Los visigodos. Hijos de un dios furioso. José Soto Chica. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: José Soto Chica
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Документальная литература
Год издания: 0
isbn: 9788412207996
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en las rocas como si fueran fieras salvajes». Y aún más al sur habitaban los otsuétidas y los daneses, pueblos de «elevada estatura» y tan fieros que habían expulsado de sus tierras a los belicosos hérulos septentrionales.5 En fin, Jordanes cita también a otros muchos pueblos hasta finalizar su exhaustiva y escandinava descripción con los ranios, a todas luces una subdivisión de los hérulos.6

      La lista anterior es desconcertante y lo sigue siendo pese a los intentos del hipercriticismo de algunos arqueólogos e historiadores; y, lo es, porque ofrece información que podemos contrastar con otras fuentes históricas y porque algunos datos, los nombres de pueblos como los gautigodos, los ostrogodos y los greoringos/ottingis, parecen reforzar la creencia de que los götar o gautas de la Suecia medieval eran, en efecto, un resto de los primitivos y originales godos que, surgiendo de la fría y salvaje isla de Scandza, o Escandía –así se llamaba a Escandinavia y no ha de confundirse con la isla de Götaland como sucede con frecuencia–, migraron hasta los dilatados pantanos y bosques que se extendían entre las tres bocas en las que el Vístula se dividía al desembocar en el mar Báltico, en las costas de la actual Polonia, en algún momento entre el comienzo y el final del siglo I a. C.

      Sí, podían. Procopio, contemporáneo de Jordanes, nos recoge una curiosa historia que así lo demuestra. Veámoslo.

      En tiempos de Procopio, un fuerte contingente de hérulos se hallaba asentado como federados del emperador Justiniano en la región danubiana en torno a Singidunum, la actual Belgrado. Habían llegado allí entre el 509 y el 510 tras haber sido derrotados en Panonia, la actual Hungría, por los longobardos. Sin embargo, no todos los hérulos habían decidido instalarse al sur del Danubio y en territorio romano. En efecto, Procopio señala a dos bandas que se desgajaron del cuerpo principal: la primera de ellas marchó hacia el oeste y el sur para luego dividirse de nuevo e instalarse unos junto a los ostrogodos de Italia y otros junto a los rugios del Nórico, la actual Austria; la segunda banda original, la que nos interesa, emprendió una «larga marcha» que desde Panonia los llevó hacia el norte a través de las selvas y pantanos que habitaban los esclavenos, esto es, los eslavos, hasta alcanzar la costa báltica en el país de los varnios, en lo que hoy sería Pomerania y Mecklemburgo, en las fronteras norteñas de Alemania y Polonia. No se quedaron allí, sino que, conducidos por caudillos de la familia real, esta banda de hérulos cruzó el Báltico hasta la tierra de los daneses y llegó al territorio de los hérulos del norte, sus parientes y los mismos que señalaba, recordémoslo, Jordanes. Allí se instalaron, junto a los gautas/godos. Pero nuestra historia no termina con la dispersión de los hérulos de Panonia. Años más tarde, en el 538, los hérulos que se habían asentado en territorio romano, junto a Singidunum y que servían como federados del imperio, asesinaron a su rey. «Les pareció una buena idea» nos dice Procopio, pero al poco se arrepintieron y como no se ponían de acuerdo para nombrar un nuevo monarca, decidieron enviar una embajada a sus lejanísimos parientes de Escandinavia, los mismos que, casi treinta años atrás, habían decidido dirigirse al lejano norte para volver a instalarse junto a los restos de su pueblo que, unos cuatrocientos años antes o más, habían decidido quedarse en Escandinavia. Pues bien, la delegación hérula, formada por una pequeña banda guerrera, abandonó su territorio en torno a Singidunum, atravesó media Europa, alcanzó el Báltico, lo cruzó y llegó a las tierras de los daneses, desde donde penetraron en las tierras de sus parientes, a la sazón, recordémoslo, habitando junto a los gautas/godos en lo que hoy sería la región histórica sueca de Götaland.

      Tras seleccionar a un miembro superviviente de la vieja familia real hérula, y tras afrontar inesperados contratiempos, la embajada de los hérulos del Bajo Danubio, ahora engrosada con 200 guerreros de los hérulos escandinavos, emprendió el largo camino de vuelta atravesando el Báltico y fatigando las enormes extensiones de bosques, pantanos y salvajes montañas de la Europa oriental del momento que los separaban de los asentamientos hérulos en la Mesia romana, en torno a la actual Belgrado.

      La historia, claro está, no tuvo final feliz. El emperador se negó a reconocer como rey de los hérulos al norteño recién llegado de Escandinavia y apoyó con fuerzas y oro a su candidato que retomó la lucha por el trono. Envueltos en la guerra civil y temerosos de la cólera del emperador a quien habían desairado, la mayoría de los hérulos se puso bajo la protección de los gépidos, a la sazón controlando la ribera norte del Danubio y, lentamente, se fueron «diluyendo» hasta desaparecer, bien como mercenarios en los ejércitos de Justiniano, bien, y sobre todo, como aliados y vasallos de otras tribus de la región, gépidos, longobardos y ávaros, en perpetua guerra entre sí y contra los romanos. La última mención que tenemos de los hérulos es del año 599 en la que aparecen entremezclados con grupos de gépidos, búlgaros y eslavos, sirviendo como vasallos del jagán de los ávaros.