Tan pronto como pudo deshacerse de lady Wilkfield y su más que entusiasta hija, Robert bailó con dos damas a las que conocía desde hacía lo suficiente como para compartir un momento agradable, y tras ir en busca de su madre, la encontró charlando animadamente con lady Ashcroft.
—Querido, ¿no es hermoso? —La condesa señaló al salón, las velas encendidas y las parejas bailando—. Lady Ashcroft me comentaba los buenos recuerdos que conserva de sus anteriores visitas a Rosenthal.
—Eso es correcto, y permítame decirle, milord, que su padre no lo habría hecho mejor.
Robert sabía que era un halago, y lo tomó como tal, pero no encontraba agradable que lo compararan con su padre; de cualquier modo, no era algo que fuera a compartir con esa anciana.
—Es muy amable por su parte decirlo, milady —se apresuró a cambiar de tema—. Espero que todos los invitados compartan su entusiasmo.
—Oh, pero no podría ser de otra forma, puede ver usted lo felices que se encuentran. —La dama hizo un gesto enérgico—. Por ejemplo, allí están mis nietos; nunca los había visto tan contentos en un baile, debo decir, y la última vez asistimos al de la duquesa de Devonshire.
Hizo esta última afirmación como si fuera la prueba máxima del éxito que señalaba, y tanto Robert como su madre encontraron muy difícil reprimir una sonrisa. El primero, aun así, prestó más atención al salón y observó a los nietos de lady Ashcroft, que bailaban con gracia, mucha más de la que mostraba la mayoría de las parejas; sin embargo, no pudo dejar de advertir el aire ausente de la joven, con el ceño levemente fruncido, y apenas asintiendo a lo que fuera que su primo le decía.
—Le comentaba también a su madre lo mucho que me alegra poder pasar tiempo en el campo después del agitado vaivén de Londres; reconozco que es un cambio agradable.
—Imagino que sus nietos estarán de acuerdo con usted. —Robert le prestó nuevamente atención.
—Ya lo creo, por supuesto, especialmente Juliet, ya que le ha tomado mucho gusto al campo, pero en algún momento tendremos que volver a Londres, y no me gustaría que se decepcione; ya sabe cómo son los jóvenes, creen amar algo tanto que les aterra la idea de perderlo. —La dama hizo un gesto desdeñoso.
—Lamento estar en desacuerdo con usted, milady, pero comparto esta característica con los jóvenes, como les llama; prefiero con mucho el campo a Londres.
—Eso he oído, milord. —Lady Ashcroft lo miró con una ceja alzada—. Pero supongo que llegado el momento en que decida… asentarse, cambiará de opinión; después de todo, su esposa podría no compartir este gusto por el campo, o no todo el año, claro; no conozco a una sola dama que no caiga rendida ante los encantos de una temporada en Londres.
Robert intercambió una mirada sorprendida con su madre por el atrevimiento de la dama al tratar un tema privado con tal desparpajo.
—Es una suerte que no deba preocuparme por ese asunto en un futuro cercano, ¿verdad?
Al menos con esa réplica consiguió que variara su expresión de autosuficiencia por una de fastidio, y definitivamente valió la pena el espanto de su madre.
—Robert, querido, mira, lady Wilkfield —la condesa viuda se apresuró a buscar la que consideraba una salida a esa charla que se había tornado tan espinosa—. Y la bella Jane está con ella, ¿por qué no las saludamos?
—Acabo de pasar un momento con ellas, madre. —No, no otra vez.
Pero su madre era una mujer muy testaruda, aunque se esforzara tanto en negarlo.
—Cuánto me alegra, pero yo no he podido acercarme aún, ¿por qué no me acompañas? —La dama lo tomó del brazo con un movimiento dulce pero firme—. Lady Ashcroft, si nos disculpa…
La anciana asintió sin pizca de entusiasmo.
—Por supuesto, por supuesto, acabo de ver a lord Graham, me gustaría preguntarle por su madre, es una buena amiga mía.
—Continuaremos con nuestra charla luego, entonces; permiso.
Para ser una delicada mujer que apenas sí le llegaba al hombro, su madre podía mostrar una fuerza impresionante; eso explicaba que lograra llevarlo con tanta seguridad a través de todo el salón sin abandonar por un segundo su sonrisa encantadora.
—Sabes que eso fue realmente grosero, ¿verdad?
—¿Qué, madre? ¿El comentario de lady Ashcroft? Oh, sí, ya lo creo, pero no me pareció correcto hacérselo ver, después de todo es una mujer mayor.
La condesa frunció solo un poco los labios, y Robert hubiera jurado que la oyó chasquear la lengua.
—Muy gracioso.
—Por favor, madre, ¿qué podía responder a semejante insinuación? Esa mujer no tiene idea de lo que es el tacto.
—Bueno, nunca la ha tenido, eso puedo asegurártelo, pero aun así es una invitada, y no ha dicho nada que yo no haya pensado antes, a decir verdad.
Robert hizo un esfuerzo por conservar la calma; después de todo, su madre había batido ya un récord de permanecer tanto tiempo sin mencionar el mismo tema.
—¡Mira, madre! Lady Wilkfield, ¿no deseabas saludarla? —Hizo una nueva reverencia a la dama que lo miraba con una sonrisa encantada, lo mismo que su hija—. Ahora, luego de haberte acompañado, disculparán que me ausente, pero acabo de ver a un compañero de Eton.
—Pero… —La condesa le dirigió una mirada de advertencia…
… que él desde luego ignoró.
—Señoras.
Tras sonreír con toda ceremonia, dio media vuelta y caminó con una enorme sonrisa de satisfacción.
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