La ciudad en el imaginario venezolano. Arturo Almandoz Marte. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Arturo Almandoz Marte
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Языкознание
Год издания: 0
isbn: 9788412337129
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de posgrado.

      Tales migraciones nos asoman al imaginario rural y provinciano que, si bien quizás en menor medida que en libros anteriores de esta investigación, seguirá siendo en éste sustrato tanto de la reflexión ensayística como de episodios novelados. Ese sustrato aflora en nociones como las de «geografía portátil», «territorio móvil» y «talante de campamento», utilizadas por Harry Almela al articular el «mapa imaginario» del estado Aragua; así como la de «patria chica» trasuntada en las ciudades trujillanas, derivada por Miguel Ángel Campos de Vallenilla Lanz, para contraponerlas a Maracaibo y otras urbes del Estado petrolero y dispensador.[54]

      Destaca en esta parte el imaginario rural andino, tramontado tempranamente por personajes de Ednodio Quintero y la misma Madrid hacia metrópolis cosmopolitas y posmodernas, aunque experimentando un reiterado retorno a aquella comarca a través de la memoria. De esa familia de personajes puede predicarse, con sus respectivas variaciones, lo que Carlos Pacheco señaló sobre la narrativa ednodiana, en la que se observa una

      progresiva construcción y simultánea auto-relativización (…) de un espacio narrativo rural andino característico que se hace consustancial a sus protagonistas y que se manifiesta a través de su reiterado regreso, geográfico y/o imaginario, a la comarca de la infancia. No menos curiosa y significativa es, en efecto, la transición que se va produciendo en la secuencia de sus libros del imaginario plenamente rural y tradicional al urbano y (post)moderno, aunque siempre, de alguna manera, se termina volviendo al origen, porque ese origen forma parte constitutiva de los personajes y del universo quinteriano. Esa comarca nativa, consistente territorio ficcional objeto de variaciones y elaboraciones, sobrevive al acceso de los personajes a espacios urbanos y a la modernidad cosmopolita y globalizada y los hace regresar geográfica y/o imaginariamente a ella.[55]

      Finalmente, como postreros ecos de la literatura petrolera, de Luis Britto García a Milagros Mata Gil en narrativa, la oxidada suburbanización de campamentos y periferias tiene ya poco que ver con la provincia todavía colorida que asomaba, a través de planos pretéritos, en novelas de Salvador Garmendia y Adriano González León; menos aún con la idílica provincia de Maricastaña, cargada de magia infantil e idealizada en el ensayo y la novelística de las generaciones del 18 y 28.[56] Si bien cruzan todavía algunas «gentes nómadas y escoteras» de Picón Salas, para quienes la «ruina del pueblo» sigue siendo fuerza expulsora hacia las ciudades grandes del oro negro, se observa que la novelística del petróleo del segundo tercio del siglo XX, por haber sido en parte «subsidiaria del criollismo», como advierte Campos, ha perdido en esta parte «una contemporaneidad de amplia representación».[57] Es por ello que, como se observa en las afueras de la Gran Caracas y otras ciudades grandes de Venezuela –que no grandes ciudades, si se me permite enfatizar la crucial localización del adjetivo– la provincia suburbanizada, con todos los sentidos del prefijo, nos retrotrae a la descompuesta realidad metropolitana, y especialmente capitalina, desde donde se desarrollan las últimas secciones de este cuarto capítulo.

      13. Los capítulos finales se inician con las señaladas advertencias, que a partir del Caracazo de 1989, hicieran Uslar, Liscano y otros de los así llamados «Notables» sobre el inminente arribo del cataclismo político y económico, con sus nefastas consecuencias sobre las urbes ya fracturadas irreversiblemente. Al calor de esa descomposición, la reflexión sobre atributos urbanos emergida como respuesta desde diferentes ámbitos intelectuales, de museos y periódicos a fundaciones y universidades, está representada aquí por una muestra de pensadores y arquitectos que desplegaron una ensayística no exenta de imaginario, de María Elena Ramos y Juan Nuño a William Niño y Federico Vegas. Esa muestra ensayística se completa con narradores que cabalgan la crónica y el periodismo –de Milagros Socorro a José Roberto Duque, pasando por Gisela Kozak– quienes registraron avatares de esa metrópoli de los noventa, desde el tráfico hasta la violencia. Y como en libros anteriores de esta pesquisa, se privilegia el escenario capitalino en la reflexión, asumiendo, como lo ha señalado el sociólogo Tulio Hernández, que Caracas ha sido, especialmente para este último ciclo, «una expresión tangible de las grandes patologías venezolanas».[58]

      Encabezados por Ana Teresa Torres y Antonieta Madrid, Eduardo Liendo y Carlos Noguera, los novelistas darían diferentes respuestas finiseculares a todo ese proceso, al reconstruir la memoria citadina a través de la urbanización de las parentelas. Destaca en este sentido el caso de Torres, cuya Malena, entre otras voces femeninas de El exilio del tiempo (1990), resuena como un canto de cisne secular frente a la Maricastaña piconiana que abriera el primer libro de esta investigación.[59] También se rastrea esa memoria a través de la intertextualidad y las referencias mediáticas de los narradores arriba mencionados, así como en la crónica de Lerner y Boris Izaguirre; o a través de las diferentes perspectivas de abordaje de la Caracas secular, desde los puntos de mira desde arriba y desde abajo de los personajes, hasta las diferentes posturas generacionales de autores como Silda Cordoliani, Stefania Mosca, Gisela Kozak e Israel Centeno. Todo lo cual, en fin, permite recrear una modernidad atropellada y eventualmente fracasada, como la del proyecto político y económico en que se sustentara.

      Cual cierre de ese proyecto trunco, pero a la vez como adelanto de las vicisitudes políticas y sociales que asolarán al país en el siglo XXI –cuyo imaginario no es contemplado en este cuarto libro– el último capítulo vislumbra la Venezuela roja y revolucionaria. Luego de los cambios que permitieron instaurar la Quinta República, se hace un paneo del paisaje capitalino de ruralismo y buhonería, segregación y rojez, expresiones en mucho del clientelismo y resentimiento de la sedicente Revolución bolivariana. Principalmente tomado del ensayo político y la crónica periodística, ese imaginario de la Caracas roja es tan solo un bosquejo, acaso incompleto y distorsionado, de los cambios desatados; éstos están siendo registrados por el ensayo y la novela del siglo XXI, los cuales exceden, lamentablemente, los límites de este cuarto libro.

II MALESTARES CAPITALINOS

      Descomposición de la Venezuela saudita

      La rigidez que a veces presenta la organización de los partidos, el efecto que cumplen sobre la psicología colectiva los medios de comunicación y los costosos recursos empleados para provocar determinados resultados, debilita la fe en el sistema y lo hace vulnerable a las críticas formuladas por los partidarios de otras maneras de gobernar.

      RAFAEL CALDERA, Reflexiones de La Rábida (1976)

      1. EN EL MEDIODÍA ANDALUZ DE UNA ESPAÑA que despertaba del franquismo, con ocasión de asistir a un foro organizado por la Universidad Iberoamericana, relevado ya de una presidencia antecedente de la Gran Venezuela en desarrollo, Rafael Caldera retomó, en Reflexiones de La Rábida (1976), una ensayística sociológica cultivada desde sus tempranos años como pionero de la democracia cristiana. Siempre preocupado por la relación entre ciencias sociales y política, pero viendo ahora en perspectiva el discutido nivel de desarrollo del país que había conducido, el expresidente hizo notar que el ingreso nominal no era determinante del estatus social de la familia venezolana, ya que cantidad de beneficios provistos por el Estado –educación básica, media y universitaria; atención médica, hospitalaria y farmacéutica; «vivienda higiénica, gratuita o subsidiada; la que dispone de servicios subsidiados»– alcanzaba un ingreso real y un estatus social muy superior.[60]

      El razonamiento era correcto desde el punto de vista económico, aplicable a muchos Estados de bienestar de los países industrializados ya desde la segunda posguerra –desde el temprano modelo de Suecia hasta el más reciente de Japón– donde la madurez del desarrollo, tras el despegue distinguido por Walt Rostow, se había traducido en una modernización y tecnologización de sectores industriales, mientras se diseminaban beneficios sociales allende el incremento en el consumo.[61] Pero estas reflexiones no eran extensibles lamentablemente para el caso de la Venezuela petrolera, «despegada» desde los sesenta pero distante de alcanzar esa «madurez» económica y social; seguía siendo un país subdesarrollado, donde muchos de los supuestos beneficios señalados por Caldera eran atendidos deficitariamente por las agencias estatales, o mediatizados por las maquinarias clientelares de los partidos políticos.[62]

      Ya como Presidente se había preocupado por un informe