- Es muy fácil, recuerdo que me respondió Michael.
- ¿Fácil? ¿Cómo que fácil? Yo sería incapaz de hacerlo.
- No es cierto, me respondió Michael. Tú podrías hacerlo perfectamente.
- ¿Ah sí? ¿Cómo?
- Ponte en el «claro», Rafael. Simplemente toma en serio lo que hemos conversado tantas veces. Lo que dices que has aprendido. Pareciera que cuando piensas, dejas el «claro» a un lado. Colócate dentro de él, examina el fenómeno que escojas tomando en serio los supuestos que entiendo que compartimos y luego simplemente escribe lo que comiences a observar. Así de fácil.
- ¿Así de fácil?
- Así de fácil. Sólo inténtalo.
Es lo que he procurado hacer desde entonces. No sé si es fácil. No estoy siempre seguro de la calidad de lo que produzco. Pero es lo que hago. Y creo que funciona.
El relato anterior, de alguna forma simplifica el problema. Hay varias cosas más que deben acompañar el proceso del pensar ontológico. De ellas me haré cargo a lo largo de este libro. Si fuera tan simple, podríamos concluir el libro aquí o quizás en tan sólo unas páginas más, luego de que hablemos de los supuestos o las precondiciones del «claro» ontológico. Pero la simplicidad del relato permite destacar la importancia de lo que en él hay de central: el pensar ontológico es un pensar desde el «claro». Para hacerlo es necesario, primero, reconocer la existencia del «claro» y, luego, aprender a meterse en él. Cumplir con este requisito no es fácil. Lo fácil sólo viene una vez que uno ha cumplido con estas primeras condiciones. Este libro busca en lo fundamental compartir lo que ha sido esta experiencia desde el momento que tuviera esa conversación.
Los vectores del «claro» ontológico
Sin olvidar que la distinción de «claro» apunta centralmente a diferencias que se expresan en nuestras modalidades de vida, no es menos cierto que en ella pueden traducirse en ciertos elementos conceptuales de los que resultan a su vez determinadas formas de encarar la vida. No podemos prescindir, por tanto, del esfuerzo por acometer una reconstrucción conceptual de lo que podemos llamar los vectores de lo que concebimos como el «claro ontológico».
Al procurar identificarlos, lo que busco hacer es especificar las coordenadas de ese espacio en el cual Michael Graves me indicaba que debía colocarme para poder hacer lo que él hacía. Si no logro fijar esas coordenadas, es muy difícil que sepa donde debo «colocarme». Llamaremos a estas coordenadas los vectores del claro ontológico. De ellos podemos dar cuenta a través de un conjunto restringido de postulados y principios. Advierto que ello es, de por sí, una determinada manera de interpretar dicho espacio y que no descarto la posibilidad de que alguien pudiera ofrecer una mejor manera de hacerlo. El lector pronto descubrirá que esta advertencia proviene del propio claro.
Al nivel de los postulados que especifican el claro ontológico, podemos reconocer los siguientes:
1. Los seres humanos somos seres lingüísticos, seres que somos de la forma particular que somos y que vivimos de la manera como vivimos, por disponer de una determinada capacidad de lenguaje.
Es muy importante evitar caer en un «reduccionismo» lingüístico y suponer que sólo el lenguaje permite comprender cómo somos. Estamos determinados por el conjunto de nuestra biología y ella está presente en nuestra forma de ser de múltiples maneras que no necesariamente involucran al lenguaje. Con todo, nos inscribimos en una tradición que, siguiendo de cerca lo que nos muestra el desarrollo del pensamiento biológico, nos reitera que el tipo de existencia a la que accedemos los seres humanos está determinada de una manera fundamental por el hecho de que somos seres vivos con una capacidad especial para el lenguaje.
Ello implica que el lenguaje nos provee de una clave muy poderosa para comprendernos, para entender lo que sentimos, lo que hacemos, lo que nos pasa en la vida. En otros lugares me he referido más extensamente al tema de lenguaje41 y no voy a repetir aquí aquello que está allá desarrollado. Sólo me interesa en esta oportunidad destacar, en primer lugar, que el lenguaje nos permite acceder a prácticas conversacionales en las que el propio lenguaje no es sino un elemento y en las que participan de igual forma nuestra emocionalidad y corporalidad. A partir del reconocimiento de la centralidad del lenguaje, realizamos enseguida un desplazamiento hacia el fenómeno de las conversaciones.
En segundo lugar, es también importante recalcar el carácter social, relacional, del lenguaje y de las conversaciones. Ello se manifiesta de múltiples maneras. Por un lado, por cuanto el lenguaje no es algo que se desarrolla a nivel individual, sino por el contrario, donde es importante reconocer que son los individuos los que acceden a un lenguaje que los antecede, que está allí antes incluso que ellos emerjan en la vida. Por otro lado, y asociado con lo anterior, la afirmación de la importancia del lenguaje implica simultáneamente el reconocimiento del carácter social del individuo. El carácter relacional del lenguaje determina que nuestras relaciones juegan un papel decisivo en constituirnos en el tipo de ser humano en el que deviene cada individuo.
2. El lenguaje involucra al menos dos dimensiones que juegan un papel determinante en nuestra existencia: el sentido y la acción.
A través del lenguaje somos capaces de conferirle sentido al acontecer, al mundo en el que vivimos, a nosotros mismos y a la propia vida. Para entender la existencia humana es obligatorio comprender que se trata de un tipo de existencia marcada por nuestra capacidad de conferir sentido. Esto no es sólo algo que hacemos. El sentido llega a ser para nosotros una condición para poder vivir. La vida misma, por lo tanto, se sustenta para nosotros en el sentido que somos capaces de otorgarle.
Una de las ramas troncales de la investigación sobre el lenguaje es la semántica, que se preocupa de estudio de los fenómenos de sentido. Pero la semántica estudia el sentido «en» el lenguaje. Cuando desplazamos el interés por el sentido del dominio restrictivo del lenguaje al ser humano, al individuo o a los sistemas sociales que ellos conforman, nos abrimos a la teoría del observador. La noción del observador apunta al ser humano, que en forma individual o social confiere determinadas modalidades de sentido.
Pero el lenguaje no sólo nos permite conferir sentido, el lenguaje nos proporciona simultáneamente capacidad de acción. A través de él, intervenimos tanto en el mundo como en nosotros mismos. Decir algo o no decirlo hace una diferencia, tiene la capacidad de modificar el curso de los acontecimientos. Es más, hacemos uso del lenguaje para hacer que determinadas cosas pasen, cosas que no pasarían de quedarnos callados. Una segunda rama troncal en las investigaciones sobre lenguaje es la pragmática, el estudio del lenguaje en cuanto capacidad de acción.
Lo anterior nos permite, por lo tanto, reconocer que el lenguaje asume un rol fundamental en tres dominios de la existencia humana: el dominio de nuestras relaciones, el dominio del sentido y, finalmente, el dominio de la acción. Al entenderlo así es difícil no percibir el papel central del lenguaje para comprender muchos de los problemas y misterios de la existencia humana.
3. El lenguaje es generativo. A través de él construimos y transformamos mundos de la misma forma como nos construimos y nos transformamos a nosotros mismos. El lenguaje genera realidades.
Este tercer postulado es, de alguna forma, un corolario de lo dicho anteriormente. Pero es importante afirmarlo de manera independiente. El mundo que habitamos es en una medida importante una construcción de sentido que realizamos a través del lenguaje. Ello no niega la existencia de una realidad exterior a nosotros. No obstante, reconoce que no tenemos un acceso directo y transparente a ella. Toda forma de aprehensión de esa realidad es para nosotros el resultado de una adscripción de sentido.
Por otro lado, esos mundos, se nos presentan como «mundos de sentido» transformables a través de la capacidad de acción que nos provee el mismo lenguaje. Se trata de mundos en los que intervenimos; que construimos y reconstruimos no sólo a través de modificaciones de sentido, sino directamente a través de modificaciones de esos mismos mundos. Lo mismo sucede con nosotros. Cada uno se percibe a sí mismo a partir