Todo ello nos lleva a concluir que la gran encrucijada ontológica está, en rigor, en otro lugar y se ha realizado mucho antes. La gran encrucijada ontológica ha tenido lugar previamente –antes de haberse escogido opción alguna– en el dominio antropológico, en los presupuestos que aceptamos como válidos en torno a nuestra comprensión de nosotros mismos en cuanto seres humanos. Esta reflexión nos conduce a afirmar el sentido que Heidegger le confiere al término ontología en el sentido de colocarlo, no en el momento de aquella primera encrucijada ontológica que los filósofos suelen tener la impresión de enfrentar, sino en los presupuestos (que llamamos «genéricos») que definen nuestra comprensión del ser humano36.
Resumiendo: el carácter de observador «genérico» al que alude la noción del «claro», apunta a dos miradas diferentes de concebir al ser humano, su mundo y la vida. La primera, que llamamos «metafísica», mira al ser humano desde fuera de sí mismo y mira al mundo y la vida desde más allá de sí mismos (y de nosotros mismos); y una segunda, que reconoce que toda mirada remite a nosotros los seres humanos y que lo central pasa por reconocernos y reconocer el papel de todo lo que procuramos conocer. Esta es la mirada que caracterizamos como «ontológica».
Como ya lo hemos advertido, se trata de una mirada que no sólo nos habla del carácter del conocimiento, sino del propio carácter de la vida. Se trata de la mirada que intuimos en Heráclito, cuando nos señala que es nuestro carácter, nuestra forma particular de ser; es nuestro destino. Es la mirada que reconocemos en Protágoras cuando proclama que el ser humano es la medida de todas las cosas. Es la misma mirada que se expresa en la voz de Shakespeare cuando Casio le advierte a Bruto que el destino no está en las estrellas sino en nosotros mismos.
¿Es el «claro» lo mismo que el observador? Aunque relacionados, no son lo mismo. Tal como lo hemos señalado, el «claro» define una modalidad genérica de observación a la cual se adscribe un determinado observador. En todo observador particular, tal como le hemos señalado, participan muy diversas coordenadas. El «claro» habla tan sólo de los presupuestos más genéricos a partir de los cuales se despliega un «tipo» de mirada sobre sí mismo y el mundo que luego recibirá múltiples especificaciones adicionales. De alguna forma, se trata del pedestal más básico de todo observador, de su capa más profunda. Todo observador para ser el observador que es, requiere situarse en un lugar determinado desde el cual construye su mundo y se concibe a sí mismo de la forma como lo hace. Desde ese lugar, el mundo y él mismo se le revelan de una manera particular.
Recapitulando, entendemos entonces por el «claro» un particular lugar desde el cual construyo el sentido que me confiero a mí mismo, el sentido que le confiero al mundo y, en último término, el sentido que le confiero a la vida. Tal como nos señala el Talmud, «no vemos las cosas tal como son, sino tal como somos»37. En entender esto, reside uno de los mayores aciertos de Heidegger. Cuando este insiste en la importancia de replantearse la pregunta por el ser, según él olvidada de por siglos, lo que hace no es simplemente reponer la pregunta. Lo más importante es el hecho que la modifica. La pregunta por el ser, para Heidegger, no es preguntarse directamente, como lo hicieran los griegos «¿Qué es el ser?», «¿Cuáles son sus atributos?».
La pregunta que Heidegger hace es distinta. Él sabe que las anteriores presuponen una determinada concepción del ser humano, concepción quizás ingenua que habilita hacerse esas preguntas. De allí que él cambie la pregunta. La pregunta por el ser que Heidegger se plantea es «¿Cómo es aquel ser que se pregunta por el ser?». Ese «ser que se pregunta por el ser» no es otro que el ser humano, lo que Heidegger define como el Dasein. Heidegger entiende que su pregunta antecede aquellas que se hacían los griegos. En Heidegger está presente el espíritu de la modernidad, obviamente ajeno en la filosofía clásica.
Esa es nuestra propia opción. Nos inclinamos por concebir que el punto originario en la bifurcación de los paradigmas remite a nuestra concepción del ser humano. Nuestra concepción del mundo es tributaria de nuestra concepción de nosotros mismos. El mundo que postulamos habla de cómo nos concebimos a nosotros y de las capacidades a incapacidades que nos atribuimos para entender el mundo. Para bien o para mal, estamos encerrados en nosotros mismos. Concebir un mundo al que podemos acceder sin interferencia de nosotros mismos implica, de por sí, una determinada comprensión del fenómeno humano. Implica que le asignamos al ser humano la capacidad para acceder de esa manera al mundo.
Esta postura es la que nos permite, con Heidegger, sostener que la pregunta ontológica por excelencia es la pregunta por el ser humano. No existe, para nosotros, otra pregunta que revista la importancia que le conferimos a esta. Todo el resto de las respuestas que demos, independientemente de sus respectivos dominios, remiten en último término a la concepción que, de manera explícita o implícita, tengamos sobre nosotros mismos. Nuestra concepción sobre el fenómeno humano está obligadamente presente en el resto de las respuestas que entreguemos.
El «claro» como forma de vida
De lo anterior puede deducirse que el «claro» apunta a la concepción que tenemos de nosotros mismos. Al entenderlo así, le conferiríamos a la noción del «claro» una fuerte carga cognitiva. Tenemos que tener mucho cuidado con esta interpretación pues, de concebirse lo que hemos dicho en esos términos, estaríamos sesgando de partida nuestra comprensión del fenómeno humano al conferirle a lo cognitivo (al pensamiento) un rol determinante en dicha comprensión.
Nuevamente, Heidegger nos advierte de este peligro y nos muestra una vía diferente que nos aleja del camino cognitivo afirmado con tanta fuerza, primero por los griegos y luego, en el inicio de la modernidad, por Descartes. Heidegger nos muestra que el pensamiento, la conciencia, la razón, la teoría, y todos los demás términos que privilegia una concepción cognoscitiva del ser humano, prescinde del hecho de que todo resulta de una condición primaria que consiste en hallarse en el mundo, de haber accedido a la vida. Lo que define al Dasein, la manera propia de ser de los seres humanos, es el estar-en-elmundo. Este es un hecho con el que nos encontramos.
Hemos sido, en el decir de Heidegger, «arrojados» al mundo y a la vida, sin haberlo escogido. Nos encontramos «en» el mundo, sin haberlo pensado. Y es porque estamos ya en el mundo, de la manera que es propia a los seres humanos, que emerge en nosotros el pensamiento. Lo primero es la condición de hallarnos estando-en-el-mundo, de encontrarnos viviendo-la-vida. Desde allí comenzaremos a pensarla, desde allí tomamos conciencia progresivamente. Desde allí conferimos sentido. Este es el dato primario de la existencia humana. La conciencia, el pensamiento, son un resultado de encontrarnos estando-en-el-mundo. Y es en el encuentro y, muy particularmente, en los desencuentros que desarrollamos en nuestro mundo, que comenzamos a pensar. El pensar deriva de la vida.
El «claro», por lo tanto, aunque podamos por supuesto conceptualizarlo, apunta en definitiva a modalidades de estaren-el-mundo, a modalidades de vivir la vida. El pensamiento, nuestras conceptualizaciones, remiten en último término a modalidades de estar-en-el-mundo. Nuestras conceptualizaciones tienen siempre a la vida como su materia prima y ella es siempre su obligado antecedente. Es muy importante, por lo tanto, «desintelectualizar» la noción del «claro».
Aunque lleguemos a ella a través de un proceso intelectual, y aunque nos invite a generar una articulación conceptual de nuestros presupuesto de observación, el «claro» en rigor apunta a una determinada manera de vivir la vida y de conferirle sentido. Pero cuando hablamos del sentido de la vida no estamos hablando de teorías de la vida. Aunque hay veces que nuestras teorías, nuestras conceptualizaciones, nos ayudan a generar sentido de vida, ellas remiten a dimensiones mucho más profundas que en rigor nos conducen a un dominio muy diferente