El golpe de Estado más largo. Gonzalo Varela Petito. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Gonzalo Varela Petito
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Социология
Год издания: 0
isbn: 9786072924437
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volcó al motín al saber por Cristi que era este general y no Bordaberry quien estaba trasmitiendo a Zorrilla las órdenes de desmovilización, pretendiendo además pesar en la reestructuración de los mandos de la Armada. Zorrilla se habría justificado diciendo que se trataba de “un pacto de caballeros”. Cabe señalar al respecto que en otra noticia poco conocida, adelantándose a los acontecimientos del sábado la noche del viernes 9 —“alrededor de las 19:30”— fuentes de la Aviación comunicaron a El Día, “que la Marina se plegaría a los militares de tierra y del aire en cuestión de horas” como resultado de

      un contacto que el propio Comandante en Jefe de la Armada, Contralmirante Juan J. Zorrilla mantuvo con mandos del Ejército en la Base Aérea Cap. Boiso Lanza, y en los cuales [sic] se habrían hecho adelantos para un entendimiento. Voceros del Ejército confirmaron anoche […] que muy probablemente hoy [sábado 10] quede sellada de nuevo la incorporación de la Armada Nacional al Comando de las Fuerzas Conjuntas, admitiéndose sin embargo, que eso ocurra sin la participación del Comandante Zorrilla ni de algunos otros mandos navales.

      Para más prueba, meses más tarde el general Ventura Rodríguez —como dijimos, intermediario de Ferreira ante la superioridad militar— ratificaría algo que el líder nacionalista dijo desconocer: que en las tratativas para encontrar una solución a la crisis el mismo día 9, se había considerado alejar elegantemente a Zorrilla dándole un puesto en la Junta Interamericana de Defensa.108 Por tanto la suerte del contralmirante estaría sellada desde antes del sábado, pues los rebeldes no se contentaban con una Marina neutral y buscaban disponer del jerarca. La variante introducida por Nader sería que en vez de que a su comandante le ordenaran o lo depusieran otras armas, prefirió que un movimiento interno lo hiciera.109

      Frente a las críticas hay que ponderar que Zorrilla al ceder obedecía a Bordaberry, desde que el presidente le ordenara paralizar a la fuerza e iniciar negociaciones, para luego dejarlo varado sin comunicarle su arreglo con los rebeldes. Al igual que otros oficiales no había tenido hasta entonces casi trato ni conocimiento con miembros de los partidos tradicionales y cuando los buscó, brillaron por su ausencia. La propuesta de Ferreira le parecía inaceptable y Seregni, por las razones que explicaremos más adelante, tampoco lo apoyó. La alternativa del marino hubiera sido organizar una contraofensiva autónoma carente de sustento político, llevando el país a un derrotero de facciones militares trenzadas al estilo argentino, mientras los civiles miraban.110

      De Castro declinó su improvisada comandancia que recayó en Conrado Olazábal, por ser el de la derecha entre quienes podían asumirla. Era cercano a Gregorio Álvarez, dado que participaba en el Estado Mayor Conjunto (Esmaco) por cuenta de la Armada y había sido por ello quien facilitara a Zorrilla comunicarse el día 9 con las otras fuerzas (encarnadas en los comandantes de tierra y aire, más los jefes de las cuatro regiones del Ejército en que se dividía el país, más el omnipresente Álvarez). Una vez en el cargo Olazábal manifestó su coincidencia con los comunicados 4 y 7 y evidenciando el vacío presidencial, informó que el mando le había sido “entregado” por Zorrilla. Era capitán de navío, equivalente a coronel en el Ejército, pero no existía óbice para que asumiera porque no había ningún superior en la línea de sucesión (los todavía activos como Zorrilla después de su renuncia, estaban a disposición del ministerio y no del comando).111

      Queda preguntarse por el trauma que lo acontecido pudo causarle a la Marina, un arma de reputación más elitista que el Ejército, en cuya oficialidad se suponía que Ferreira contaba con simpatías y a la que le hubiera repugnado someterse a los mandos de tierra. (El cerco de la Ciudad Vieja no había sido solo para apoyar a Bordaberry, sino también para “defender nuestra jurisdicción”, diría años más tarde Zorrilla.) “Muchos lloraron”, resume Mancebo, de dolor o de rabia.112

      En un proceso por difamación llevado a cabo en 2008, en que declararon varios marinos activos en febrero de 1973, se estimó que no más de treinta o cuarenta oficiales de la Armada, menos de 10% del total, se habrían plegado a la sublevación. No podría explicarse el predominio de este número si no fuera por el respaldo del Ejército y la Fuerza Aérea, junto con la claudicación de Bordaberry y la actitud de los partidos que llevaron a Zorrilla a renunciar. Sin descontar que en la Marina se diera también el fenómeno de neutralidad expectante que refiere el general Alberto Ballestrino para un número de oficiales del Ejército, que esperaron a que se decantaran los hechos antes de definirse; y también, que como dijera Zorrilla, “algunos oficiales navales […] se me deslumbraban” con los comunicados 4 y 7.113

      Cuando un mes después se organizó un homenaje al contralmirante en el Club Naval con motivo de su alejamiento, se recibieron más de 400 adhesiones de oficiales del arma (sobre un total de 500).114 Junto con él renunciaron otros jefes como el prefecto naval Lázaro Pinko115 y en lo sucesivo habría sofocación de disidencias, al igual que en las otras armas. Es de suponer que apuntalaron la incorporación de la Armada al bautizado Proceso Revolucionario castrense, tanto los relevos, retiros, persecuciones y purgas como la disciplina, y el hecho de que se respetara la oferta de que cada fuerza se mantuviera autónoma en su ámbito de acción profesional. (Lo que al Ejército no le venía mal, pues dejaba bajo su control casi toda la superficie terrestre y su población.) No lo menor, aunque con restricciones, la integración al —luego simplemente llamado— Proceso, le permitiría a la fuerza compartir las mieses del poder y la derrama económica que las ff. aa. recibirían durante la dictadura.

      Desmintiendo los buenos auspicios, durante el domingo 11 se sucedieron nuevos trajines de los mediadores y entre las 22:10 y las 22:50 horas, tras un mitin ampliado de mandos, los tres comandantes en jefe (incluido el flamante Olazábal) junto con Cristi y Álvarez, concurrieron a Suárez. Del círculo de parientes y allegados al presidente que hacían vigilia en la casona surgió la versión de que este tenía de nuevo plazo hasta las 22:00 horas para renunciar, de no firmar los compromisos que le pedían. Pero fue desmentida por la Presidencia y los militares. Bordaberry en ningún caso dimitiría. Entre otras discrepancias (o “error de interpretación”) con lo tratado el día anterior, las ff. aa. rechazaban como intento de censura la exigencia —privativa de la autoridad civil— de que no se emitieran sin conocimiento del Ejecutivo comunicados castrenses. El mandatario tuvo que abocarse, asistido por Balparda y Blanco (los negociadores que habían creído terminada su misión) además de Medero y del subsecretario de Ganadería Gustavo San Martín, a redactar otras bases de acuerdo. Transcurrida la medianoche José María Robaina Ansó, renunciante de la cartera de Educación, suscitó esperanzas. Horas antes se había oficiado en la residencia una misa católica, “a la que asistieron los familiares más allegados al Presidente […] [junto con] miembros del Reeleccionismo y de Unidad y Reforma”. La crisis había unido en una ceremonia religiosa a la devota familia Bordaberry con descendientes del jacobinismo uruguayo.116 117

      También a medianoche del 11 el presidente se asomó a saludar al público que lo vivaba más allá de las rejas de la residencia, sumando a esa hora, decía El Día, unas dos mil personas vigiladas por la Guardia Metropolitana. (El interior estaba resguardado por efectivos de la Casa Militar.) Suscita dudas esta cantidad que Acción catalogó de “muchedumbre” y El País sumó en “un millar”, sin perjuicio de que el número pudiera variar dependiendo del día y la hora y presumiblemente fuera mayor la primera noche. Aparte de las idas y venidas de ministros renunciantes y otras personalidades, la numerosa parentela de Bordaberry se había hecho presente e intentaba “cadenas telefónicas” para atraer simpatizantes entre sus conocidos. Pero los invitados —de las zonas de Carrasco y Punta Gorda y extracción social probablemente distinta de la que tenían los espontáneos de Plaza Independencia— parecían preferir la playa, se quejaba una de las convocantes. Según los medios frenteamplistas, en algunos momentos los periodistas superaban a curiosos y partidarios que oscilaban entre cien y doscientos. Las fotos de diarios de diversa orientación política coinciden en mostrar un limitado público. Ello no impidió que algunos adherentes tomaran valor y la emprendieran a puntapiés con un vehículo de la escolta castrense, de los mandos que acudían a negociar. El lunes 12 fracasó la Juventud Uruguaya de Pie (jup, organización patrocinada por Gari) que con volantes y mensaje radial urgía venir a Suárez. A las 14:00 horas de la canícula no se reunían ni quince personas. El domingo anterior, una mujer