Vida de Jesucristo. Louis Claude Fillion. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Louis Claude Fillion
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Документальная литература
Год издания: 0
isbn: 9788432151941
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menos profundas, que se entrecruzan, formando verdaderos laberintos con grandes cavernas. Es un excelente lugar de refugio; de ahí le viene, sin duda, el actual nombre de El-Ledjáh (refugio)». Estrabón dice que gentes «malhechoras», es decir, turbulentas y dedicadas al pillaje, se habían instalado allí en su tiempo, con gran perjuicio de las regiones vecinas. Herodes el Grande, a quien Roma regaló este país salvaje, consiguió a duras penas desalojar estas bandas de merodeadores. Después de su muerte, la Traconítide formó parte del patrimonio de su hijo, el tetrarca Filipo.

      También la Iturea perteneció al rey Herodes y pasó después al mismo Filipo. Estaba limitada, al Norte, por la Damascene; al Sur, por la Traconítide. Correspondía, poco más o menos, al actual Djedur, meseta ondulada, de colinas cónicas, donde igualmente se ven olas de lava y rocas basálticas. Su población es hoy muy limitada. Como la Traconítide, los distritos grecorromanos que llevaban los nombres de Gaula, Auranítide y Batanea, situados más al Sur, formaban también parte de la tetrarquía de Filipo-Herodes.

      Tanto a la izquierda como a la derecha del Jordán, la Palestina actual es, desgraciadamente, salvo algunas excepciones, un país de ruinas. De estas ruinas las hay por todas partes, y las excavaciones emprendidas desde hace algunos años han descubierto otras que estaban soterradas y que despiertan vivísimo interés desde el punto de vista de la Biblia en general y de los Evangelistas en particular. Corresponden a todos los períodos de la historia del país, que ellas cuentan tristemente a su manera. Algunas nos conducen hasta los remotos tiempos de los cananeos y de los antiguos hebreos; pero la mayoría son grecorromanas, o datan del tiempo de los sarracenos y de los cruzados. Las hay de todas formas: simples masas de piedras y de escombros, muros que se bambolean, restos de torres, columnas volcadas y rotas o sostenidas majestuosamente en pie, gradas de teatros y anfiteatros, restos todavía grandiosos de templos, de iglesias o de palacios. Si en el estado actual predican la muerte, muestran elocuentemente lo que eran en otros tiempos: la vida, la fertilidad del suelo, los negocios comerciales, la riqueza de Palestina entera.

      Los evangelistas, según hemos dicho, sólo citan un corto número de ciudades y localidades de escasa importancia, algunas hoy destruidas, otras todavía en pie, que se levantaban entonces en la cumbre de las colinas o en el fondo de los valles palestinos. Están lejos de mencionar por sus nombres todas las que el Divino Maestro honrara con su presencia. Más de una vez, aun a propósito de un hecho notable, se contentan con decir que ocurrió «en cierto lugar». Este género de detalles sólo indirectamente entraba en su plan; pero, aun bajo este aspecto, hemos hecho resaltar su puntual exactitud.

      La identificación de las ciudades y aldeas que mencionan es muy fácil tarea las más de las veces. Las aldehuelas respecto a las que topógrafos y comentadores muestran alguna duda son muy pocas en número: tan fiel se ha mantenido a través de tantos siglos la tradición que nos ha conservado sus nombres. Además, estos nombres forman por sí mismos cierta tradición, casi siempre satisfactoria. Así, ¿quién no reconoce fácilmente bajo su ropaje medio árabe a Belén en Beth-Lahm, a Nazaret en En-Nasira, a Naim en Nain, a Caná en Keft-Kenna, a Magdala en El-Medjel, etc.? La mayoría de estas ciudades o aldeas ocupan el mismo lugar en que estuvieron en los días de Jesús, y sin gran trabajo podemos, con ayuda de la arqueología y sus costumbres modernas de Palestina, reconstruir en parte la vida que se hacía en ellas y resucitar de este modo el cuadro de la historia evangélica. Sus calles estrechas, singularmente tortuosas e irregulares, por lo común horriblemente sucias (¿lo eran tanto en el siglo I de nuestra Era?), transformándose a veces en sombríos túneles —tal es el caso de Jerusalén y Naplusa, la antigua Siquem—, con el intenso movimiento de que suelen ser teatro (ruido confuso de camellos y asnos sobrecargados, hombres y mujeres con vestidos abigarrados, bazares donde cada clase de mercancía ocupa su rincón especial), presentan un cuadro lleno de colorido que no es fácil olvidar cuando se le ha visto una sola vez.

      Levántate airosa, alegría de toda la tierra,

      La montaña de Sión, del lado del Aquilón,

      La ciudad del gran Rey...

      Dad vuelta alrededor de Sión, recorred su recinto,

      Contad sus torres, observad sus baluartes,

      Considerad sus palacios,

      Para contarlo a las generaciones futuras.

      ¡Qué alegre canto el Salmo CXXI, en que se describe la dicha santa de los peregrinos que de todas partes afluían a Jerusalén a celebrar las grandes fiestas religiosas!

      Yo me alegré cuando se me dijo:

      «Vamos a la casa del Señor.»

      Tras fatigoso viaje llegan, por fin, los peregrinos y exclaman:

      Nuestros pies se detienen en tus puertas, Jerusalén.

      Después describen sus esplendores materiales y espirituales:

      Jerusalén, edificada como una ciudad,

      Cuyas piedras están estrechamente unidas;

      Allá subieron las tribus, las tribus del Señor:

      Según la ley de Israel,

      Para celebrar el nombre del Señor.

      ¡Y con qué ardiente piedad le desean toda clase de bienes!:

      Desead la paz a Jerusalén:

      ¡Que sean dichosos aquellos que te aman!

      ¡Que la paz reine en tus muros,

      Y la tranquilidad en tus torres!

      Por mis hermanos y por mis amigos,

      Yo pido para ti la paz.

      Por la casa del Señor nuestro Dios,