Vida de Jesucristo. Louis Claude Fillion. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Louis Claude Fillion
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Документальная литература
Год издания: 0
isbn: 9788432151941
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de oración, mientras que María se cubría con un largo velo blanco.

      En fin, era la vida de los miembros de la Sagrada Familia de dulce y santa misión, de recíproco e infatigable afecto. Baste esta sencilla indicación, pues nos sentimos sin fuerzas para describir el amor paternal de los padres del Salvador, y el filial cariño con que Jesús les correspondía. Añadamos, por último, que con sus parientes, con sus vecinos, con todos sostenían relaciones de afectuosa cordialidad y de una caridad práctica que, llegado el caso, no escatimaba sacrificios.

      ¡Quiera Dios que estas observaciones, aunque forzosamente superficiales e imperfectas, sean parte a esclarecer la vida oculta de Jesús! Añadiremos todavía que ésta fue, en resumen, una vida feliz. Sería extraño error el imaginarse al divino adolescente, a su madre y a su padre adoptivo viviendo una vida taciturna y triste. Lo que más tarde dirá Jesús de las alegres reuniones de familia lo había experimentado personalmente en Nazaret. ¡Cómo gozaría entre tal madre y tal custodio! Él era el más tierno y respetuoso de los hijos. María se mostraba la más amorosa de las madres. ¡Cuántas veces, andando el tiempo, había de recordar con arrobamiento, en sus prolongadas meditaciones, aquellos benditos años de Nazaret! José vivía entregado sin reserva a estos dos seres que Dios se había dignado confiarle. Sobre este santísimo grupo se derramaban sin cesar los más preciados favores del cielo; en él florecían también todas las virtudes de la tierra.

      Un día, sin embargo, penetró el duelo en aquel hogar, único en el mundo, cuando, entre los brazos de Jesús y María, expiró dulcemente aquel esposo virginal y padre adoptivo. Todo persuade, y así continuamente se admite, que aquel feliz tránsito acaeció antes de que el Salvador inaugurase su vida pública. Colígese razonablemente del hecho de que José no sea mentado por San Juan entre los parientes del Salvador, al referir su primer milagro[83], ni en otros pasajes relativos a época posterior[84]. Entonces más que nunca rodeó Jesús a su madre de respeto y de ternura; entonces más que nunca mostró María su amor maternal a su divino Hijo. Juntos lloraron y se consolaron mutuamente[85].

      En distintos lugares mencionan los Evangelios y otros escritos del Nuevo Testamento a los «hermanos» del Salvador, de los que los dos primeros evangelistas citan hasta los nombres[86]. San Mateo y San Marcos hablan también de sus «hermanas»[87]. ¿Cuál es el sentido exacto de estas expresiones? Pese a Helvidio y a Joviniano, a los racionalistas modernos y a no pocos protestantes de los llamados ortodoxos, es evidente, según lo que arriba dejamos demostrado, que no podemos interpretarlas como si denotasen hermanos y hermanas propiamente dichos, hijos que José hubiese tenido de María después del nacimiento de Nuestro Señor. Tan comprobada está la virginidad perpetua de la Madre de Cristo, que no se comprende cómo se haya podido caer en tan grosero error. Jesús fue el único hijo de María, y Éste, nacido en condiciones enteramente sobrenaturales. Por lo demás, en los textos bíblicos que acabamos de mencionar nada, absolutamente nada, indica que estos «hermanos y hermanas» fuesen hijos de la Santísima Virgen. Si tan íntimas relaciones hubiesen tenido con ella, no se comprendería cómo Jesús, a punto de expirar, hubiese confiado su madre amantísima al apóstol San Juan y no a cualquiera de sus propios hermanos.

      Miradas a esta luz las cosas, plantear la cuestión es dejarla ya resuelta. ¿Pero por qué entonces emplearon los escritores sagrados, con relación a Jesús, los títulos de hermanos y hermanas, cuya significación parece anormal a primera vista, y que habían de suscitar tan grave equivocación? La filología nos ofrece bien fácil respuesta. El hebreo no es rico en expresiones como nuestras lenguas occidentales, como el griego y el latín. Es particularmente pobre para expresar los grados de parentesco, carece de término propio para designar los primos, y cuando quiere hablar de ellos los llama hermanos. Se trata de un hecho incontrovertible, que ningún hebraizante ignora, y que es conocido hasta de los simples lectores de la Biblia. La palabra hebrea ’ahh, no se aplica solamente al hermano propiamente dicho, sino a un pariente cualquiera: sobrino[88], primo[89], marido[90]. Tiene un sentido más amplio todavía: sirve también para expresar que el hombre de quien se habla pertenece a un pueblo de la misma raza[91], que es un aliado[92] o simplemente amigo[93]. Se da también el nombre de hermanos a los que ocupan los mismos cargos[94]. Cierto es que los autores del Nuevo Testamento escribieron en griego; pero, a decir verdad, su lengua, sobre todo en los Evangelios, no es (muchas veces) sino el hebreo o el sirocaldeo vestido de griego. Su estilo está lleno de hebraísmos y sus frases abundan en locuciones orientales. En particular para la denominación de los grados de parentesco emplean únicamente los términos que se hallan en el Antiguo Testamento, y se sirven de la palabra adelphos, «hermano», como lo hicieron los Setenta, para traducir la palabra hebrea ’ahh, cualquiera que sea el sentido que a ésta deba darse[95]. La significación de la palabra «hermano» en el Nuevo Testamento se ha extendido en vez de restringirse. Jesucristo y los apóstoles dieron el nombre de «hermanos» a todos los cristianos. Este argumento no admite réplica. «Filológicamente —dice Vigoroux— es cierto que de la palabra “hermano”, empleada en el Antiguo Testamento, no se puede concluir que aquél a quien de este modo se nombra sea descendiente de los mismos padres que la persona de quien se llama hermano. Es este punto muy notable... y fuera de toda discusión.»

      Asentado esto, interroguemos a la tradición cristiana. Respecto del dogma de la virginidad perpetua de María, lo ha mantenido siempre, según ya lo hicimos notar, con energía digna de tal causa. Sólo dejó de ser unánime cuando se descendió a determinar el grado de parentesco que significan las palabras «hermanos» y «hermanas» aplicadas a Jesús. Acerca de este punto se han propuesto dos teorías principales muy diferentes entre sí: llevan de ordinario los nombres de San Epifanio y de San Jerónimo, sus más ilustres defensores.

      Según San Epifanio[96], que invoca en favor de su teoría el testimonio de Hegesipo[97], aquellos hermanos y hermanas habrían sido hijos de José, nacidos de un primer matrimonio; por consiguiente, simples hermanos adoptivos de Jesús. De este mismo parecer fueron Orígenes[98], San Gregorio Niseno[99] y San Hilario[100]. También siguieron esta opinión varios evangelios apócrifos[101], y por ello reprocha San Jerónimo a San Epifanio de haberse dejado influir por los deliramenta apocryphorum.

      En su vigoroso tratado «contra Helvidio» refutó el sabio doctor latino la teoría que precede, y lo hizo con tal feliz suceso, que San Agustín, defensor antes de la opinión de San Epifanio, abrazó la de San Jerónimo[102]. Según esta explicación, admitida casi unánimemente en nuestros días por los exegetas y teólogos católicos, los «hermanos» y «hermanas» de Jesús eran simplemente sus primos, nacidos del matrimonio de María, hermana mayor de la Santísima Virgen, según unos, cuñada suya, según otros, con Cleofás, que probablemente es la misma persona de Alfeo. No sólo no hay en los Evangelios pasaje alguno que mueva a suponer la existencia de un primer matrimonio de San José anterior al contraído con la Virgen Santísima, y en el cual hubiese tenido varios hijos, sino que, como dice San Jerónimo, había altísima conveniencia, aunque no tanta como en el caso de María, en que también San José guardase perpetua virginidad. «El mismo José fue virgen, escribe en su tratado contra Helvidio, por causa de María, para que Aquél que había de ser virgen por excelencia naciese de un matrimonio de vírgenes.»

      Siempre reinará alguna oscuridad sobre estos puntos, y esto explica las fluctuaciones de la tradición; pero el hecho esencial es de una claridad meridiana. Por lo demás, posible es, y aun verosímil, que los hermanos de Jesús mencionados en los Evangelios y en otros escritos del Nuevo Testamento estuviesen emparentados con Él en diverso grado. Con esto quedaría explicado en parte por qué varios de ellos rehusaron durante algún tiempo creer en su misión, según más adelante se dirá, en tanto que otros fueron elegidos para apóstoles.

      V. EL RETRATO DE JESÚS