El conde hablaba con una seguridad y soltura que admiró y al mismo tiempo le incomodó profundamente. Contrario a lo que él parecía pensar, ella no se consideraba particularmente hermosa, no cuando se comparaba con las miniaturas que conservaba de su madre, y su abuela siempre había recalcado el hecho de que el ser un rostro bonito era una ventaja más que una virtud, idea con la que no comulgaba.
—No necesita agradecer nada, milord, me alegra haber podido ser de utilidad y que se encuentre casi recuperado.
—Desde luego que debo agradecerle, esperaba hacerlo desde que supe de su existencia; es decir, no conocía su nombre, pero en cuanto oí acerca de dos jóvenes hospedados con los Sheffield, lo supe —pareció recordar entonces algo muy importante—. Por supuesto que también debo darle las gracias a su primo, sé que fue él quien me trajo a casa.
¡Daniel! ¿Cómo pudo olvidarlo por un segundo? Juliet se sintió avergonzada de semejante descuido, lo que le permitió recuperar su elocuencia habitual.
—Sí, milord, fue Daniel quien se encargó de traerlo aquí, y de ver que fuera atendido lo antes posible; puede estar seguro de que su ayuda fue mucho mayor que la mía. —Se adelantó un poco en el asiento, en tanto continuaba con un tono más bajo—: Debo hacerle una confesión, su señoría, y espero poder contar luego con su ayuda.
El conde enarcó ambas cejas, mostrando una profunda extrañeza por el cambio en su actitud, y le hizo un gesto, instándola a continuar.
—Mi primo y yo no contábamos con el permiso de mi abuela para cruzar los lindes de la propiedad de los Sheffield, pero a petición mía lo hicimos, deseaba ver más de la campiña —indicó—, y fue entonces cuando fuimos testigos de su accidente.
—Comprendo.
—La aparición del granjero fue una verdadera suerte, ya que nos preguntábamos qué era lo mejor a hacer. Fue entonces cuando Daniel se ofreció a acompañarle para asegurarse de que se encontraba bien, y decidimos que yo volviera a caballo, sin hablarle a mi abuela al respecto. Como comprenderá, a ella no le agradaría saber que desobedecimos sus órdenes. Sin embargo, su madre vio a Daniel aquel día, y por eso le aconsejé que permaneciera en casa de los Sheffield en tanto yo hablaba con ella y le pedía que no dijera nada referente a este hecho.
Vio al conde asentir con gesto concentrado, tras oírla con mucha atención.
—Ahora lo veo, gracias por su confianza al contármelo, y una vez más, por su ayuda —dijo al fin—. No se preocupe por mi madre, me encargaré de hablar con ella, y mantendremos su participación en secreto, tan solo mencionaré a su primo y le pediré que no haga ningún comentario frente a lady Ashcroft, ¿está de acuerdo?
Juliet suspiró, aliviada.
—Desde luego que lo estoy, milord, es usted muy amable y comprensivo, aprecio su ayuda. —Ahora sentía como si le hubieran quitado una pesada carga.
—No debe tomarlo como una ayuda, señorita Braxton, es lo mínimo que puedo hacer después de lo que usted arriesgó por mi causa. —Le sonrió con amabilidad, y seguidamente se recostó en el asiento, examinándola—. Obviamente, su primo y usted son muy cercanos, ¿cierto? Siempre dispuestos a protegerse el uno al otro, o eso puedo suponer por lo que me cuenta.
—Sí, lo somos, milord —Juliet no dudó al contestar—; es más, lo considero como el hermano que nunca tuve, hemos pasado por muchas cosas juntos y a veces, exceptuando a mi abuela y mi tío, creo que es la única familia que me queda.
No pretendió ser tan honesta, o revelar tanto de su vida, pero el conde le inspiraba mucha confianza, y las palabras abandonaron sus labios antes de que pudiera detenerlas, y por la sonrisa que él mostraba, parecía muy consciente de ello.
—Ya veo, debe de considerarse muy afortunada, entonces; a mí también me hubiera gustado tener un hermano.
—¿De verdad?
—Claro, y mucho. —Le llamó la atención su tono un poco nostálgico—. Especialmente en mi niñez; la soledad no es una buena compañera para un niño.
—Lo sé.
Intercambiaron una mirada de entendimiento y, tras un momento, Juliet retiró la vista, turbada por una sensación que le resultó extraña.
—Me alegra haber podido hablar con usted, milord, agradezco su ayuda al ofrecerse a hablar con la condesa en mi lugar. —Se levantó con premura, mirando a un lado y otro, menos al hombre que tenía al frente—. Y gracias también por mostrarme su maravillosa colección; pero creo que mi abuela debe de echarme en falta.
El conde asintió, levantándose también, aunque con mayor dificultad.
—Desde luego, deberíamos volver. —Le cedió el paso, y tras andar un corto trecho, habló una vez más—: Espero que pueda visitarnos pronto nuevamente; tengo en mi estudio unas pinturas de Ingres que creo podrían gustarle.
—Es muy amable por su parte, milord, gracias, me gustaría verlas alguna vez.
—Entonces tenemos un trato.
Juliet le devolvió la sonrisa, sin responder, pero retrasando el paso para que él pudiera caminar a su lado usando el bastón sin necesidad de apresurarse.
Llegaron pronto al salón, donde tanto su abuela, como la condesa y los Sheffield continuaban con su animada charla, y se alejó del conde para ocupar su antiguo lugar y contestar a las preguntas que le hacían respecto a las pinturas.
Casi no volvió a intercambiar palabra con el conde hasta el final de su visita, tan solo se despidió en el momento preciso con una reverencia apresurada, y siguió a su abuela fuera de la casa, dando una larga mirada al edificio en tanto el carruaje se alejaba por la arboleda.
Capítulo 5
La condesa de Arlington miraba a su hijo con el ceño fruncido y un mohín fastidiado.
—No digo que no comprenda lo que me dices, Robert, desde luego que lo hago y estoy completamente de acuerdo, por supuesto —se apresuró a decir, para evitar ser interrumpida—; sin embargo, solo me gustaría saber qué fue exactamente lo que te dijo la señorita Braxton.
El conde suspiró, agotado desde ya por lo que sabía devendría en una discusión absurda. Su madre insistía en decir que había heredado la tozudez de padre, pero él estaba seguro de que fue ella en realidad quien le legó ese rasgo de su carácter.
—Bueno, madre, por favor, dime qué parte no te ha quedado del todo clara; estaré encantado de ayudarte.
—No tienes que ser sarcástico conmigo.
—A veces no me dejas otra alternativa, y lo sabes.
Su madre volvió a fruncir el ceño y le dirigió una mirada ofendida.
—Tan solo hice una pregunta inocente.
—¿Relacionada con una joven a la que ves con tanto interés? Dudo que haya mucho de inocencia en ello. —Su hijo levantó un dedo para indicarle que aún no había terminado—. Y ya te lo he dicho. El joven que me trajo a Rosenthal luego del accidente es su primo, Daniel, pero no contaba con autorización de su abuela para adentrarse en una zona tan alejada y, a fin de evitarle inconvenientes, tanto él como la señorita Braxton esperan que no digas nada al respecto. No hay nada más que contar.
La condesa enarcó una ceja con expresión suspicaz.
—No te creo.
—Me apena oírlo.
—Eres imposible.
—Eso también es algo muy triste de oír dicho por tu madre, pero no tengo más que añadir al respecto. —El conde rio al escuchar el bufido irritado de su madre—. Y ese es un sonido muy poco