La imposibilidad de fijar en un nivel mínimo de elementos compartidos la conditio sine qua non para la emergencia de una identidad étnica (9) no significa, sin embargo, afirmar la total ausencia de condiciones. Significa más bien identificar las condiciones de éxito del paradigma étnico en cuanto a su capacidad de proporcionar respuestas adecuadas a las demandas materiales y simbólicas que en un momento determinado se ciernen sobre los individuos. Esto quiere decir que la credibilidad de una pertenencia étnica no depende de condiciones objetivas de semejanza sino de su mayor “eficiencia” respecto de otras propuestas identitarias concurrentes.
Si bien la creencia en un vínculo parental puede extraer argumentos del hecho de compartir una misma cultura, lengua, religión, etcétera, el grupo étnico no constituye precisamente un grupo cultural, lingüístico o religioso. Existe una distancia insalvable entre un grupo étnico, cuya lengua o religión son argumentos, y un conjunto de individuos que simplemente comparten el mismo idioma o confesión religiosa. A través de la percepción de un parentesco entra en escena algo más: algo que excede la suma de las partes. Este algo más está ligado a la naturaleza específica de la frontera que, en virtud de la representación de una consanguinidad, ha sido trazada entre quienes están fuera y quienes están dentro del grupo social. El simple hecho de compartir algunos elementos genéricamente culturales identifica a un grupo con características completamente diferentes de aquéllas que son propias de un grupo social, el cual deriva de este mismo hecho argumentos suficientes para apoyar la creencia en la consanguinidad.
La importancia de los criterios que definen la pertenencia se funda en su capacidad para definir la naturaleza del vínculo comunitario y la percepción de la alteridad. La relevancia política de la naturaleza étnica de un grupo social no radica, sin embargo, en la mayor destructividad del conflicto o en la mayor dificultad de su resolución respecto de otros tipos de conflictos también con una base identitaria. En efecto, a pesar de sus características parece difícil atribuir a la identidad étnica una capacidad polemógena superior a la de otros tipos de identidad. (10) La historia moderna, particularmente del siglo XX, por desgracia demuestra sobradamente que también las identidades completamente diferentes de aquellas con un fundamento étnico, poseen la capacidad para activar conflictos de altísima intensidad y con un enorme potencial de barbarie. Poner el énfasis en las diferencias, incluso profundas entre diversos tipos de identidad, no debe comportar la ilusión de que exista una identidad política absolutamente inclusiva. El conflicto es coextensivo a la identidad como delimitación de una alteridad, y la negación de la identidad siempre genera un conflicto radical.
Rigidez de frontera y naturalidad del fundamento
En el caso de la etnicidad, el carácter subjetivo y no fundado, propio de toda identidad, se transfigura en la percepción de un fundamento natural y objetivo de la pertenencia. La especificidad de la pertenencia étnica radica, en primer término, en la negación de su carácter arbitrario. Como cualquier identidad de grupo, también la identidad étnica es una identidad artificial y construida, pero su especificidad radica precisamente en la desmemoria de esa característica de origen, (11) en creerse un dato natural. La identidad étnica propone la “paradoja” de la elección de una “identidad natural”: es la invención subjetiva de un fundamento cuya característica es la de ser, para los actores implicados, algo objetivo. En el caso de la etnicidad, el carácter artificial de toda frontera social coexiste con la convicción subjetiva de los actores de identificarse con base en un dato natural. El actor elige, de hecho, una definición étnica de la propia identidad, pero esta elección no cancela el hecho de que de este modo está decidiendo a favor de una pertenencia garantizada por un fundamento objetivo. El actor puede optar por caracterizar integralmente la propia identidad a través de la referencia étnica, es decir, puede descubrir su propia pertenencia étnica, pero esto no cancela automáticamente el hecho de adoptar, de este modo, una forma naturalmente garantizada y objetivamente fundada de la definición de sí mismo y del nosotros.
Una segunda peculiaridad de la identidad étnica está constituida por su inmodificabilidad. (12) La etnicidad tiene por base un modo de “ser” no sujeto a cambio: la pertenencia a una estirpe puede ser descubierta o escondida, reivindicada o acallada, pero no se puede perder ni conquistar. El nacimiento determina por definición lo único e inmutable. Se trata de una pertenencia que se da de una vez por todas y perpetuamente disponible como recurso objetivo de definición de la propia identidad. La naturaleza adscriptiva de la identidad étnica no implica la inutilidad de la toma de conciencia del actor sino referirse a un “hecho”, a un “dato” natural respecto del cual se puede elegir el tipo de relación que se quiere mantener, pero sin poder modificarlo de ningún modo.
Otro rasgo distintivo de la identidad étnica consiste, en tercer lugar, en su preeminencia. La identidad étnica posee, respecto de la multiplicidad de las identidades funcionales (como las vinculadas con los roles sociales en general), una continuidad temporal incomparablemente superior: puede cambiar la posición económico–social, profesional, económica y geográfica del individuo, pero no la pertenencia étnica. En efecto, la consanguinidad implica una definición del “ser” en su diferencia específica respecto del “hacer” y el “saber”. (13)
La identidad étnica define el núcleo de estabilidad que acompaña al individuo en sus peregrinaciones biográficas, y permanece completamente indiferente a las mismas. Ocupa una posición más elevada respecto de otros tipos de identidad porque es totalmente independiente del talento individual, de los méritos, de los destinos: en suma, de las contingencias que definen la vida.
En cuarto lugar, el grupo definido en términos de parentesco posee fronteras más rígidas e infranqueables que las de otros tipos de grupo social. La referencia al origen —a un hecho natural y objetivo— determina la naturaleza cerrada del grupo social, (14) porque acaba excluyendo de modo definitivo una posibilidad generalizada de ingreso. El nosotros, definido en forma naturalista, presenta una clausura impenetrable respecto de la alteridad, porque la pertenencia se decide, en última instancia, con base en factores rigurosamente no electivos y por principio no universalizables. La identidad étnica posee la capacidad de confinar al otro a una condición de extranjería de la cual no puede liberarse de ningún modo.
Ningún otro fundamento tiene la posibilidad de determinar una rigidez y un encerramiento del grupo social comparables con los que proporciona la consanguinidad. La comunidad lingüística, por ejemplo, posee ciertamente mayor permeabilidad. (15) Una lengua se puede aprender y, por difícil que sea su aprendizaje, la asimilación lingüística se logra enteramente en la generación sucesiva. La apertura del grupo social es directamente proporcional al carácter electivo de su fundamento: incluso sin ser electiva en sentido propio, la comunidad lingüística posee límites más flexibles y permeables que la étnica.
Ni siquiera la identidad religiosa posee una fijeza y una capacidad excluyente comparables con las de la identidad étnica. A diferencia de esta última, la comunidad religiosa aspira a hacerse universal: se presenta como custodio y promotora de verdades y valores con un destino y validez en principio universales. La comunidad religiosa es tendencialmente inclusiva, e incluso en sus formas extremas de conflictualidad con otras confesiones, auspicia y prevé institucionalmente la inclusión del otro, (16) aunque sea bajo la forma ambigua de la conversión. Por último, la identidad religiosa es formalmente electiva y en principio siempre reversible.
En quinto lugar, la identidad étnica se caracteriza por la particular amplitud de su horizonte temporal. La etnicidad define una continuidad temporal que trasciende la vida individual y el horizonte de una sola generación. (17) La estabilidad de la identidad étnica se manifiesta no sólo en el plano temporal sino también en el histórico, ya que se mueve entre las generaciones y establece un lazo entre pasado y futuro: (18) “Al atribuirse un origen común y distante en el tiempo, los individuos de la colectividad que reivindican una identidad étnica propia experimentan una sensación de continuidad y un sentido de permanencia más