La ciudad en el imaginario venezolano. Arturo Almandoz Marte. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Arturo Almandoz Marte
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Языкознание
Год издания: 0
isbn: 9788412337129
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«pizarrones» y demás colaboraciones de don Arturo en el diario El Nacional y otros medios divulgativos fueron completados, desde los setenta, por crónicas de quienes escenificaban sus imaginarios en la Caracas mutante, como ocurría con Elisa Lerner, Luis Beltrán Guerrero, Igor Delgado Senior y José Ignacio Cabrujas. Se puede predicar de estos autores diversos lo que Milagros Socorro señalara –ensayista ella también a través de su periodismo– a propósito de la Sádica Elisa: «es confesa la actitud creativa del cronista al echar mano de unos materiales de lo real que ha observado, pero también ensoñado, imaginado, ficcionalizado, sin otra intención que la de hacer coincidir en algún punto su propia percepción con la del colectivo».[29]

      Se produjo, empero, desde finales de los años ochenta, una recuperación del abordaje ensayístico por especialistas provenientes de diferentes campos, señaladamente desde la filosofía y la estética, entre quienes se contaron Juan Nuño y María Elena Ramos. Fueron surgiendo, al mismo tiempo, profesionales de la arquitectura y el urbanismo, quienes sobre todo a través de la crítica en prensa, trataron de rescatar el talante ensayístico y humanístico para la ciudad, desde William Niño y Federico Vegas a Marco Negrón y Tulio Hernández.[30] En diferentes grados y desde distintos puntos de vista generacionales e ideológicos, esos autores comparten la tesitura reflexiva que, no obstante el prevaleciente especialismo advertido desde el tercer libro de esta investigación, interesa mantener en tanto clave del conjunto de textos a ser revisado aquí.[31]

      7. A la par de aquellos grupos emblemáticos y de los novelistas consolidados ya para la década de 1970 –Salvador Garmendia, Adriano González León, José Balza, Antonieta Madrid, Eduardo Liendo, Carlos Noguera, Renato Rodríguez–, entre los narradores que asumieron «la urbe como escenario y clima intelectual del relato» destacarían Victoria de Stefano, Humberto Mata, Antonio López Ortega, Ángel Gustavo Infante y Gabriel Jiménez Emán.[32] A partir de lo señalado por Barrera Linares a propósito de la aparente internacionalización de tramas y personajes en la narrativa de los ochenta y noventa, surge como cuestión a revisar en ese corpus novelístico que la urbanización del imaginario, sobre todo en la más joven generación finisecular, no se reduzca –casi un siglo después de la evasión modernista, más que comprensible en su momento histórico y estético, pero obviamente superada– a «poner a los personajes a moverse en espacios de ciudades extranjeras, haciéndolos emprender viajes a Europa o a otros países, cuando no acudiendo a temáticas que rayan en la más transgresora de las banalizaciones».[33]

      Como rasgos metodológicos y temáticos de la narrativa venezolana finisecular, el mismo Barrera Linares ha señalado que, después de lo urbano emerger con fuerza en los sesenta y setenta, los ochenta llevaron a muchos narradores «a escribir para y por la academia», mientras que en los noventa se pretendió una renovación con tópicos supuestamente inusitados, como «lo sexual, lo político, lo cotidiano, lo familiar, lo fantástico o lo terrorífico, más allá de lo telúrico, lo urbano y lo popular».[34] Ese academicismo está emparentado con el afán de virtuosismo técnico señalado por Liscano, precisamente a propósito del profesionalismo de Barrera Linares, el cual puede ser predicado de otros autores del fin de siglo; la narrativa de éstos revelaba, para el autor de Panorama de la literatura venezolana actual, «un dominio de procedimientos envidiable, pero cierta falta de centramiento ontológico muy propio de nuestra época finisecular y dislocadora».[35]

      Todavía en el dominio temático, retomando el señalamiento hecho al comienzo sobre el relativo agotamiento del costumbrismo urbano, es necesario plantearse para el corpus narrativo de este último libro cómo la ciudad y la urbanización, menos novedosas ya para los narradores más jóvenes, van a entreverarse, por así decir, con otros temas y motivos de la agenda narrativa del fin de siglo venezolano. En este sentido cabe primeramente mencionar que «lo popular y lo urbano», a lo que se podría añadir los motivos de la tropicalidad y la noche, han sido desarrollados por Igor Delgado Senior, José Napoleón Oropeza, Eduardo Liendo y el mismo Barrera dentro del formato del cuento, por lo que no serán incorporados dentro del espectro de la investigación, al igual que en libros anteriores.[36] Al mismo tiempo, el tema de la marginalidad urbana y de los pequeños seres, llevado a una cima por Salvador Garmendia en la generación de 1958, es continuado en esta fase por narradores como Ángel Gustavo Infante en los ochenta, para después ser actualizado narrativamente por Israel Centeno y José Roberto Duque, según la genealogía establecida por el mismo Barrera Linares.[37]

      8. Las obras panorámicas sobre la literatura venezolana manifiestan a veces, como señaló Oscar Rodríguez Ortiz, una visión sombría al referirse a la producción de los noventa: «el presente no sirve para nada y el futuro es como una improbabilidad. Se da por sentado que no merecen el esfuerzo del estudio, acaso se las piensa transitorias y todo el mundo ha comenzado a ocuparse más bien del pasado».[38] Sin embargo, dista esta de ser la posición de la presente investigación, cuyo cuarto libro aquí ofrecemos: abarca un período coincidente, grosso modo, con las décadas de los ochenta y noventa, cuando se produjo una ingente literatura, que más que versar sobre, se cruzó con la ciudad y la urbanización, los cuales siguen siendo, valga recordar, hilos conductores de esta pesquisa.[39] Sin embargo, debe considerarse que, tal como ya ha sido advertido, estos hilos no son ahora motivos temáticos de un costumbrismo urbano agotado, para volver a utilizar la expresión de Liscano comentada en esta introducción; son más bien elementos constitutivos de un contexto demográfico, territorial y espacial, así como de un talante compartido existencialmente por casi todos los escritores a ser trabajados.

      Quizás por esa interiorización de la ciudad y la urbanización, a propósito de la novelística de los años noventa, particularmente en las obras de Ana Teresa Torres, Eduardo Liendo y Carlos Noguera, ha sido señalado que la presencia de la ciudad no se manifiesta necesariamente a través de un referente reconocible y comprobable, sino más bien mediante la memoria individual, colectiva e histórica, las cuales se entretejen en una ciudad que la escritura inventa y reescribe todo el tiempo. Anclada así en el recuerdo, la ciudad de esa narrativa memoriosa posee apenas una ubicación física desde donde parte, un espacio significativo solo para el sujeto enunciativo, pues el narrador representa a una ciudad del recuerdo.[40]

      Aunque solo sea así mediante el recuerdo y el talante del sujeto novelesco, y a pesar de que el protagonismo de los grupos de los ochenta ha sido cuestionado por narradores de los noventa como Torres, esa fijación con lo urbano pareciera confirmar para Barrera Linares que «el compromiso con la calle» inaugurado por Tráfico no es, «para el inicio de un nuevo siglo, un asunto de la poesía, sino de la narrativa».[41]

      Sobre este cuarto libro

      Dentro de 50 años, la literatura de Venezuela va a ser uno de los mapas alternativos del conocimiento del país que somos hoy; porque aun cuando la literatura no aborde en forma directa alguna situación colectiva de la nación, ésta se encuentra siempre presente en lo que escribimos.

      VICTORIA DE STEFANO a Milagros Socorro, «Victoria de Stefano. ‘Me he ganado el derecho a escribir’» (2006)

      9. SIGUIENDO CON EL PROCEDIMIENTO y la ordenación de los libros anteriores de esta investigación, se trata en esta cuarta parte, básicamente, de distinguir y articular los principales momentos de una muestra del imaginario ensayístico y novelesco de autores venezolanos en el último cuarto del siglo XX. En un sentido casi estadístico, es una muestra discreta, acaso rala en algunos episodios, aunque no deja de ser representativa, a mi juicio, de un corpus literario inabarcable, por hacerse crecientemente urbano. Al mismo tiempo, conviene advertir que la sucesión de imágenes puede remitir a procesos y cambios de etapas antecedentes, por lo que tales momentos resultan refractarios del pasado. En este sentido puede observarse solapamiento con temas y autores de libros anteriores, a la vez que algunas de las obras e imágenes de este último volumen remitirán con frecuencia a episodios de los tres primeros, sobre todo del anterior, lo cual responde también a un deseo de articular y poner la obra en perspectiva con ella misma.[42]

      En vista del inabarcable material cuyo imaginario remite, para este último período, a una realidad venezolana demográficamente urbanizada, solo serán consideradas en tanto fuentes primarias, en principio, obras publicadas hasta alrededor del año 2000; asumido