Los Elementales. Michael McDowell. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Michael McDowell
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Языкознание
Год издания: 0
isbn: 9789509749450
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apoyados sobre el regazo de su madre, pero se revolvía incómodo cada vez que el loro Nails gritaba. India le había llevado a su abuela una pila de catálogos para hojear mientras ella bordaba a mano, con hilo verde y púrpura, una camisa de trabajo azul. El sol brillaba radiante y verde a través del follaje de los robles que protegían el fondo de la casa. Las ventanas tenían vitrales emplomados y, cuando el sol irrumpía unos segundos a través del follaje tupido, su luz atravesaba los vidrios de colores y pintaba la cara de India de dorado, azul y rojo.

      Hasta que por fin llegó Leigh. Oyeron el auto sobre el camino de grava, oyeron el golpe de la puerta del coche al cerrarse.

      —¿Quedaba tanto por hacer? —le preguntó Big Barbara a su hija, que entró por la cocina—. Estuviste mucho tiempo afuera.

      —¡Levántate, Luker! —dijo Leigh.

      —Estuve levantado todo el día. —Sin ganas y con precario equilibrio, Luker se levantó del sofá. Leigh pateó sus zapatos para quitárselos y ocupó el lugar que su hermano había dejado vacante. Se desprendió el velo y lo dejó caer sobre la mesa ratona.

      —Mamá, apuesto que estuviste sentada aquí toda la tarde frotándole los pies a Luker. Bueno, ahora frótame los míos un rato.

      —¿Con o sin medias?

      —Con, déjamelas puestas. No tengo fuerzas para sacármelas ahora.

      —¿Trajiste a Odessa de regreso contigo? —preguntó Luker. Sentado a la mesa, examinaba con atención el dibujo de su hija sobre papel cuadriculado.

      —Aquí estoy —dijo Odessa desde la puerta de la cocina.

      —Por eso tardamos tanto —dijo Leigh—. Volvimos a la iglesia y nos ocupamos de todo… Aunque cuando solo asisten siete personas a un funeral y hay un solo ataúd en realidad no hay mucho para hacer.

      —¿Qué hicieron con las flores que sobraron?

      —Las llevamos a la iglesia de Odessa. Anoche murió un anciano y la familia no tenía nada, así que llevamos las flores y las pusimos en la iglesia. Nos invitaron a todos al funeral, pero les dije que no, que me parecía que no podríamos asistir, que un funeral por semana era más que suficiente.

      —¿Quieren tomar algo? —preguntó Odessa.

      —Té helado —dijo Leigh—, por favor, Odessa.

      —Escocés con mucho hielo —dijo Big Barbara.

      —Yo me ocupo —le dijo Luker a Odessa—. Tengo que empezar a ponerme en movimiento. ¿Tú quieres algo, India?

      India, que no aprobaba el servicio doméstico, había rechazado el ofrecimiento de Odessa, pero le dijo a su padre:

      —Tal vez un jerez…

      —Dauphin tiene un Punt e Mes —dijo Luker.

      —¡Oh, genial! Con un cubo de hielo.

      Big Barbara se dio vuelta.

      —Luker, ¿esa chica bebe?

      —Solo desde que conseguí que abandonara las anfetaminas —dijo Luker guiñándole el ojo a Odessa.

      —¡Eres demasiado joven para beber! —le gritó Big Barbara a su nieta.

      —No, no lo soy —respondió India sin levantar la voz.

      —¡Bueno, te aseguro que eres demasiado joven para beber delante de mí!

      —Entonces date vuelta.

      —¡Por supuesto! —dijo Big Barbara, y se dio vuelta. Miró a Leigh—. ¿Sabes que esa chica ve gente muerta todo el tiempo en Nueva York… en plena calle? ¡Las personas se mueren a la vista de todos y uno puede moverlas con un palo!

      —India es mucho más madura de lo que era yo a su edad, mamá —dijo Leigh—. No creo que debas preocuparte tanto por ella.

      —Si quieres saber qué pienso, pienso que es terrible tener a Luker como padre. Es el hombre más malo del mundo; pregunta y verás.

      —¿Y por eso lo quieres más que a mí? —preguntó Leigh.

      Big Barbara no respondió, pero India soltó una carcajada.

      —Luker no está mal —dijo.

      Luker apareció con una bandeja de tragos. Primero se acercó a India.

      —Mira esto, Barbara —dijo—. Mira qué bien la entrené. ¿Qué se dice, India?

      India se levantó de la mesa, hizo una genuflexión y dijo con voz afectada:

      —Te agradezco muchísimo, padre, por haberme traído este vaso de Punt e Mes con hielo.

      India volvió a sentarse, pero Big Barbara no se dejó convencer.

      —Tiene buenos modales, sí, ¿pero podríamos decir lo mismo de sus valores morales?

      —Bah —dijo Luker con liviandad—. Nosotros no tenemos valores morales. Debemos arreglarnos con un par de escrúpulos.

      —Ya me parecía —dijo Big Barbara—. Jamás saldrá nada bueno de ninguno de ustedes dos.

      India miró a su abuela.

      —Somos diferentes —se limitó a decir.

      Big Barbara sacudió la cabeza.

      —¿Alguna vez escuchaste palabras tan verdaderas, Leigh?

      —No —dijo Leigh. Y sin querer volcó casi media taza de té helado sobre su vestido negro. Sacudiendo la cabeza ante su propia torpeza, se levantó y fue a cambiarse. Cuando regresó, pocos minutos después, Luker ya había recuperado su puesto en el sofá y ofreció, falsamente, devolvérselo.

      —Bueno, presten atención —dijo Leigh. Y se sentó en una silla frente a ellos—. ¿Se mueren por saber lo del cuchillo o no?

      —¡Sabes que sí! —chilló Big Barbara.

      —Odessa me lo contó cuando volvíamos de la iglesia.

      —¿Cómo es posible que Odessa lo supiera y tú no? —preguntó Luker.

      —Porque es un secreto de la familia Savage, por eso. Y no hay nada de los Savage que Odessa ignore.

      —Marian Savage me contaba todo —dijo Big Barbara—. Pero jamás dijo una palabra sobre clavarles cuchillos a los muertos. Yo no habría olvidado algo así.

      —Vamos, cuéntanos —exigió Luker, impaciente a pesar de su postura lánguida. La luz del porche era ahora totalmente verde.

      —Prepárame un trago, Luker, y les contaré a todos lo que me dijo Odessa. Y, cuando se hayan enterado, no podrán decirle una sola palabra a Dauphin, ¿entendido? No le gustó hacerlo, no quería clavar un cuchillo en el pecho de Marian.

      —¡Tendría que haberme pedido que lo reemplazara! —dijo Luker.

      Nails gritó en su jaula.

      —No soporto a ese pájaro —dijo Leigh hastiada.

      Luker fue a prepararle un trago y regresó acompañado por Odessa.

      —¿Podría asegurarse de que mi hermana cuente las cosas tal como son? —preguntó Luker por encima del hombro. Odessa asintió. Sentada a la mesa, India volvió a inclinarse sobre el cuaderno de papel cuadriculado. Odessa se sentó en la otra punta y comenzó a recorrer con sus huesudos dedos negros el borde de su vaso de té helado.

      Leigh miró a todos con expresión grave.

      —Odessa, ¿usted me interrumpirá si digo algo que no está bien, verdad?

      —Sí, señora, por supuesto que sí —dijo Odessa. Y bebió un sorbo de té para cerrar el trato.

      —Bueno —empezó Leigh—, todos sabemos que los Savage están en Mobile desde hace muchísimo tiempo…

      —Desde