Juan Manuel Cacho Blecua
Universidad de Zaragoza
Para Fernando Carmona
Keith Whinnom dedicaba la «Inaugural Lecture» de la Universidad de Exeter (1967) a examinar tres formas de distorsión habituales en la historiografía literaria española, una de las cuales afecta directamente a mi punto de partida: la discontinuidad en la recepción de la literatura medieval. Tradicionalmente, la producción de esta época ha sido analizada como si hubiera sido conocida en una sucesión ininterrumpida que llegara hasta nuestros días, sin tener en cuenta las variaciones producidas a lo largo del tiempo. El fenómeno es bien perceptible en los textos de la Edad Media que pudieron ser leídos impresos, objeto de mi trabajo. Dejando a un lado las obras históricas y los códigos legales, las pervivencias resultaban excepcionales. Según Whinnom, las únicas obras anteriores a 1400 en verso editadas a fines del siglo xV y en el siglo xVi fueron los Proverbios en rimo del sabio Salomón y el Tratado llamado espejo de dotrina, de Pedro de Veragüe, y en prosa, el Bonium o Bocados de oro, el Libro de los doce sabios, el Calila y Dimna y el Sendebar, «that strange pseudo-chivalresque tale El caballero Cifar, and, with certain reservations (since it was extensively rewritten), Amadís de Gaula. And that is all».2
Si con Francisco Rico situamos la obra de Veragüe en el segundo tercio del siglo xV,3 los resultados todavía serían más pobres. La división entre textos anteriores o posteriores a 1400 venía propiciada por una de las principales fuentes utilizadas, el tomo iii de la Bibliografía de la Literatura Hispánica de Simón Díaz, quien en 1986 catalogó en un trabajo específico las obras medievales que habían pervivido hasta 1560.4 Distribuyó su información en dos grandes apartados: a) en función de la cronología de su creación distinguía entre autores y obras anteriores o posteriores a 1400; b) según la fecha de su publicación diferenciaba los textos impresos hasta 1500 (incunables) de los que vieron la luz entre 1501 y 1560. Sintéticamente, los resultados que obtuvo fueron los siguientes:
Ediciones hasta 1500 | Ediciones entre 1501 y 1560 | |
Autores y obras anteriores a 1400 | 17 de 10 autores u obras | 77 de 19 autores u obras |
Autores y obras posteriores a 1400 | 92 de 27 autores u obras | 347 de 46 autores u obras |
Utilizaba los primeros frutos de una empresa colectiva en marcha que, decidida en 1984, pretendía realizar un inventario de la bibliografía española a partir de 1501, complementario del Catálogo colectivo de las obras impresas... ya existente. El trabajo debía desembocar en una Tipobibliografía Española, cuya primera etapa abarcaba de 1500 a 1560, fechas elegidas no por azar. Se dejaban al margen los incunables por el convencimiento justificado de que los numerosos catálogos nacionales e internacionales existentes permitían localizarlos e identificarlos, pese a la posibilidad de nuevos descubrimientos. El límite de 1560 se había fijado a propuesta de Odriozola como el final de la tipografía gótica, de modo que pudieran tener acogida los numerosos impresos góticos carentes de datación. En la primera fase, los testimonios medievales recogidos no fueron muy abundantes, pero en su artículo daba cuenta de cinco impresiones ignoradas, de otras recuperadas y de 91 nuevos ejemplares de ediciones ya conocidas.5
Unos años después, desde otra óptica, Alan D. Deyermond examinó el paso del manuscrito a la imprenta, centrándose en la incidencia del nuevo inven-to en la recepción y configuración de las obras literarias durante su etapa de transición. El alusivo título con referencia a dos grandes estudiosos, Chaytor y Goldschmidt, señalaba la orientación de su propuesta.6 Con excelente información repasaba la bibliografía, al tiempo que destacaba aportaciones interesantes no muy frecuentadas por los hispanistas.7 También proponía nuevas tareas, entre ellas la necesidad urgente de realizar un «registro de todas las obras españolas que existen en manuscrito y en ediciones impresas hasta mediados del siglo xVi, como base para estudios detenidos»,8 de modo que pudiera verse de forma más clara cómo se había producido «la transición from script to print» en España. Sus sugerencias no han caído en saco roto y coincidían con un creciente interés de los estudios por el tema, de forma paralela a la extraordinaria evolución que en España han tenido la ecdótica, la llamada bibliografía textual, la cultura del manuscrito y del libro, o los estudios bibliográficos. De especial interés para nuestro trabajo y excelentes puntos de partida han sido la base de datos PhiloBiblon, heredera del pionero BOOST (Bibliography of Old Spanish Texts), impensable sin el impulso de Charles Faulhaber y el gran trabajo de un extraordinario grupo de colaboradores, y el más reciente Diccionario Filológico de Literatura Medieval Española, coordinado por Carlos Alvar y José Manuel Lucía Megías.9
En 1991 Simón Díaz podía afirmar que «ni una sola población española dispone hoy de una relación completa y solvente de su producción tipográfica»,10 aunque los cambios producidos en las dos últimas décadas han sido sustanciales, algunos de ellos relacionados con la colección de Arco/Libros que prologaba, en la que se han publicado monografías excelentes. El panorama ofrecido por Julián Martín Abad sobre la producción tipográfica entre c. 1471 y 1520 y los principales avances en la historia del libro,11 los numerosos catálogos existentes de la producción impresa en el siglo XVI,12 los abundantes trabajos sobre el libro en el Siglo de Oro,13 los excelentes Coloquios Internacionales sobre «El libro Antiguo Español», dirigidos por María Luisa López Vidriero y Pedro M. Cátedra,14 del mismo modo que los avances en el mundo digital,15 dan cuenta de los múltiples progresos que se han producido en los últimos años. Los medios tradicionales con los que contamos, sumados a las posibilidades de la red, facilitan extraordinariamente nuestra labor de recopilación bibliográfica,16 aun así con más obstáculos los previstos.
El Iberian Books de Wilkinson, incluido en el USTC (el Universal Short Universal Short Title Catalogue), una base de datos colectiva de todos los libros publicados en Europa desde la invención de la imprenta hasta fines del siglo xVi, en teoría debería suministrarnos la información primaria para los textos de nuestro Catálogo.17 La idea de realizar una obra de este tipo, ausente en el mundo hispánico, sin duda alguna constituye una plausible novedad, pero su resultado en muchos casos llega a ser decepcionante. Al ser, en buena parte, suma de catálogos, impresos y en línea, sin que se haya producido ninguna discriminación, entre las referencias se acumulan numerosas ediciones inexistentes, o una información muy incompleta o defectuosa, dejando aparte sus anómalos criterios clasificatorios temáticos y lingüísticos; no obstante, también incorpora de vez en cuando datos novedosos ignorados