Nota característica de los habitantes de la provincia del Norte era su defectuosa pronunciación del idioma hablado entonces en Palestina, y no contribuía poco a ponerlos en irrisión a los ojos de los puristas de Judea y Jerusalén, que no les escatimaban injurias y sarcasmos. Idiotismos, descuidos gramaticales, acento especial, pronunciación indistinta de algunas letras, especialmente las guturales, todo esto los delataba al momento, dando lugar a veces a burlescos quid pro quo, de los que el Talmud ha conservado maliciosamente diversos ejemplos. «Un día, cuenta[53], cierto galileo dirigió esta pregunta a algunos judíos del Sur: ¿Quién tiene un amar? Le respondieron: ¿Qué quieres decir, necio de galileo? ¿Es que quieres un hamar (asno) para montar en él, o un hamar (vino) para beber, o un amar (lana) para vestir, o bien un imar (cordero) para inmolar?» Esto nos permite comprender que San Pedro fuese inmediatamente reconocido como galileo, por su lenguaje, en el patio del palacio de Caifás.
De las muchas ciudades que en otro tiempo daban vida a Galilea, citaremos solamente las más célebres, aquellas sobre todo que han venido a ser más caras a las almas cristianas por la conexión que tuvieron con la vida de Nuestro Señor Jesucristo. Se hallan casi todas ellas en la Galilea inferior. La encarnación del Hijo de Dios y su vida oculta llenan de singular gloria la humilde ciudad de Nazaret, la «flor» de Galilea[54], que más adelante describiremos. Del alto collado que la domina se extiende la mirada al Nordeste hacia Séforis, ahora Sefuriyeh, que, al decir de Josefo[55], era la ciudad más importante de toda la provincia. En ella residió el sanedrín durante algún tiempo, después de la destrucción de Jerusalén por los romanos, antes de ir a establecerse en Tiberíades.
Esta última ciudad había sido construida por Herodes Antipas, en la orilla occidental del lago que suele designarse con su mismo nombre, y la llamó así en honor del emperador Tiberio. No lejos de ella, al Sur, subsisten baños termales —«aguas hirvientes», dice el Talmud—, que todavía hoy son frecuentados. La ocupación ordinaria de sus habitantes es, naturalmente, la pesca y el transporte por las aguas del lago. El Evangelio se contenta con mencionarla incidentalmente. En la misma orilla, pero más hacia el Norte, se levantan algunas ciudades que ocuparon, por el contrario, lugar considerable en la vida pública de Nuestro Señor, y de ellas haremos mención con mayor detenimiento: Cafarnaún, Bethsaida, Magdala, Corozaín. Todas ellas muy florecientes.
En la llanura de Esdrelón tenemos que citar Naim; la «Graciosa», según la etimología de su nombre, situada al Sur de Tabor; Haifa, la Gathefer del Antiguo Testamento, al pie del Carmelo; un poco más al Norte, San Juan de Acre, en la bahía del mismo nombre. En la Galilea superior se veía, al Nordeste del lago, sobre el que está como suspendida, la ciudad de Safed, encaramada sobre una altura desde donde goza de un admirable panorama. Créese que a ella alude Jesús en el exordio del Sermón de la Montaña, cuando habla de la ciudad que no puede permanecer oculta. En dirección opuesta, remontando el curso del Jordán hasta una de sus fuentes principales, se encontraba, en el emplazamiento actual de Banias, la antigua Paneas, llamada en los tiempos evangélicos Cesarea de Filipo. A ellas va unido el recuerdo de uno de los más grandiosos episodios de la vida de Jesús[56].
4. La Perea se yergue al otro lado del Jordán[57], y tan rápidamente que sus montañas, cuando se las contempla desde cierta distancia —por ejemplo, desde lo alto de la arista central de Judea—, parecen más elevadas de lo que son en realidad. Viéndola desde lejos creeríasela un muro gigantesco y casi cortado a pico, y de tinte azulado. Son, sin embargo, bastante quebradas y están atravesadas en muchos sitios por rápidos torrentes que corren de continuo. Cuando se las escala por los valles laterales formados en el lado del Oeste por los torrentes, se llega poco a poco, como hemos dicho antes, a una vasta meseta ondulada, cubierta unas veces de verdor, otras de piedras volcánicas, que descienden en pendiente gradual hasta llegar al inmenso desierto de Arabia. Esta configuración es característica. Ninguna otra parte de Palestina se parece en esto a la Perea.
Los límites de esta provincia variaron a menudo. Al principio de la ocupación israelita correspondía al territorio asignado a las tribus de Rubén, de Gad y a la media tribu oriental de Manasés, extendiéndose así, por el Norte, hasta el Hermón. En tiempo de Cristo, según Josefo[58], no comprendía sino la región situada entre el antiguo reino de Moab, al Sur, y la ciudad de Pella, al Norte. La profunda fosa abierta por el Jordán entre ella y la Palestina occidental la constituyó en región separada, que con dificultad sostenía relaciones continuas con las otras provincias judías. Por tal motivo, el Talmud se ocupa mucho menos de ella que de Judea y de Galilea. No oculta el escaso interés que le inspiraba, cuando cita este antiguo proverbio: «Judá representa el trigo; Galilea, la paja; el país transjordánico, la cizaña.» La población de Perea estuvo en otro tiempo muy mezclada, y si, en los tiempos evangélicos, la mayoría de los habitantes parecían judíos de nacimiento o convertidos al judaísmo, la sangre amonita, siria, árabe, griega y macedonia debió de mezclarse en proporciones considerables con la israelita durante los dos o tres siglos que precedieron a la Era Cristiana.
Aunque los Evangelios no citan nominalmente ninguna de las ciudades de la Perea, no se olvidan de recordarnos, entre las muchedumbres que de todos los distritos de Palestina acudían en busca del Salvador, al principio de su vida pública, a los habitantes de la «Transjordania». Mencionan además varias cortas estancias de Nuestro Señor en aquel país. Por otros documentos sabemos que Juan Bautista fue encarcelado por Herodes Antipas en la fortaleza de Maqueronte[59], construida al Este del mar Muerto. Cerca de allí estaba Calirroe, afamada por sus fuentes termales.
Al Norte de Perea, y como una prolongación de ella, había otros varios distritos, que sólo algunas veces se nombran en la historia de Jesús, pero de los cuales conviene decir aquí algunas palabras. Tales son la Decápolis, la Iturea, la Traconítide y la Abilene.
Como su nombre lo indica, Decápolis era una confederación establecida al principio entre diez ciudades que, exceptuada Scythópolis, estaban situadas en la orilla izquierda del Jordán. Pero más tarde entraron en el grupo confederado, por lo menos, otras cuatro ciudades. El territorio de la confederación se extendía principalmente por la meseta que se eleva al Este del lago de Tiberíades y la región montañosa, cubierta en parte de arbolado, que la sucede, llegando por el Sur hasta el Adjlûn actual. También de allí bajaban en tropel para ir a ver y a oír al Divino Maestro, quien por dos veces visitó aquella región: primero, cuando curó a los endemoniados de Gerasa; después, al cabo del gran viaje que de Galilea le condujo hacia Tiro y Sidón, al Oeste, luego a Cesarea de Filipo, al pie del Hermón y, finalmente, «a los confines de la Decápolis».
La población de este distrito estaba aún más mezclada que la de Galilea y la de Perea; los paganos constituían la mayoría. Su capital era Scythópolis, llamada antes Bethsan[60]; todavía conserva este nombre, cambiado en Beisán. La denominación de «ciudad de los Escitas» provenía verosímilmente de haberse establecido allí cierto número de Escitas cuando su terrible invasión, bajo el reinado de Josías (639-608 a. J. C.). Yendo de Sur a Norte, al Este del río, se hallaba Pella, Gadara, Hipos, Gamala, Gerasa, ciudades grecorromanas, cuyas ruinas, a veces grandiosas, atestiguan una civilización muy adelantada.
Cuando de la meseta que domina el lago de Genesaret, por el Este, se avanza en la misma dirección, llégase frente a Batanea, cuyo territorio comprendía parte del antiguo país de Basán, tantas veces mencionado en diversos libros del Antiguo Testamento. Al Nordeste de este país se extendía el territorio que entonces llevaba el característico nombre de Traconítide. En otros tiempos, violentas erupciones volcánicas «empujaron olas de