Hoy requerimos aprender a vivir de una manera diferente. Mientras estemos atrapados en un sentido común sustentado en la metafísica, como hoy nos acontece, esa será una tarea muy difícil. El camino que nos conducirá a encontrar el tipo de vida que necesitamos, nos obliga a abrirnos a la filosofía, pero a una filosofía que manifiesta una vocación a favor de la vida y que busca integrarse a ella para ayudarnos a vivir distinto. Necesitamos de una filosofía que afirme la vida. El proceso que busque alcanzarlo requiere acercar la filosofía al pueblo y convertir a los ciudadanos en filósofos.
Los hombres y mujeres de hoy requieren aprender a orientar sus vidas de manera diferente y para ello necesitan de la filosofía. Pero no se trata de que, para obtenerlo, se requiera «acudir» al filósofo, como hoy se acude al psiquiatra. No porque excluyamos la posibilidad de un «acudir al filósofo». De hecho, los coaches que procuramos formar hacen precisamente eso. Ayudan, aportando una mirada diferente, a que otros puedan observar sus propias vidas con nuevos ojos, de manera de descubrir cauces que los conduzcan a cumplir con sus aspiraciones. Ese y no otro es el papel del coach ontológico.
Sin embargo, no basta con acudir a la filosofía para nutrirnos de las respuestas que esta nos proporciona. Podemos ir todavía más lejos. Acercar la filosofía a la vida es también allanar el camino para que cualquier ser humano afine y desarrolle su capacidad de hacer filosofía. Lo decíamos al inicio de este texto. La filosofía surge de una operación ordinaria del pensamiento que todos realizamos. Todos, por lo tanto, de una u otra forma hacemos filosofía. La pregunta que debemos plantearnos, sin embargo, es si aquella filosofía que irremediablemente hacemos, logra enriquecer nuestras vidas. No importa cómo contestemos esta pregunta, estamos convencidos de que podemos hacer mucho más.
El quehacer filosófico llegará realmente a la calle y a la vida en la medida que las barreras que hoy mantiene con los ciudadanos comunes se disuelvan. Siempre podremos distinguir al filósofo profesional de quien no lo es, adiestrado en su disciplina y exhibiendo competencias que no todos poseen. Nunca podremos eliminar esta separación. Sin embargo, la separación que hoy existe entre el filósofo profesional y quien no lo es tiene el carácter de una ruptura. Quien no es filósofo profesional suele quedar excluido del quehacer filosófico.
La reforma de la filosofía que postulamos, implica «romper la ruptura» (los gnósticos de antaño nos hablaban de «cautivar el cautiverio») que hoy se nos impone; y ello implica un avanzar hacia la conquista del pensar filosófico por el ciudadano común. Para ello es necesario crear puentes, es necesario colocar escaleras en las murallas del actual bastión de la filosofía, de manera de penetrar en su interior. Ese es uno de los objetivos que se plantea este libro: ayudarnos a entrar en la fortaleza filosófica. Eso mismo puede mirarse de muchos otros lados o acudiendo a muy diversas imágenes. Se trata también de aprender a entrar en el laberinto de la filosofía, enfrentar al Minotauro y poder salir con vida al espacio abierto desde el cual deberemos continuar viviendo. Más allá de Dionisos, más allá de Prometeo, ello invoca la imagen de Teseo.
Weston, junio de 2006
1 Sin embargo, ellas pueden tendernos una trampa. Es sorprendente descubrir las veces que la gramática le tiende trampas al pensamiento. ¿Cuál es la trampa? Para reconocerlo es necesario percibir que la pregunta «¿qué es el amor?» puede recibir dos interpretaciones diferentes. En la primera interpretación, la pregunta se dirige a explorar el significado del amor, de un amor que se reconoce ligado a experiencias concretas. En la segunda, en cambio, dado que se utiliza el verbo «ser» se presume que la pregunta está dirigida a revelar el «ser» del amor. Nada demasiado serio ha acontecido todavía. El problema se suscita de acuerdo al status que se le otorgue a ese supuesto «ser». El problema sólo se produce cuando se altera la relación originaria entre las experiencias concretas y el «ser» al que el pensamiento arriba con el propósito de comprenderlas; cuando, en vez de subordinar el significado del amor a las experiencias desde las cuales tal significado fue generado, se invierte el orden de las cosas y se entiende que es el «ser» del amor lo que hace que las experiencias particulares concretas sean como son. Con ello se cae en una trampa y se malinterpreta la función gramática del verbo ser. Una vez que se toma ese camino solemos tener la impresión que la filosofía comienza a delirar; que hemos entrado al interior de un pensamiento afiebrado. Las ideas que generamos para entender las cosas parecieran tomar autonomía de ellas y comenzamos a creer que las cosas son meras manifestaciones de las ideas. Las ideas, cuyo estatuto de realidad pertenece a nuestro esfuerzo de comprensión de la experiencia, sustituyen a esta ultima y son reivindicadas como la realidad última de las cosas. Nos hemos resbalado en la gramática para terminar cayendo en el abismo de la metafísica. Cuando ello sucede, el lector, sin mayor formación filosófica, suele leer filosofía y se siente perdido. Tiene toda la razón. Pero no es él, sino la filosofía la que en rigor se ha perdido.
2 Examinar a este respecto mi libro Raíces de sentido: sobre egipcios, griegos, judíos y cristianos, J. C. Sáez Editor, Santiago, 2006. Ver capítulo «El nacimiento de la filosofía en Grecia».
3 Ello no impide que luego se hayan realizado muy diversas incursiones al interior de cada uno de estos caminos, pero las opciones ontológicas básicas han sido siempre aquellas que definieron los antiguos griegos.
4 Estas tres posturas han sido examinadas en mi libro Raíces de sentido: sobre egipcios, griegos, judíos y cristianos, J C. Sáez Editor, Santiago, 2006. Ver capítulo «El nacimiento de la filosofía en Grecia».
5 Ver a este respecto la obra de Pierre Haddot y, en particular, sus libros What is Ancient Philosophy?, Belknap Harvard, Cambridge, Massachussetts, 2002 y Philosophy as a Way of Life, Blackwell, Oxford, 1995.
6 Citado por Josef Pieper indicando como referencia, Hegel, Sämtliche Werke (Jubiläumsausgabe), Ed. H. Glockner, Vol.19, Stuttgart, 1928, p.99. Ver Josef Pieper, Scholasticism, Pantheon Books, N.Y., 1960.
7 Josef Pieper, op.cit., pags.16-17.
8 Ver a este respecto «Los orígenes del cristianismo» en mi libro, Raíces de sentido: sobre egipcios, griegos, judíos y cristianos, J.C. Sáez Editor, Santiago, 2006.
9 Gran influencia había ejercido dentro del movimiento jesuita el Cardenal Roberto Bellarmino, quien había procurado acercar la doctrina de la Iglesia y los nuevos desarrollos de la ciencia. A pesar de ello, Bellarmino terminó jugando un papel determinante en la condena que la Iglesia hace de Galileo. A la Iglesia no le resultaba fácil este esfuerzo de acercamiento a la ciencia.
10 René Descartes, Discurso del método, Universidad de Puerto Rico, Río Piedras, 1954.
11 Para seguir en líneas muy generales este desarrollo, ver Rafael Echeverría, El búho de Minerva: Introducción a la filosofía moderna, J. C. Sáez Editor, Santiago, 2004.
12 Pareciera que el pensamiento rechaza toda limitación y que en, muchas oportunidades, logra penetrar en lo que previamente parecía imposible. Hegel es un claro testimonio de ello. Nada está cerrado a ser pensado. A través de la filosofía de Hegel el afán hegemónico de la metafísica no se limita, como en el pasado, a rechazar la transformación histórica sino que busca apropiarse de ella. Con Hegel la metafísica alcanza uno de sus puntos más altos en su desarrollo. Pero desde allí se expone también a su mayor caída.
13 Ver al respecto, Ludwig Feuerbach, The Essence of Christianity, Prometheus Books, Buffalo, N.Y., 1989.
14 Yo mismo fui víctima de esta ceguera. Dado que durante varios años, en la fase temprana de mi propio desarrollo intelectual, mi atención estuvo concentrada en el pensamiento de Marx, Feuerbach ocupaba para mí un lugar secundario. En mi libro El búho de Minerva, el papel que le confiero a Feuerbach se restringe precisamente a hacer de eslabón entre Hegel y Marx. Será con posterioridad, a partir de la lectura de Martin Buber, ¿Qué es el hombre? (Brevarios del Fondo de Cultura Económica, México, 1949), que logro evaluar de manera muy diferente