Convencidos de que Europa es el ideal hacia el que avanza la humanidad, y de que Rusia debe imitar a las sociedades occidentales, vacilan aún sobre cuál de las dos opciones europeas –capitalismo liberal o socialismo– han de elegir. Herzen, tras ser detenido en 1847, se reafirma en su socialismo inspirado en el francés de la revolución de 1848, y luego se exilará para influir desde el extranjero, de donde ya nunca vuelve a Rusia. Bakunin, hijo de nobles acaudalados, también marcha a Occidente, donde contacta con hegelianos de izquierda, y pronto evoluciona hacia su conocido anarquismo.
Otro miembro significado del círculo de Stankevich fue Konstantin Aksákov, al que la lectura de Hegel y de la literatura alemana llevan a la reacción contraria, al rechazo. Los considera irrelevantes para Rusia, del todo distinta a Occidente, con una cultura eslava nacional única, una religión –la ortodoxa– y unas grandes tradiciones, sobre todo en su campesinado. Repudia el imitar al individualismo liberal europeo que sume con su capitalismo industrial a multitudes en la miseria. Así nació el eslavismo. Fue corriente de minorías, pero en adelante utilizada por la política exterior rusa para disputarle a Austria el influjo en los pueblos de los Balcanes que se van liberando de la larga dominación turca.
A continuación de estas distintas tendencias culturales y políticas nacidas en Moscú en los años 1840, surge en San Petersburgo una nueva corriente, de significada relevancia futura, dirigida por Petrashevski, noble de grado menor a cuyo salón acuden jóvenes funcionarios para estudiar con él textos económicos y políticos. Provenían del influyente liceo Tsárkoye Seló en el que antes habían cursado muchos de los decembristas.
Pronto se decantarán por el socialismo utópico de Fourier, que augura la próxima extensión de las colonias que él promueve, sin propiedad privada, de trabajo colectivo, y sin necesidad de una revolución social que atente contra la legalidad. Las revoluciones europeas de 1848 alentaban tales expectativas; pero, ya desde antes de conocer su fracaso en Francia, este grupo era consciente de que en Rusia eran inviables las proyectadas colonias.
Los debates entre ellos sobre las tácticas a seguir los dividieron. Unos abogaban por centrarse en la propaganda ideológica; otros, por desencadenar una insurrección armada. Pronto fueron detenidos todos ellos. Cuarenta fueron sentenciados a muerte; entre ellos, además de Petrashevski, el gran literato y pensador Fiódor Dostoievski. La pena fue conmutada a todos ellos por el zar en el último momento, y fueron deportados a Siberia153.
La política exterior rusa en la época de Nicolás I (1825-55)
Otro factor que debilitará notablemente a la autocracia rusa será su política exterior. Ha de afrontar distintos conflictos: al Oeste, en la Polonia sublevada en 1830; al Sudeste, con los turcos y los pueblos islámicos incorporados al Imperio; y al Este, con Inglaterra, que tras la conquista de la India trata de expandirse por Asia y que con Rusia mantendrá una “guerra fría” hasta casi 1917.
Estos conflictos dañan la fortaleza del Imperio, provocan descontento en su aristocracia, las élites intelectuales e incipientes burguesías. Pero particularmente graves fueron las consecuencias del desastre de la Guerra de Crimea (1854-56), que enfrentó a Rusia con Turquía por una disputa inicialmente provocada por el litigio entre católicos y ortodoxos por la tutela de los Santos Lugares. Estaban bajo dominio otomano desde el siglo VII salvo durante el paréntesis de las cruzadas. El hecho es que Rusia, que interviene en favor de los ortodoxos, se ha de enfrentar sola contra el ejército turco y los coaligados de Francia e Inglaterra; potencias, a las que interesa impedir que Rusia llegue a Constantinopla y se haga con el control de los Estrechos, su puerta de acceso al Mediterráneo.
El gigantesco ejército ruso no tuvo medios para desplazarse con rapidez, ni la hacienda del Estado pudo armarlo adecuadamente. La paz se firma en París en 1856, diez meses después de la muerte de Nicolás I. Más grave que la derrota militar fue el impacto moral sobre el pueblo ruso que percibe que el sistema es incapaz de mantener a Rusia como la primera potencia terrestre de Europa, que parecía tan duradera tras derrota de Napoleón en 1815154.
Escritores de la época
Singulares testimonios de la evolución espiritual de la época han dejado grandes literatos rusos. Nikolái Gogol, profundamente religioso, eslavófilo y amante de la tradición, fustiga con corrosiva sátira a la burguesía provinciana y a la burocracia estatal por su corrupción e incompetencia. Su más importante novela, Almas muertas, produjo enormes entusiasmos entre contrarios, aunque no así entre los conservadores progubernamentales. Para los eslavófilos era “una apoteosis de Rusia y su futuro místico”, mientras que para los occidentalizadores como Visarión Belinski, crítico literario de enorme influjo, era un gran alegato contra el presente de Rusia.
El más penetrante de los jóvenes escritores de la época, Dostoievski, se sitúa en la línea religiosa y tradicional de Gogol con sus descripciones de San Petersburgo y sus gentes humildes y más empobrecidas. Belinski daba la razón a Hegel: tanto el arte, como la filosofía, la evolución de los Estados y sociedades... son manifestaciones de la Idea, ya desplegadas en el liberalismo de Occidente, que ha de evolucionar aún –en un siguiente “momento”– para ser transformado por el socialismo utópico francés. Su carta de réplica a Gogol en 1847 fue un modelo de pensamiento liberal para las dos siguientes generaciones:
“El público considera [...] a los escritores rusos sus únicos líderes, defensores y salvadores ante la oscuridad de la autocracia, la ortodoxia y el nacionalismo. Rusia ve su salvación no en el misticismo [...] sino en los éxitos de la civilización, la ilustración y el humanismo”.
De familia noble, amigo de Belinski, aunque menos expresamente liberal, y muy apreciado por el zar Nicolás que lo protegía, fue el escritor Ivan Turguénev, quien por otra parte había mantenido contactos con Herzen y Bakunin, sobre todo durante sus estudios en Alemania. Sus escritos sobre la vida del campesinado serán los más eficaces. Transmiten con afecto la pobreza y humillación bajo las cuales vivía la gran masa del pueblo ruso, los campesinos. Sus relatos causaron enorme impresión155.
La abolición de la servidumbre de la gleba por Alejandro II (1855-81)
La derrota de Crimea puso en evidencia la inferioridad económica e industrial de Rusia frente al potencial de Francia e Inglaterra, y espoleará a los círculos reformadores del gobierno a emprender similares progresos materiales. Comienza entonces el tendido de vías férreas, vital para el desarrollo económico. Surge un primer capitalismo industrial. Pero ya no es solo la autocracia gobernante la que propugna reformas. Dentro del mundo culto de la alta sociedad –la llamada inteligentsia– surgen distintas propuestas de reforma de la nación. La cuestión más grave y persistente era la del campesinado. El nuevo zar Alejandro II desea afrontar el problema156.
La actitud de los zares, tras la victoria sobre Napoleón, había sido de rechazo de la ideología liberal (de manera bastante vaga, pietista e iluminada, en el caso de Alejandro I), y al mismo tiempo sin asumir con vigor los graves problemas de la nación. Sienten la mísera situación del campesinado, tan empeorada a partir del siglo XVIII, pero no la resuelven; mayormente, por la obstrucción de la nobleza, columna vertebral de la nación, propietaria de inmensas extensiones a las que está sujeta la mayoría de la población rusa en muy duras condiciones.
Las quejas eran sobre todo por la frecuente brutalidad en el trato, que incluye los castigos corporales, el látigo, y las deportaciones a Siberia, más que por no poseer tierras en propiedad o por la obligación de la corvea (solía ser de tres días a la semana de trabajo para el señor). En el período 1845-49, los levantamientos populares, crecientes en número y violencia, alcanzan los 650. También, de tanto en tanto, pueblos enteros huyen hacia el Sur, a tierras más prósperas; hacia el Cáucaso157.
Alejandro II, antes de promulgar la ley de la emancipación, reúne en Moscú a gran parte de la más alta aristocracia para expresarle su voluntad de reforma. La mayoría se le opone: reclama que, si se decreta la liberación, la propiedad de la tierra siga siendo del señor, y que el campesino