20 Buendía, F., 1979, vol.I, 548-B.
21 Sánchez Prieto, A.B., 2004, 273-301.
22 «Pérez Marinas, I.: «Regnum gothorum y Regnum Hispaniae en las crónicas hispano-cristianas de los siglos VIII y IX: continuación, fin o traslado en el relato de la conquista árabe», 175-200.
23 Lacarra, J.M., 1975, 226 y Sarasa Sánchez, E., 2000, 1004-1035.
24 Introducción de D. Ramón Menéndez Pidal en Menéndez Pidal, R., 1991, t.III, vol.I, XIX.
25 Ibid., t.III, vol.I, L-LI.
26 Teillet, S., 1984, 473-475 y 594-501. Para consultar la cita del texto, véanse 497-498. Su traducción sería: «De hecho, el regnum gothorum se confunde en adelante con el regnum Hispaniae […] De esta fusión entre el regnum barbare y la gran provincia hispánica nace, la primera en Europa, la nación de España, la Hispania».
1
«Los que ponen a prueba el valor de los romanos»
El origen de los godos y sus primeras guerras con Roma (100 a. C.-337 d. C.)
Estos son los que Alejandro afirmó que había que rehuir,
los que temió Pirro y horrorizaron a César.
Tuvieron durante muchos siglos un reino y reyes que,
como no fueron anotados en las crónicas, permanecen ignorados.
Fueron incluidos en las historias desde el momento
en que los romanos pusieron a prueba su valor contra ellos.
San Isidoro, Historias, I, 2.
El texto con el que se abre este capítulo fue escrito por Isidoro, obispo de Híspalis (Sevilla) en el año 626. Dejando de lado la hipérbole, señala una cuestión fundamental sobre los godos: «[…] tuvieron durante muchos siglos un reino y reyes que, como no fueron anotados en las crónicas, permanecen ignorados […]». En efecto, los godos carecían de historia hasta confrontarse con los romanos en el siglo III de nuestra era: «[…] Fueron incluidos en las historias desde el momento en que los romanos pusieron a prueba su valor contra ellos». Fue en ese momento, en el segundo tercio del siglo III, cuando los godos aparecen como merodeadores en el limes danubiano. A partir de ahí sembrarían el terror, primero, y se convertirían, después, en una pieza clave y a tener muy en cuenta en el complicado juego que Roma tuvo que jugar durante la segunda parte del siglo III y la mayor parte del siglo IV para sostener sus fronteras.
Saqueadores, piratas, mercenarios… Esos fueron sus primeros «oficios» en el mundo romano y los godos los desempeñaron muy bien antes y después de fundar en las estepas pónticas y en las montañas carpáticas reinos y señoríos que luego barrerían los hunos. Pero antes, aunque Isidoro de Sevilla ignorara los detalles, antes de que «pusieran a prueba el valor de los romanos» los godos, bajo el manto neblinoso de las leyendas, emprendieron una saga de emigración, conquista y mestizaje que los llevó desde el sur de Escandinavia a las llanuras y montañas de lo que hoy son Ucrania, Moldavia y Rumanía. Fue un lento proceso que, en su primera fase, duró trescientos años y que la arqueología, la filología y un mejor análisis de las fuentes literarias grecorromanas y de las leyendas y noticias godas que sobrevivieron en la tradición oral y que fueron recogidas en los textos de autores como Casiodoro, Jordanes o Isidoro, han ido colocando, con todos los matices y discusiones eruditas que se quiera, a la luz de la historia.
DE ESCANDINAVIA AL MAR NEGRO
En 1973 moría Gustavo VI Adolfo de Suecia. Fue el último monarca sueco en ostentar el título de Dei gratia, suecorum, gothorum et vandalorum rex, esto es, «por la gracia de Dios, rey de los suecos, los godos y los vándalos». Este era el título tradicional de la monarquía sueca desde los lejanos días en que Olaf Skötkonung (995-1022), hijo de Erico el Victorioso y segundo rey de Suecia, comenzó la larga y difícil cristianización de su belicoso, diverso y complejo reino norteño. En ese reino habitaban los götar o gautas, los godos. Su tierra se denominaba y aún se denomina, Götaland, y se hallaba dividida en muchos señoríos y reinos menores agrupados en dos entidades mayores: Vestrogotia, literalmente, Gotia del Este, y Ostrogotia, esto es, Gotia del Oeste. Al norte de Götaland estaba Sveeland (Svealand), el país de los sveear, es decir, de los suecos propiamente dichos, y al sur se extendía Escania, que formaba parte de Dinamarca y que continuó formando parte de ella hasta el siglo XVII.
A lo largo de toda la Edad Media y hasta tiempos recientes, los habitantes de Götaland, los gautas o götar, han sido considerados y se han considerado a sí mismos descendientes directos de los primitivos godos. Esta identificación de los götar con sus supuestos antepasados godos es tan antigua que se puede remontar, como mínimo, al siglo VIII, cuando parece haberse configurado de forma definitiva el poema épico anglosajón conocido como Beowulf. Un héroe que, recuérdese, aparece en dicho poema como rey de los gautas/godos.1 Esa temprana y general identificación entre gautas/godos y suecos se prolongó e intensificó a lo largo de todo el Medievo y hasta tal punto que en el Concilio de Basilea de 1431-1438, veremos a los delegados suecos discutir con los castellanos sobre quien de entre ellos, suecos o castellanos, tenía más derecho a atribuirse el título de descendientes de los antiguos godos. Todavía en pleno siglo XVII la idea de que suecos y españoles tenían sus antepasados comunes en los godos era tan fuerte que el diplomático español Diego de Saavedra Fajardo escribió en 1646 una erudita obra: Corona gótica, castellana y austriaca políticamente ilustrada,2 cuyo propósito era facilitar un acercamiento entre las delegaciones española y sueca durante las negociaciones que, al cabo, darían como fruto la Paz de Westfalia de 1648.
Pero ¿qué hay de cierto en la identificación entre los gautas/götar de la Suecia altomedieval y los primeros godos?
Jordanes, en sus Getica, obra escrita hacia el año 551, afirma que era de Escandinavia desde donde habían partido los godos y que allí estaba su cuna.3 Si se lee bien el relato de Jordanes, se advertirá que no retrata a la Escandinavia de alrededor del año 100 a.C. que presuntamente vio surgir de sus ásperas tierras y dilatados bosques a los primitivos godos, sino que dibuja el panorama de la Escandinavia de su tiempo, mediados del siglo VI. En efecto, Jordanes coloca en las tierras árticas a los misteriosos adojit y al sur de ellos a los escrerefenos «que no comen grano, sino que se alimentan con la carne de las fieras y con los huevos de las aves». Un pueblo que se suele identificar con los lapones o con los fineses y que también señalan Procopio y Pablo Diácono.4 A continuación, Jordanes nos habla de los sueanos, esto es, los sveear o suecos propiamente dichos. De ellos nos dice que criaban excelentes caballos y que comerciaban con pieles finas de un preciado color negro azulado que hacían llegar a los romanos, es decir, a Bizancio, a través de muchos intermediarios. Tras los sueanos se señala a multitud de tribus, llegando así a los gautigodos, de quienes dice que