaron los monasterios rusos de la crisis de comienzos del XVIII, [aunque una secularización tan acusada les dejó casi sin medios] para hacer frente a sus tareas caritativas y de asistencia social”142.
Catalina, alabada por los filósofos de la Enciclopedia francesa, los agasaja e invita a su corte de San Petersburgo. Pero a aquella penetración ideológica le faltó tiempo y medios para ser más efectiva en Rusia, pues pronto estalla la Revolución francesa, abonada por estas ideologías. Catalina, espantada ante los hechos, se despega de sus viejas amistades de París y trata de salvar la vida de Luis XVI (ejecutado en 1793). Retrocede claramente de su anterior tolerancia para con la Ilustración francesa y hace prohibir toda circulación e importación de libros franceses (recuérdese en la España de Carlos IV el llamado “pánico de Floridablanca” cuando a la corte de Madrid llegan noticias de lo que sucede en París).
En 1794 estalla la rebelión liderada por Tadeo Kosciusko para la liberar a Polonia de la dominación rusa. Catalina, convencida de que el jacobinismo francés alienta tal sublevación, envía al ejército que, con enorme matanza, toma Varsovia. A continuación, se hará un nuevo reparto –el segundo, de nuevo con Austria y Prusia– de la gran Polonia, que incluía, además de la Polonia clásica, la Ucrania Occidental, Lituania y Bielorrusia o “Rusia Blanca”143.
Rusia se expande también durante este reinado hacia Asia, donde levanta ciudades y explotaciones agrícolas e industriales. En conjunto, el país experimenta un acelerado crecimiento económico144. Pero al mismo tiempo endurecerá aún más la servidumbre de la gleba. Sacrifica a los siervos en favor de su alianza con la nobleza. Muchas tierras y siervos fueron entregados a favoritos y altos funcionarios de la corte145. Comenta al respecto Antonio Domínguez:
“Disminuyeron los campesinos libres, y los siervos apenas se diferenciaban de los esclavos. Salvo el de quitarles la vida, los señores tenían sobre ellos todos los derechos; ni siquiera tenían las ventajas de la adscripción a la gleba, pues podían ser enviados a trabajar a cualquier lugar, o deportados a Siberia por una leve falta; podían ser comprados y vendidos, regalados, entregados en dote como otro bien cualquiera... La única oportunidad del siervo estaba en depender de un amo benévolo... La desastrosa situación de los campesinos fue la causa principal de la revuelta acaudillada por Pugatchef... Fue preciso retirar tropas del frente turco y librar batallas sangrientas para derrotar [en 1775] a los sublevados”146.
El impacto inmediato de la Revolución francesa
Pablo I (1796-1801), hijo de Catalina II, accede al trono en el momento en que Napoleón logra sus primeras victorias sobre Austria en el Norte de Italia y crece su gloria en Francia. Se suma el zar enseguida a la coalición internacional contra Francia. Pero a partir del golpe de Estado de Brumario por Bonaparte en 1799, Pablo I se retira de la coalición por estimar que Francia cuenta ya con un gobernante decidido a establecer el orden. Pero mientras tanto, un complot palaciego, por razones personales y por su política conciliatoria con Napoleón, le asesina en 1801.
Le sucede tras un breve reinado su hijo Alejandro I (1801-25). Pablo I había querido dar a la nación una orientación más tradicional, contraria a la secularizante de su madre, pero a la vez con notables desvaríos y contradicciones. Durante diez años (1784-94) puso por preceptor de su hijo al suizo Frederic Laharpe, reconocido racionalista y simpatizante de la Revolución francesa, que le dará a leer y comentar la literatura de la Ilustración; en especial, las obras de Rousseau y del republicanismo contemporáneo. Alejandro, acorde con esta educación, comienza su largo reinado con un manifiesto deseo de adecuar el país a las nuevas ideas de Occidente y de reformarlo en el sentido ilustrado de las monarquías europeas del XVIII.
El liberalismo del nuevo zar es un tanto nebuloso, pues acoge toda suerte de ideas dispares y se detiene al percibir que Napoleón proyecta invadir Rusia. Los ejércitos napoleónicos son, por todas partes, difusores de las ideas revolucionarias, sustituidoras en el gobierno de los pueblos de la fe en Cristo por las ideologías del XVIII; en especial, las de Voltaire y Rousseau. Tal pretensión irreligiosa, y los consiguientes desmanes de profanaciones, blasfemias, incendios de iglesias..., en