El último viaje. Terry Brooks. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Terry Brooks
Издательство: Bookwire
Серия: Las crónicas de Shannara
Жанр произведения: Языкознание
Год издания: 0
isbn: 9788417525569
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has estado, Quentin Leah? —le pidió el enano, entre jadeos y colorado por el esfuerzo—. ¡Llevamos buscándote desde ayer! ¡Te he visto por pura casualidad!

      Llegó frente a Quentin y le estrechó la mano calurosamente.

      —Bien hallado, tierralteño. Estás hecho un desastre, espero que no te importe que te lo diga. ¿Estás bien?

      —Estoy bien —respondió Quentin, aunque no fuera cierto—. ¿Quiénes me habéis buscado, Panax?

      —Kian y yo, Obat y un puñado de rindge. La abominasquión los ha destrozado a consciencia. La aldea, a los lugareños, todo. La tribu ha quedado desparramada por toda la geografía, al menos, aquellos a los que no mató. Obat reunió a los supervivientes en las colinas; tenían la intención de reconstruir la aldea y seguir como antes, pero ya no. No van a volver. Las cosas han cambiado.

      De pronto, se detuvo, observó con más detenimiento el rostro de Quentin y descubrió algo en lo que todavía no había reparado.

      —¿Dónde está Tamis? —inquirió.

      Quentin sacudió la cabeza.

      —Ha muerto. Ard Patrinell también. Se mataron el uno al otro. No pude salvar a ninguno de los dos. —Le temblaban las manos y era incapaz de pararlo. Clavó la mirada en el suelo, confundido—. Le preparamos una trampa entre Tamis y yo. Nos escondimos en el bosque, junto a uno de los hoyos, y dejamos que la abominasquión nos encontrara con la esperanza de hacer que cayera en la trampa. Usamos un señuelo, un ardid para atraerla. Funcionó, pero salió del hoyo y Tamis…

      Se le apagó la voz, incapaz de continuar y las lágrimas se le agolparon en los ojos por enésima vez, como si fuera un niño que revive una pesadilla.

      Panax agarró las manos de Quentin entre las suyas, las aquietó y se las sujetó hasta que los temblores se detuvieron.

      —Parece que tú también escapaste por los pelos —observó en tono calmado—. Supongo que no podías hacer más para salvarlos que no hubieras probado ya. No te exijas demasiado, tierralteño. La magia no siempre proporciona las respuestas que buscamos. El druida lo habrá descubierto por sí mismo, esté donde esté. A veces, debemos aceptar que tenemos limitaciones. Hay cosas que no podemos evitar. La muerte es una de ellas.

      Le soltó las manos y lo asió de los hombros.

      —Siento mucho lo de Tamis y Ard Patrinell, de verdad. Seguro que lucharon por sus vidas, tierralteño, pero tú también. Creo que, tanto a ellos como a ti mismo, les debes hacer que haya servido de algo.

      Quentin miró los ojos marrones del enano y volvió paulatinamente en sí, mientras forjaba una nueva determinación. Evocó el rostro de Tamis al final, el espíritu feroz con el que se había enfrentado a su propia muerte. Panax tenía razón: derrumbarse ahora, entregarse a la tristeza, sería traicionar todo por lo que la elfa había luchado. El joven inspiró hondo.

      —De acuerdo.

      Panax asintió y retrocedió.

      —Bien. Necesitamos que seas fuerte, Quentin Leah. Los rindge llevan explorando desde esta madrugada, desde antes del amanecer. Se han adentrado en las ruinas. Bastión Caído está plagado de escaladores, pero no funciona ninguno. Ya no funcionan los filamentos de fuego. Al parecer, Antrax ha muerto.

      Quentin lo miró de hito en hito sin comprender nada.

      —Pues muy bien, dirás, pero mira ahí. —El enano señaló al este, al banco de nubarrones que se avecinaba, como una cortina de oscuridad que llenaba el horizonte—. Lo que se avecina es un cambio en el mundo, de acuerdo con los rindge. Tienen una profecía que lo anuncia. Si Antrax es destruido, el mundo volverá a ser como era. ¿Recuerdas que los rindge insistían en que Antrax controlaba el tiempo? Bien, pues antes de que lo hiciera, esta tierra solo era hielo y nieve, hacía un frío gélido y era casi inhabitable. Tan solo se volvió cálida y frondosa después de que Antrax la cambiara hace eones. Y ahora, está volviendo a su estado original. ¿Notas el fresco?

      Quentin no se había dado cuenta antes, pero Panax tenía razón. El ambiente se enfriaba a un ritmo constante, a pesar de que el sol hubiera salido ya. Ese ambiente fresco era de los que anunciaban la llegada del invierno.

      —Obat y su pueblo cruzarán las montañas hasta el interior de Parcasia —continuó el enano—. Allí hace mejor tiempo y la región es más segura. Si no encontramos el modo de salir de aquí enseguida, creo que lo mejor será acompañarlos.

      De repente, Quentin se acordó de la aeronave.

      —Justo acababa de ver a la Jerle Shannara, Panax —dijo, y atrajo la atención del otro hacia el frente—. Ha estado visible durante unos segundos, justo por ahí. La he visto justo cuando me has encontrado, pero luego la he perdido entre esas nubes.

      Escudriñaron juntos la oscuridad durante unos minutos, pero no vieron nada. Entonces, Panax se aclaró la garganta.

      —No quiero ponerte en duda, que conste, pero ¿estás seguro de que no se trataba de la Fluvia Negra?

      Tal posibilidad no se le había ocurrido a Quentin. Tenía tantas ganas de que fuera la Jerle Shannara, suponía, que en ningún momento se había parado a pensar que podía ser la aeronave enemiga. Se había olvidado de su némesis.

      Sacudió la cabeza lentamente.

      —No, no estoy seguro.

      El enano asintió.

      —No pasa nada, pero tenemos que ir con cuidado. La bruja y sus mwellrets todavía andan por aquí.

      —¿Y qué me dices de Bek y los demás?

      Panax parecía incómodo.

      —Todavía no hemos encontrado ni rastro de ellos. No sé si los encontraremos, tierralteño. El pueblo de Obat no quiere volver a las ruinas; dicen que es la cuna de la muerte, aunque ya no exista Antrax ni estén activos los escaladores ni los filamentos de fuego. Dicen que está maldito, que nada ha cambiado. He tratado de convencerlos para que me acompañaran esta mañana, pero, después de lo ocurrido, han vuelto a las colinas a esperar. —Sacudió la cabeza—. A ver, no los culpo, pero tampoco es de mucha ayuda.

      Quentin se enfrentó a él.

      —No pienso abandonar a Bek, Panax. Ya estoy harto de huir, de ver a la gente morir y no hacer nada para evitarlo.

      El enano asintió.

      —Seguiremos buscando, tierralteño. Todo lo que podamos, no dejaremos de buscar. Pero no te hagas demasiadas ilusiones.

      —Está vivo —insistió Quentin.

      El enano no respondió, su rostro curtido y franco no revelaba sus pensamientos. Clavó la mirada en el cielo, en dirección al norte, y Quentin copió su gesto. Una línea de manchas negras había aparecido en el horizonte, y avanzaba en paralelo a la tormenta, desplegadas sobre el cielo matutino.

      —Aeronaves —anunció bajito Panax, con cierta afectación en la voz áspera.

      Contemplaron cómo las manchitas se agrandaban y tomaban forma. Quentin no comprendía cómo habían salido tantas aeronaves, al parecer de la nada, en un momento. ¿Ante quién respondían? Miró a Panax, pero el enano estaba tan confundido como él.

      —Mira —dijo Panax mientras señalaba.

      La aeronave que Quentin había visto hacía un rato había reaparecido entre la oscuridad y surcaba el cielo a toda velocidad rumbo al este, hacia las montañas. Esta vez no había lugar a dudas: se trataba de la Fluvia Negra. El grito de socorro murió en los labios del tierralteño, que se quedó petrificado donde estaba cuando esta los sobrevoló y se perdió en la distancia. Ahora veían que trataba de cortarle el paso a otra nave, más adelantada. La inclinación distintiva de los tres mástiles les reveló que no era otra que la Jerle Shannara. La bruja y sus mwellrets daban caza a los nómadas y los otros buques les pisaban los talones a ambas.

      —¿Qué