Los Elementales. Michael McDowell. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Michael McDowell
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Языкознание
Год издания: 0
isbn: 9789509749450
Скачать книгу
eran dueños de Mobile y los Savage ya eran muy importantes incluso entonces. El gobernador de todo el territorio francés era un Savage y tenía una hija… Yo no sé cómo se llamaba, ¿usted sabe, Odessa?

      Odessa negó con la cabeza.

      —Bueno, esa hija murió en el parto. El bebé también murió y los enterraron juntos en el mausoleo de la familia. No donde enterramos a Marian hoy, sino en otro que había antes… y que ya no existe. Como sea, al año siguiente el marido de la difunta también murió, de cólera o algo parecido, y volvieron a abrir el mausoleo. —Leigh hizo una pausa.

      —¿Y saben qué encontraron? —agregó Odessa desde atrás.

      Nadie tenía la menor idea.

      —Descubrieron que habían enterrado viva a la mujer —dijo Leigh—. Despertó adentro del ataúd y empujó la tapa y gritó y gritó, pero nadie la oyó, y se desgarró las manos intentando abrir la puerta del mausoleo, pero no pudo abrirla y como no tenía nada que comer… se comió al bebé muerto. Y cuando terminó de comerse al bebé apiló los huesos en un rincón y puso la ropa del bebé sobre la pila. Después murió de hambre, y eso fue lo que encontraron cuando abrieron el mausoleo.

      —Eso jamás habría ocurrido si la hubieran embalsamado —dijo Big Barbara—. Muchas veces la gente se pone negra sobre la mesa del embalsamador. Eso quiere decir que les quedaba un resto de vida adentro; pero una vez que les inyectan el líquido de embalsamar, nadie vuelve a despertar. Si alguno de ustedes está presente cuando yo muera, quiero que se asegure de que me embalsamen.

      —No creo que ese sea el final de la historia, Barbara —dijo Luker, molesto con la interrupción.

      —Bueno —dijo Big Barbara a la defensiva—. Ya es una historia bastante terrible. No veo que se le pueda agregar mucho más.

      —Bueno, cuando encontraron a la madre muerta en el piso del mausoleo y vieron la pequeña pila de huesos, todos quedaron tan perturbados que imaginaron que debían hacer algo para que no volviera a ocurrir. Y por eso en todos los funerales el jefe de familia clavaba un cuchillo en el corazón del difunto para asegurarse de que estaba realmente muerto. Siempre lo hacían durante las exequias para que todos lo vieran y no temieran que el cadáver despertara después en el mausoleo. No parece mala idea, teniendo en cuenta que probablemente no conocían el líquido de embalsamar.

      India había levantado la vista del papel cuadriculado y escuchaba con suma atención a Leigh. Pero su lápiz continuaba moviéndose con decisión sobre la página, y de vez en cuando miraba sorprendida la imagen que se iba formando.

      —Desde entonces, todos los recién nacidos en la familia Savage recibían de regalo un cuchillo en el bautismo, y ese cuchillo los acompañaba por el resto de sus vidas. Y, cuando morían, les clavaban el cuchillo en el pecho y lo enterraban en el cajón al lado del muerto.

      —Y después se transformó en un ritual —dijo Luker—. Quiero decir, Dauphin no enterró el cuchillo hasta el fondo, ¿verdad? Digamos que hizo una incisión.

      —Es cierto —dijo Odessa—. Pero eso no es todo.

      —¡No puedo creer que haya más! —chilló Big Barbara.

      —Poco antes de la Guerra Civil —prosiguió Leigh—, una chica se casó con un Savage y le dio dos hijos: dos niñas. El tercero hubiera sido varón, pero murió al nacer. Y la madre murió después. En el funeral pusieron a la madre y al bebé en el mismo ataúd, como la primera vez.

      —¿También le clavaron un cuchillo al bebé muerto? —preguntó India. Su lápiz trazaba líneas minuciosas sobre el papel sin necesidad de que ella mirara lo que hacía.

      —Sí —dijo Odessa.

      —Sí —dijo Leigh—. Por supuesto que sí. El padre del niño clavó el cuchillo en el bebé primero, y después lo sacó… Debe haber sido algo terrible de hacer. La iglesia estaba atestada de gente y el padre extrajo el cuchillo del pecho de su hijito. Lloraba, pero era valiente. Y después levantó el cuchillo bien alto y lo bajó y lo clavó en el pecho de su esposa y…

      —¿Y? —Luker, que no toleraba las pausas, la instó a seguir.

      —Y ella despertó gritando —dijo Leigh en voz muy baja—. Despertó al sentir el cuchillo entrando en su carne. La sangre saltó por todas partes, manchó la mortaja, el cajón, empapó al bebé y al esposo. La mujer agarró a su esposo del cuello y lo arrastró al ataúd con ella, y el cajón se dio vuelta y los tres cayeron al suelo en la nave central de la iglesia. Ella no le quitó las manos del cuello y murió así. Entonces hicieron el funeral de verdad…

      —¿Y qué pasó con el esposo? —preguntó India, curiosa.

      —Volvió a casarse —dijo Leigh—. Era el tatarabuelo de Dauphin, el hombre que construyó Beldame.

      Big Barbara se puso a llorar, conmovida no solo por el relato, sino por la caída de la tarde, por el escocés que había bebido y por su creciente sentimiento de pérdida. Luker se dio cuenta y frotó los muslos de su madre con las plantas de los pies para consolarla.

      —¿Entonces es por eso que ya no hunden el cuchillo hasta el fondo? —preguntó Luker.

      —Correcto —dijo Odessa.

      —Solo tocan el pecho con la punta del cuchillo… esa es la parte simbólica —dijo Leigh—. Pero después entierran al muerto con el cuchillo entre las manos, y esa parte no es simbólica. Suponen que si el muerto despierta en el ataúd, usará el cuchillo para matarse.

      —¿Pero no embalsamaron a Marian Savage? —preguntó Luker.

      —No —dijo Big Barbara—. No la embalsamaron. En su momento no embalsamaron a Bothwell, y debido a eso Marian pidió que tampoco la embalsamaran a ella.

      —Bueno —dijo Luker con espíritu práctico—, si embalsamaran a todos los Savage ya no tendrían que hacer cosas raras con el cuchillo.

      —Ahora eres una Savage —le dijo India a Leigh—. ¿Tienes un cuchillo?

      —No —dijo Leigh, sorprendida. Jamás se le había ocurrido pensarlo—. No tengo cuchillo, no sé qué harán cuando…

      —Sí, señora —dijo Odessa—. Usted tiene un cuchillo.

      Leigh levantó los ojos.

      —¿En serio? ¿Y dónde está, Odessa? Yo no sabía que…

      —La señorita Savage se lo dio el día de su boda, pero el señor Dauphin no permitió que lo viera. Lo escondió. Él sabe dónde está y yo también sé dónde está. Puedo mostrárselo si quiere verlo. —Odessa se levantó para ir a buscar el cuchillo.

      —No —chilló Big Barbara—. Deje las cosas como están, Odessa.

      Odessa volvió a sentarse.

      —Se me erizó la piel —dijo Leigh con un estremecimiento—. Yo no sabía, no…

      —No quiero que te hagan eso —dijo Big Barbara.

      —Ahora es una Savage, Big Barbara —dijo India—. Tienen que hacerlo… Cuando se muera, quise decir. —El lápiz de India se movía veloz y en grandes ángulos sobre el papel. Pero ella seguía sin mirar lo que dibujaba.

      —¡No! —gritó Big Barbara—. Dauphin no te clavará ningún cuchillo, no…

      —Barbara —dijo Luker—, no te atormentes. Si Leigh está muerta, el cuchillo no podrá lastimarla. Pero todavía no ha muerto. Y además es muy probable que ya no estés entre nosotros cuando eso ocurra.

      —¡Sigue sin gustarme!

      —Bueno, mamá, no te preocupes. Solo quería que todos supieran lo del cuchillo para que no le preguntaran nada a Dauphin. Fue muy generoso al permitirnos asistir a las exequias. Los funerales de la familia Savage siempre fueron privados por este asunto de los cuchillos, pero Dauphin nos ha mostrado cuánto confía en nosotros. Sabía que no