Para mostrar lo que faltaba, era necesario, por lo tanto, una segunda distinción. Para estos efectos acuñamos la distinción del «claro». El desafío que ahora enfrentamos es el de darle contenido a esa distinción, a ese término, de manera de hacerlo portador de lo que sentíamos que faltaba. Eso es lo que nos proponemos realizar en este texto. Lo que viene a continuación se basa en una presentación que desde hace ya muchos años hago al final de nuestros programas largos de formación con el objetivo que mis alumnos no se vayan de ellos sin haber visto lo que, a mi modo, es lo más importante que estos programas les entregan. Sólo una vez que lo ven, tienen la posibilidad de llevárselo consigo y de incorporarlo en su aprendizaje. Creemos que ello además conduce a que les sea posible hablar de estos programas de una manera muy diferente.
Hacia una genealogía de la distinción del «claro»
El término «claro» no lo hemos inventado nosotros. Lo hemos tomado de una tradición filosófica de pensamiento que inaugura Martin Heidegger. Este término, por lo tanto, remite a él. Sin embargo, es importante advertir que, tomándolo de Heidegger, le conferimos una particular connotación que surge de colocarlo en relación con el pensamiento de Heráclito. Antes de precisar el sentido particular que le otorgamos a esta distinción, es importante, por lo tanto, referirnos brevemente al sentido que tomamos prestado de estos dos grandes filósofos. Ello nos permitirá acercarnos al sentido que nosotros le otorgaremos.
Nos hemos referido al filósofo alemán Martin Heidegger en múltiples oportunidades. Él contribuye con un aporte importante en la propuesta de la ontología del lenguaje. Cuando decimos que Heidegger es un filósofo alemán, señalamos algo que no es trivial. Se trata de un filósofo «muy» alemán, cuya filosofía lleva el olor de la tierra alemana. Curiosamente, sin embargo, ese olor lleva también algo que viene de la antigua Grecia. Heidegger es parte destacada de una larga tradición que se inaugura en el siglo XVIII con la obra de Johann J.Winkelmann (1717-1768), que tiene el gran mérito de haber introducido en Alemania la influencia del espíritu griego clásico, con lo que revolucionó su época. No es posible, por ejemplo, concebir el desarrollo de la filosofía en Alemania, prescindiendo del gran impacto que tuvo la obra de Winkelmann. Luego de su muerte, Goethe, escribe:
«Desde su tumba nos corrobora el soplo de su fuerza y despierta en nuestras almas el vivísimo impulso de continuar, con fervor y amor, lo que él iniciara»23.
Heidegger se sitúa en esa tradición llegando incluso a afirmar que existe en la lengua alemana una gran afinidad con la antigua lengua griega, lo que, según él, hace que ambos paísesen dos épocas muy diferentes– sean especialmente aptos para la reflexión filosófica. Hay, por lo tanto, en Heidegger una fuerte afirmación del idioma alemán y de las raíces culturales del pueblo alemán. Uno de los elementos que posiblemente inclinaron a Heidegger a apoyar al nazismo, fue este ensalzamiento de «lo» alemán, que fuera una de las características destacadas de este movimiento político.
El término del «claro» Heidegger lo toma del folklore y la cultura de los campesinos bávaros, cerca de los cuales se forma y de los cuales nunca se distanciará. El término alemán es lichtung. Licht significa luz. Lichtung es una palabra usada por los campesinos para referirse a aquel lugar en un bosque donde no hay árboles, en el que se produce una apertura en la que llega la luz. Un lugar en el que, quien se encontraba en el bosque, lograba ver no sólo árboles, sino que lograba ver el bosque en el que previamente se hallaba. Es lo que en castellano designamos con el nombre de un «claro»; de un «claro» en el bosque. Antes de entrar en el «claro», sólo veíamos los árboles. No veíamos el bosque como bosque. Ahora descubrimos que estábamos en un bosque.
Es un bello término. Nos permite precisamente ver aquello que estaba ante nuestros ojos con una mirada distinta. Esta vez como totalidad. Como aquella totalidad en la que se nos revela el lugar donde estamos parados, donde realizamos nuestra existencia. Se trata, por lo demás, de un lugar donde el mundo se nos revela como un mundo particular, el mundo propio donde estamos, y no sólo como el único mundo existente y posible. Es un término que privilegia el lugar de observación, lugar que nos permite ver aquello que vemos, de la manera como lo vemos.
Para comprender mejor el significado de este término, es conveniente colocarlo en relación con el concepto griego de verdad, con el que Heidegger siente una gran afinidad. La palabra que usaban los griegos para hablar de la verdad era aletheia. Se trata de una palabra que contiene el prefijo «a», que significa negación, y el término «letheia», que proviene de la raíz lethos, que significa olvido. Se trata de otro término muy bello. La verdad está relacionada con la disolución del olvido y, por tanto, con la reconexión con algo originario, algo que una vez quizás supimos y que luego olvidamos. La verdad así entendida es un volver atrás. La verdad nos llega, por tanto, del pasado y no del futuro. Estuvo allí, todo el tiempo, sólo que no la veíamos. O no la veíamos de la manera como hoy somos capaces de verla24. Esto es muy coherente con la noción circular del tiempo de los griegos.
Para los griegos, la noción de verdad está asociada con el acto de la revelación. Implica siembre un develar, un correr un velo para mirar lo que está allí. La verdad es considerada como epifanía. Ella se asocia a un mostrar, a un des-cubrir, a un desnudar, a un exponer y simultáneamente a un exponernos. Hay en este término una sensualidad estética inconfundible, característica del espíritu griego. Hay también, relacionada con ella, una cierta noción de vértigo, de riesgo, de apertura, de entrega. La verdad se consume. La verdad engendra.
Durante un tiempo importante, la noción griega de verdad apuntaba a algo indiferenciado. Aquello que se revelaba tenía, por lo tanto, un carácter siempre misterioso. Sólo se le descubría en el momento de la experiencia de la verdad, de la aletheia. Antes de ese momento, aquello no podía ser reconocido. Posteriormente, sin embargo, con el desarrollo de la perspectiva metafísica que tiene lugar en la misma Grecia, se identifica aquello que la verdad revela y se le posiciona antes de que acontezca la experiencia de la verdad. Se sostiene entonces que, aquello que la verdad revela, es el Ser de aquello que observamos. Pero ello implica un desplazamiento tardío que no encontramos en los orígenes del término aletheia.
El concepto de verdad de los griegos, que Heidegger retoma con mucha fuerza, es muy diferente de los conceptos de verdad que hoy han devenido predominantes. Es importante reconocer que hoy no existe un único concepto de verdad, sino varios y muy diferentes. No vamos a hacer el examen de todos ellos. Bástenos indicar que, de alguna manera, ellos se articulan en torno a dos líneas interpretativas principales.
La primera de ellas –y, para nosotros, la más discutible y contra la cual la ontología del lenguaje entra en lucha frontal– es la verdad como correspondencia con una realidad objetiva. Se trata, por lo demás, del concepto de verdad más arraigado en el sentido común predominante. La verdad como aquello que da cuenta de cómo las cosas «son». El sustrato metafísico de este concepto de verdad es evidente. Tras él encontramos el supuesto de que a los seres humanos les es posible dar cuenta de cómo son las cosas, de una manera objetiva, que es independiente de ellos mismos. Esta es una noción de verdad que nosotros ponemos fuertemente en cuestión.
La segunda noción de verdad, muy presente en la filosofía de las ciencias, está fundada en la verdad como intersubjetividad, como un consenso al interior de una comunidad a través del cual se privilegian ciertas interpretaciones sobre otras. Se trata de un concepto de verdad como construcción social. Dentro de él es importante determinar quiénes conforman la comunidad socialmente autorizada para participar en el consenso propuesto. Así operan las diversas comunidades científicas. Sus verdades son consideradas como el consenso relativo entre pares con competencias que los autorizan para participar en él y sujeto al uso de procedimientos reglados, supervisados por la misma comunidad en cuestión. Desde el discurso de la ontología del lenguaje tenemos una afinidad evidente con este segundo concepto de verdad.
Cuando, desde la ontología del lenguaje, se objeta la noción