Eso es lo que fundamentalmente buscan las actividades que realizo: lo que escribo, lo que enseño y, en general, la forma como busco comportarme. Lo que ello busca expresar y compartir no es tan sólo un conjunto de conocimientos, sino una determinada manera de vivir la vida. Lo que persigo es mostrar la posibilidad de vivir la vida de una mejor manera. Se trata de una manera de «pararnos» en la vida de forma diferente.
Nunca nos será posible erradicar el sufrimiento de la vida. Vivir nos obliga a sufrir. El sufrimiento es parte de la condición humana. Cuando alguien a quien queremos se nos va, sufrimos. Con todo, estoy convencido de que caemos en muchas experiencias de sufrimiento que no son necesarias, que de disponer de ciertas competencias, podríamos erradicarlas. De la misma manera, no sólo cada uno suele sufrir de más, sino que también le imponemos a quienes tenemos a nuestro alrededor sufrimientos que bien podríamos evitarles. Y este no es sólo un problema doméstico. Es también un fenómeno que se registra no sólo a nivel de las relaciones entre individuos, sino entre Estados y pueblos.
Es importante decirlo. Los seres humanos requerimos aprender a vivir. Somos altamente incompetentes en la manera como conducimos nuestras vidas y en la forma como impactamos las vidas de los demás. Y como sucede con los alcohólicos, es necesario reconocer nuestras incompetencias y declarar nuestra ignorancia. Requerimos ayuda. Estando parados donde estamos, nos estamos haciendo mucho daño, estamos destruyendo relaciones que fueron importantes para nosotros y hemos llegado al punto de comprometer la supervivencia de nuestro mundo natural. Nuestra especie y el conjunto del planeta están en riesgo.
Es sólo una vez que hemos situado la noción del «claro» en el dominio de la vida, es sólo cuando reconocemos que lo central en él está dado por el eje de la ética asociado al saber vivir, que podemos reconocerlo también en el dominio cognitivo. Cuando entramos en él, podemos visualizar que este involucra al menos dos dimensiones. En primer lugar, nos ofrece un camino de aprendizaje. El dominio cognitivo tiene el gran mérito de reconstruir las modalidades de vida propias de un «buen vivir» en distinciones, en temáticas y competencias que nos ayudan a transitar hacia ese espacio que es el «claro» en el que mostramos nuestra capacidad de un vivir diferente y mejor. El dominio cognitivo, por lo tanto, opera como puente entre modalidad de vida deficiente y otra que se nos presenta como de mayor plenitud y sentido.
Lo que nuestros programas enseñan, por lo tanto, no son sólo esas distinciones, temáticas y competencias. Ellos buscan hacer de puente hacia una forma de vida mejor. El resultado que esperamos de nuestros alumnos no es sólo que «sepan» más, sino que vivan distinto, que puedan desplegarse en una modalidad de vida que les reporte, tanto a ellos mismos como a quienes conviven con ellos, un mayor sentido de plenitud de vida.
Pero hay una segunda dimensión cognitiva relacionada con la noción de «claro». Esta última normalmente no la enseñamos en nuestros programas de formación básicos38. A través de ella, lo que buscamos no es formar en productos ya acabados que asumen la forma de distinciones, temáticas y competencias, sino aprender a generarlos. Se trata de un aspecto particular del «claro» que remite no sólo a poder hablar de los contenidos pedagógicos que enseñamos y poder desplegar las competencias asociadas con ellos, sino de poder generar esos y otros contenidos. En rigor, se trata de mostrar que desde el «claro» ontológico que suscribimos, cabe la posibilidad de un pensar que posee algunas características propias.
Este es un aspecto importante, pues este es precisamente el objetivo de este libro. Se trata de desarrollar desde el «claro» ontológico una forma de pensar que le sea coherente. Esta posibilidad no es siempre perceptible en nuestros programas de formación. Nuestros alumnos se suelen concentrar en «aquello» que les enseñamos. Lo que no siempre podemos mostrarles es cómo hemos llegado –cómo hemos desarrollado– aquello que representa el contenido de nuestras enseñanzas. Por lo tanto, en el mejor de los casos ellos salen de nuestros programas dispuestos a aplicar lo aprendido, algunas veces a enseñar ellos mismos lo que nosotros les hemos enseñado, pero no están en condiciones de ir mucho más lejos. Nosotros nos convertimos, de alguna forma, en el techo de lo que pueden hacer posteriormente. Salvo muy escasas excepciones, les es muy difícil ir más allá.
Lo que es un límite para ellos, ha sido evidentemente a la vez un límite de nuestra propia enseñanza. Maestros que se convierten en el límite de lo que enseñan son muy pobres maestros. El buen maestro es aquel que no sólo me conduce por un camino ascendente sino que, cuando me deja, se ha preocupado para que yo, su alumno, pueda seguir autónomamente mi caminar, pudiendo llegar a otros lugares. El mejor de todos los maestros es aquel que permite ser superado por sus alumnos. Aquel que sólo deviene un eslabón en un movimiento de mejoramiento progresivo. Este libro39 busca suplir esta carencia.
Lo diremos más adelante pero, sin embargo, quiero anticiparlo ahora. No estamos sosteniendo que desde el «claro» ontológico se deriva una sola forma de pensar. Una de las características del pensar ontológico es el hecho que se apropia de cualquier manera de pensar. Lo hace, sin lugar a dudas, reconstruyéndolas, adecuándolas a sus propios postulados. Pero busca hacerlas suyas. Por lo tanto, no existe «una» o sólo «algunas» maneras correctas de pensar desde la ontología del lenguaje. Toda forma de pensar que genera interpretaciones poderosas es perfectamente apropiable40. Con todo, no es menos cierto que hay ciertas modalidades de pensamiento que tienden a privilegiarse, sin exclusiones, desde el «claro» ontológico. En ellas nos concentraremos de manera muy particular.
Una experiencia personal
A comienzos de 1988 viajé a los Estados Unidos para trabajar en Logonet, una de las empresas que tenía Fernando Flores en California. Muy pronto fui asignado a desempeñarme bajo el área que dirigía Michael Graves, filósofo formado en la Universidad de Berkeley, más joven que yo, que era entonces el Vicepresidente de Investigación y que tenía bajo su responsabilidad el diseño de programas educativos y la elaboración de los materiales de enseñanza que tales programas requerían.
El trabajar cerca de Michael se convirtió muy pronto en una de las experiencias más interesantes y formativas que tuve durante ese período. Debo advertir que yo me incorporaba a ese equipo habiendo tenido una carrera académica que no hubiese dudado en llamar interesante. Ella, pensaba yo, me había proporcionado una gran versatilidad. Me era posible en un tiempo relativamente breve, introducirme en un campo temático nuevo y ser capaz de generar en él algunos productos que, a mi juicio y a juicio de quienes me rodeaban, agregaban valor.
Había, en efecto, incursionado en áreas muy distintas. Cuando joven había enseñado matemáticas, estadísticas y metodología de la investigación científica. Luego me había especializado en marxismo, historia del pensamiento socialista, teoría de la ideología. Más adelante, había realizado uno de los primeros trabajos sobre el empleo público en América Latina; había hecho diversos estudios en el campo de la educación, la sociología de la cultura, la participación laboral y la temática de la mujer. Acababa de terminar un libro sobre la historia de la filosofía moderna. Podría extenderme mucho más, pero no quiero aburrir al lector. El caso es que me sentía muy cómodo al desplazarme de un área a otra y sentía que terminaba produciendo trabajos de relativa calidad.
Sólo cuento lo anterior con el ánimo de que sirva de contexto a lo que me correspondió vivir al estar cerca de Michael. Al poco tiempo de estar trabajando con él, Michael me entregó un trabajo que acababa de terminar sobre el tema del aprendizaje. Me sorprendió la calidad de lo que allí planteaba. A las pocas semanas, recuerdo que me entrega un nuevo trabajo, concluido en esos días, sobre cuestiones de empresa. Era sorprendente. Unas dos o tres semanas después, aparece con un nuevo trabajo sobre los ciclos de vida. Se trataba de algo extremadamente original y sólido. Poco tiempo después, llega en la mañana con un trabajo sobre la emocionalidad. Pasaba el tiempo y crecía mi sorpresa y mi admiración por lo que Michael lograba. Su versatilidad me resultaba inaudita.
Recuerdo que un día,