La ciudad en el imaginario venezolano. Arturo Almandoz Marte. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Arturo Almandoz Marte
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Языкознание
Год издания: 0
isbn: 9788412337129
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y carburantes de Manuel Bermúdez para captar la fatiga de los motores gubernamentales y la ineptitud de los conductores; un poco como ocurría con aquellas cacharras que, al lado de los lujosos LTD y Caprices de los últimos millonarios sauditas, cruzaban las ya deterioradas autopistas venezolanas:

      La libertad se puso resbalosa. Y en el motor del gobierno se sentía un golpe de biela, porque el mecánico era alfarero. Tal vez por eso el doctor Lusinchi guardaba las morocotas del tesoro en rústicas botijas como los ricos de antes. Y su Secretaria y segunda esposa, mandaba como Manuelita Sáenz. Ruidos de esferas y de sables se oían por los cuarteles. Pero la libertad era una diana de atención firrm.[85]

      4. Tras el espejismo desarrollista de la Gran Venezuela, las promesas incumplidas y los malestares consecuentes proliferaron con la descomposición iniciada, paradójicamente, por el boom de los precios del crudo. Sin importar los atiborrados tanques que pudo tener como productor de petróleo, el avión venezolano perdió la brújula desarrollista después de los logros iniciados con la dictadura, los cuales habían permitido confirmar el despegue económico de comienzos de los sesenta, emblematizado en las aeronaves naranjas de Viasa.[86] Por contraste, el Viernes Negro evidenció el extravío y agotamiento de la «petrodemocracia», con funestas consecuencias para el ciclo económico, político y social iniciado con el crac.[87]

      Pero no todo fue malo, por supuesto. En el dominio económico, la consolidación del Estado corporativo permitió reformas de corte socialista introducidas en los años setenta, las cuales incluyeron, entre otros logros, la institucionalización de la planificación centralizada, con sus intentos de ordenación territorial.[88] Asimismo, en el campo cultural, se fundaron instituciones emblemáticas de la Venezuela moderna hasta comienzos del siglo XXI, desde la Biblioteca Ayacucho y el Sistema Nacional de Orquestas Infantiles y Juveniles, tan laureado posteriormente, hasta el Museo de Arte Contemporáneo de Caracas (MACC), la Galería de Arte Nacional (GAN) y la Fundación Gran Mariscal de Ayacucho, mecenas de varias generaciones profesionales formadas en el exterior.[89] Principalmente entrenadas en Norteamérica y Europa, estas élites profesionales que sirvieron en diversos sectores –desde la industria petrolera y otras empresas clave, hasta las universidades y los medios de comunicación– hicieron que, junto al significativo acceso a la prensa y la televisión, la sociedad venezolana fuese considerada, hasta finales de los ochenta y dentro del contexto latinoamericano, como «modernizada» en mucho, a pesar de su anclaje en el subdesarrollo.[90]

      En vista de esos logros modernizadores y de las capas de «identidad formada en la época de éxitos» –desarrollismo de los cincuenta, democracia de los sesenta, Gran Venezuela de los setenta– la sociedad posterior a 1983 se rehusaba aceptar que ya no éramos un país rico. Bien lo resumiría la economista estadounidense Janet Kelly, llegada al país en aquella década saudita, utilizando un tiempo presente que realzaba, con acentos dramáticos, su perspectiva desde finales de los noventa:

      Somos un país rico, democrático, igualitario, pujante. Nos negamos a quitar esa capa que tanto nos gusta. Los taxistas conservan el discurso del perezjimenismo, los adecos conservan el discurso de la lucha democrática, los fundayacuchos conservan el discurso de la globalización y la ilustración —todos se resistían a ver la realidad presente.[91]

      5. En aquel país que no podía dejar de percibirse como rico, las respuestas de la democracia representativa en Venezuela, además de socavadas por la corrupción endémica, estuvieron condicionadas por el «bajo nivel de las exigencias populares y la exigua expresión política efectiva de las necesidades sociales, unida a la incapacidad por expresar las reivindicaciones fuera del cauce de los partidos».[92] Acaso como en ningún otro Estado latinoamericano, esa mediatización partidista siguió infestando la picaresca del clientelismo, desde las oportunidades laborales hasta la prestación de servicios sociales; tal como ha resumido Andrés Stambouli:

      Los partidos más relevantes desde el punto de vista del soporte del establecimiento, AD y COPEI, se constituyeron en importantes canales de ese gasto social entre el Estado y la población. Desplegaron sus redes organizativas, fundamentalmente en los núcleos sociales urbanos más deprimidos y en el campo, operando como importantes mediadores entre la población y las distintas instancias gubernamentales a los fines de lograr para su clientela bienes y servicios, así como prebendas de la más variada índole: empleos en la administración pública, becas, materiales de construcción, canastas alimenticias. En este sentido, los partidos no solo fueron maquinarias para la lucha por el poder, sino también importantes agencias de control y asistencia social de una población obligada estructuralmente a transitar sus canales.[93]

      La democracia partidista y representativa que había acompañado al Estado social de Puntofijo exhibía así fallas atribuibles, más que al régimen democrático mismo, a la inadecuación de «su funcionamiento a las exigencias del desarrollo, a través de la configuración de efectivos sistemas políticos (electorales y de partido) y de gobierno».[94] Las ambiciones parecieron desbordar los mecanismos, lo cual era inquietud apenas audible en el eufórico desarrollismo de mediados de los setenta, pero que se volvería estentórea en la truncada fiesta de la década siguiente. En este sentido, premonitorias de la descomposición de la Venezuela saudita resultan las tempranas reflexiones de Caldera en La Rábida, al ponderar su primer mandato, sobre la necesidad de corregir el partidismo y estimular la participación en la democracia representativa, cooptada por maquinarias electorales:

      No cabe duda de que una de las fallas más serias de la democracia formal está en reducir el papel de la comunidad a escoger cada cierto tiempo los candidatos para ejercer determinadas funciones, entre las opciones que se le presentan. La rigidez que a veces presenta la organización de los partidos, el efecto que cumplen sobre la psicología colectiva los medios de comunicación y los costosos recursos empleados para provocar determinados resultados, debilita la fe en el sistema y lo hace vulnerable a las críticas formuladas por los partidarios de otras maneras de gobernar.[95]

      Con su cabello siempre engominado a lo Gardel, el todavía joven y apuesto estadista avizoraba acaso que las romerías y las verbenas celebradas en los aniversarios de AD y Copei en la México y otras grandes avenidas caraqueñas; o que los apoteósicos mítines de cierre de campaña en la Bolívar, antes de proceder a sellar, cada cinco años, aquellos tarjetones estampados de coloridas e ilegibles insignias de partidos, no eran ya suficientes mecanismos de participación democrática para las masas venezolanas. Ya desde La Rábida, Caldera presentía que éstas podrían buscar, a la postre, fórmulas no solo más participativas, sino también, paradójicamente, más autoritarias.

      Críticos del establecimiento político de la guanábana,[96] especialmente los excluidos del pacto de Puntofijo, advirtieron que aquel anquilosamiento había comenzado desde tiempos de Betancourt, cuando se sembrara entre los humildes juambimbas, «la confusa y tramposa identidad entre pueblo-partido-democracia».[97] Sin importarle ese pecado original de los padres democráticos, el Caldera nonagenario insistiría todavía ante Milagos Socorro, con la voz quebrada por el Parkinson y la emoción, en que su primer gobierno había hecho posible «que la democracia se afianzara en Venezuela», así como lo hicieran los de Betancourt y Leoni al precederlo. Pero no predicó el anciano estadista lo mismo sobre los gobiernos sucesivos en el nefasto ciclo de euforia y desengaño, tanto económico como político, que llevara de la Gran Venezuela a la debacle saudita.[98]

      Silueta de la Caracas disco

      Caracas terminó por convertirse en una ciudadela cercada por la más espesa marginalidad de la América del Sur. La capital de Venezuela es una masa de rascacielos rodeada por rancherías...

      DOMINGO ALBERTO RANGEL, El paquete de Adán y Jaime (1984)

      6. DESPUÉS DE CIERTA INERCIA DEMOGRÁFICA durante los sesenta, Venezuela aminoró su crecimiento a partir de 1971, con una población que pasó de 11.405.874 a 19.405.429 en 1990; mientras tanto, la urbanización se incrementó de 77 a 84 por ciento. Ya para entonces se había entrado en lo que puede verse como una «transición demográfica» similar a las de países industrializados, los cuales habían completado su ciclo de urbanización en más de un siglo, mientras que la Venezuela petrolera lo hiciera en cinco décadas.[99] A lo largo de ese período, Caracas