El Estado no disponía de capital para de algún modo indemnizar a la nobleza terrateniente, y asumir él la propiedad para adjudicar tierras al campesinado por módicas rentas anuales. A los reformadores del gobierno les disgusta el planteamiento de una liberación sin conceder tierras, pues temen que surja un inmenso proletariado sin tierra, fuente de interminables conflictos.
Finalmente, Alejandro II da en 1861 el decreto de abolición de la servidumbre de la gleba. Entrega tierras al campesino, pero con fuertes contraprestaciones al antiguo señor y al Estado, e implanta la libre contrata del trabajador por la pura ley de la oferta y la demanda. Despertó enorme hostilidad entre los campesinos. La nueva ley imponía, con algunos atenuantes, el individualismo liberal de Occidente a un campesinado que desde antiguo gestionaba solidariamente (cada aldea era presidida por su mir o asamblea de ancianos) los pagos de las rentas al señor, las necesidades del lugar y el reparto de las tierras entre las familias de la aldea.
En muchos casos aquel intento de reforma agraria fracasa enseguida. A los dos años estallan nuevas revueltas de campesinos a los gritos de “moriremos por Dios y por el zar”, “no queremos más señor”. Los kulaks, la nueva clase social formada por la minoría de antiguos campesinos enriquecidos, que han aprovechado la nueva libertad de comprar y vender (concedida por el decreto de emancipación) para apropiarse de las tierras de otros campesinos que pasarán así a ser jornaleros. Tolstoi, testigo de los hechos, comenta: “los individuos más inteligentes [del campesinado, los kulaks] llegan a apropiarse de la tierra y a sujetar a otros campesinos a la condición de jornaleros”. No obstante, muchos, gracias a la nueva libertad de 1861, pueden emigrar a otras tierras insuficientemente colonizadas; primero, hacia las grandes estepas del Sur; y más adelante, a Siberia.
Otra reforma importante emprendida por Alejandro II fue la de reducir el servicio militar de 25 años por sorteo a seis y un tiempo de servicio en la reserva; reforma, urgida por el ministro de la guerra Miliutov, por humanitaria y por considerarla necesaria para fortalecer al ejército ruso158.
La inteligentsia, que en los años 60 vira del idealismo al positivismo
En los años 1860 aparece una nueva intelectualidad, desapegada de la anterior muy afecta a la metafísica idealista de Hegel. El influjo de Hegel no desaparece, pero surge una nueva inteligentsia, más atenta a los concretos datos empíricos, más positivista, y de bastante mayor extensión social, a menudo ya de origen plebeyo y burgués. Su mayor contingente lo aportan los profesores universitarios, los maestros, médicos, científicos, ingenieros, periodistas...
Turguénev, en su novela Padres e hijos, califica a esta nueva generación con el término que pronto cunde de nihilistas159 por su rechazo de la piedad y creencias del pasado (por no creer en nada, nihil). Pronto la nueva corriente, que se beneficia del ambiente más liberal surgido tras el desastre de Crimea, se difunde entre los estudiantes universitarios que promueven una serie algaradas, sobre todo en San Petersburgo, que llevan al cierre de la universidad. Se extiende la convicción entre la inteligentsia, muy occidentalista, de que tarde o temprano ha de triunfar también el liberalismo en Rusia.
Otra corriente más radical y minoritaria surge del mismo seno de la inteligentsia rusa en la mayoría de las ciudades con universidad. Se forman grupos “más nihilistas” de estudiantes que encuentran la orientación definitiva de sus vidas en la novela ¿Qué hacer? de Chernishevski (1862). Fue la lectura de una entera generación que decide “acercarse al pueblo” y practicar, como lo entendían, “una vida más sencilla”. En 1874, miles de jóvenes de ambos sexos –llamados populistas– comienzan a aprender oficios prácticos para marchar a vivir en comunas con la sociedad campesina. El intento duró varios años y fue un completo fracaso.
Chernishevski era antizarista, pero no impulsaba organización alguna para derribar el régimen. Encarcelado y luego desterrado a Siberia, nunca se probó que tuviese tal propósito. Discrepaba del liberalismo burgués occidentalista por las miserias que estaba causando en Europa (en especial, en la industrializada Inglaterra de la era victoriana) y abogaba por una solución social más genuinamente rusa, que preservase las instituciones comunales campesinas, pero para darles, desde una perspectiva positivista –agnóstica y cientista– , una orientación feminista y superadora de la familia. Las propuestas de este singular socialismo agrario no tuvieron acogida alguna entre los campesinos160.
Los inicios del terrorismo
De momento no surge grupo revolucionario violento alguno. Pero, en 1866, un intento individual, aislado y fallido, de asesinato del zar será premonitorio. En 1876, los restos del fracasado populismo crean en San Petersburgo una organización secreta: la Zemlia i Volta (Tierra y Libertad). Detenidos muchos de sus miembros, convierten los masivos juicios públicos contra ellos en auténticas manifestaciones de propaganda de sus ideas, y da a los rebeldes un halo de mártires.
La mayoría de los populistas se convencen entonces de que la revolución social no se podrá hacer sin derribar antes la autocracia, y para ello había que crear un programa de terror contra el Estado; contra sus más significados funcionarios, ministros y el mismo zar. La mayoría de la organización, que era favorable a recurrir al terrorismo, crea otra nueva secreta: la Naridnata Volia (Voluntad del Pueblo). La minoría restante prefirió proseguir la táctica de la agitación y la propaganda. Muchos de ambos grupos se exilian para conspirar desde el extranjero.
Pronto se suceden reiterados atentados contra la persona del zar. “Alejandro –comenta Bushkovitch– respondió con indolencia, seguro de que su destino estaba en manos de Dios, y las tradiciones de la corte dificultaban enormemente una seguridad estricta”. Cuando quiera cabalgaba por la ciudad sin mayor protección hasta que en 1881 sufre el atentado definitivo. Le sucederá su hermano Alejandro III161.
134 Cf. JD6, 296-300
135 Cf. VC1, 416-420; DM, 323-326; JD6, 300-302
136 Cf. BS, 112s
137 Cf. JD6, 302-313
138 Cf. DM, 454
139 Cf. VC1, 417-425; DM, 324-326, 451-454; CM6, 528
140 Cf. BS, 153s
141 Cf. DM, 459-463; JD6, 308-315, 825
142 Cf. JD6, 313
143 Cf. CM8, 232; BS, 143-147, 152-153
144 Cf. DM, 458s
145 Cf. DM, 454-458
146 Cf. DM, 458
147 Cf. BS, 157-160; CM9, 343-346
148 Cf. BS, 159, 164-166; CM9, 352; FZ, 91s; VC2, 273. León Tolstoi, en Guerra y Paz, ha dejado amplia memoria de estos sucesos (cf. Obras completas, Aguilar, Md 2004, 641-989)
149 Cf. CM9, 111, 352, 452s; BS, 167