Por la senda del pensar ontológico. Rafael Echeverría. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Rafael Echeverría
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Документальная литература
Год издания: 0
isbn: 9789563061635
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no sólo nos es posible transformarnos alterando tales interpretaciones, sino modificando nuestros comportamientos y por tanto lo que sustenta de nuestras interpretaciones sobre nosotros mismos.

      Estos tres postulados se asocian con tres principios que hemos definidos como los principio cardinales del discurso de la ontología del lenguaje. Ellos son los siguientes:

       1. No sabemos cómo las cosas son. Sólo sabemos cómo las observamos o cómo las interpretamos. Vivimos en mundos interpretativos.

      Este principio lo llamamos el principio del observador. Él nos advierte que debemos siempre separar nuestras interpretaciones de una supuesta realidad objetiva. Los seres humanos no tenemos acceso a la realidad objetiva. Esa es simplemente una ilusión. Una ilusión que por lo demás puede hacernos mucho daño, pues la vida se encargará de proporcionarnos múltiples experiencias en las que nos confrontaremos con la inmensa brecha que existía entre nuestras interpretaciones y aquello que termina sucediendo.

      Saber distinguir nuestras interpretaciones de la realidad implica aprender a vivir de una manera diferente. Implica no confiarse en que somos portadores de la verdad. El suponer que accedemos a la verdad nos ciega, nos expone, nos hace caminar por la vida falsamente confiados. Nos expone a decepciones y sufrimientos que quizás podríamos haber evitado. Lo que pensamos, lo que creemos saber, sólo podemos tratarlo como conjeturas, como posibilidades, y debemos estar siempre abiertos a modificar, a corregir, a mejorar nuestras interpretaciones. Ello implica fundar nuestra existencia en la humildad frente a lo que creemos saber y en la apertura al asombro que en todo momento puede depararnos la vida.

      Pero ello implica por sobre todo una forma diferente de relacionarse con el otro. Uno de los problemas más serios que encontramos en nuestras vidas es nuestra gran incapacidad para manejar nuestras diferencias. Comprometemos nuestra propia vida debido a esta incapacidad. Comprometemos nuestras más valiosas relaciones: las relaciones con nuestros padres, hijos, parejas, amigos, colegas, etc. De nuevo, al hacerlo, generamos sufrimiento tanto para nosotros como para quienes están a nuestro alrededor. El no saber aceptar las diferencias con los demás, nos conduce a invalidarlos, a descalificarlos, a negarlos, a excluirlos.

      Parte del problema suele provenir de la presunción de que lo que pensamos es lo correcto, es la verdad. Desde allí, cualquier diferencia con el otro lo deja automáticamente en el error, en la falsedad. Toda diferencia se convierte en una afrenta. Toda diferencia corre el riesgo de presentarse como una ofensa. Ofensa a lo que pienso, a lo que creo. La presunción de que mi interpretación, más allá de ser una mera interpretación, corresponde con la realidad, es verdadera, compromete el respeto que le debo al otro cuando difiere de mí. De allí que concibamos este primer principio como fundamento del respeto en las relaciones con los demás.

      Lo dicho pone en evidencia que no nos es posible contener a un nivel meramente cognitivo estos postulados y principios. Cada vez que los enunciamos no podemos sino referirnos al dominio de la ética que, en su doble dimensión, compromete, por un lado, el sentido de vida y, por otro, nuestras modalidades de convivencia. Sin negar la dimensión conceptual del «claro» ontológico, lo que se deduce en último término es que es una forma de vivir diferente.

       2. No sólo actuamos de acuerdo a cómo somos (y así lo hacemos), también somos de acuerdo a cómo actuamos. La acción genera ser.

      A este principio lo llamamos el principio de la acción. Se trata de un principio que nos permite mirarnos y mirar la vida con otros ojos. Desde que en la Grecia clásica surgieran un grupo de filósofos que denominamos metafísicos (Platón y Aristóteles), hemos entendido que toda acción remite al ser previamente constituido y que, por lo tanto, toda acción refleja ese ser. El ser, por otro lado, era concebido como algo invariante. Todo ser humano, por lo tanto, era portador de un ser particular, ser que se manifestaba en la forma en cómo actuamos. Esta es una tradición muy antigua y, por lo tanto, fuertemente asentada en nuestro sentido común.

      La ontología del lenguaje asume una postura antagónica frente a la propuesta metafísica y altamente sospechosa frente a su noción de ser42. Desde nuestra perspectiva, asumimos que no sabemos cómo somos, sólo sabemos cómo nos interpretamos. Pero vamos más lejos. Sostenemos que los seres humanos están en un proceso permanente de transformación de sí mismos, de acceso a modalidades de ser diferentes. La palanca de esta transformación es la acción, así como la palanca de la acción es nuestra capacidad de aprendizaje.

      Sin desconocer que la manera cómo actuamos habla de nosotros (lo que permite decir «del ser que somos»), no es menos cierto que en la medida que cambiamos nuestra forma de actuar logramos que se modifique nuestra comprensión de nosotros mismos. El ser que nos atribuimos, sostenemos, no es más que una forma, entre otras, de dar sentido a la pregunta cómo somos. Tomás de Aquino señalaba «agere sequitur esse» (la acción sigue al ser). Ello sitúa al ser y a la acción en una sucesión temporal. Pero no es posible separar al uno del otro. El ser, como hemos dicho, no es sino la expresión formal de la acción. Toda acción, por lo tanto, constituye un ser. En ese sentido, podríamos decir que las acciones «revelan» un ser. Pero no lo revelan en el sentido de suponer que estaba antes. Ese ser ha sido constituido por las propias acciones. De no haberse producido estas, no tiene sentido postular ese ser. Y si esas acciones se modifican, el propio ser se transforma.

      El ser no es sino un recurso explicativo tras la búsqueda de un criterio de coherencia en nuestras acciones. No niego que eso pueda tener valor y sernos útil. Pero tiene un serio problema. Los seres humanos, gracias a nuestra inmensa capacidad de aprendizaje, podemos actuar en el futuro de manera distinta de cómo lo hicimos en el pasado. Si lo hacemos, por cuanto hemos aprendido, no tiene sentido decir «¡Ah! Ahora descubro como eres», como si eso hubiera estado allí todo el tiempo. Pero sólo estuvo a partir del aprendizaje. Antes simplemente no estaba.

      Lo importante de esta reflexión es que nos conduce a invertir la relación postulada por los metafísicos. Podemos decir ahora: ¡La acción genera ser! Eso es muy importante por cuanto nos señala que no somos de una forma fija y determinada. Que, mientras estamos vivos, estamos en un proceso de transformación permanente. Pero, lo que debemos destacar, es el hecho de que somos nosotros, a través de nuestra capacidad de aprendizaje, los que, de manera muy importante (aunque no exclusiva) conducimos dicho proceso de transformación.

      Lo hemos dicho muchas veces: los seres humanos participamos con los dioses en el acto sagrado de nuestra propia creación. Mientras estamos vivos, estamos permanentemente inventando cómo somos a través del aprendizaje y la acción. Entenderlo así, implica tomar la vida de otra forma, asumiendo esa responsabilidad y sabiendo que uno de los desafíos más importantes que encontramos en ella consiste en participar en la invención de nosotros mismos. A esto apunta Nietzsche cuando nos convoca a hacer de nuestras vidas una obra de arte.

      El punto central deviene ahora en resolver cómo hacerlo. Parte importante de los desarrollos que hemos efectuado al interior de la ontología del lenguaje, busca precisamente ese desafío. La propia práctica del coaching se dirige en esa dirección: el permitirle a los individuos y a los equipos sortear los obstáculos que interfieren en sus esfuerzos por llegar a ser distintos, por llegar a ser mejores.

       3. La acción de toda entidad resulta de su propia estructura y de la estructura del sistema en el que tal entidad se desenvuelve. Ello define su ámbito de acciones posibles. Dentro de ese ámbito, sin embargo, suele estar la capacidad de introducir transformaciones en ambas estructuras. Estas transformaciones generan la posibilidad de acciones que antes no eran posibles.

      Llamamos a este principio el principio del sistema. El lector familiarizado con nuestra propuesta ya se habrá dado cuenta que cada uno de ellos se refiere a uno de los término de nuestro Modelo OSAR43. En efecto, si la acción tiene la importancia que le confería el principio anterior, es por lo tanto muy importante preguntarse por los condicionantes que la afectan. A este respecto, hacemos una distinción entre dos tipos muy diferentes de condicionantes.

      Por un lado, tenemos los que llamamos condicionantes visibles o de reconocimiento espontáneo como, por ejemplo, ciertas predisposiciones biológicas, las competencias que aprendemos, la tecnología que utilizamos y los factores emocionales