Vida de Jesucristo. Louis Claude Fillion. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Louis Claude Fillion
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Документальная литература
Год издания: 0
isbn: 9788432151941
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efigie de su sustancia. Torres Amat se atrevió a traducir «vivo retrato de su substancia, o persona».

      [87] Cfr. Jn 14, 8-9.

      [88] Exerceatur servus tuus in vita tua quia ibi est salus mea et sanctitas vera. Cfr. De imitatione Christi, III, 56, 2.

      [89] Vida, 22, 7.

      [90] Es Cristo que pasa, Madrid, 1973, n. 107.

      PARTE PRIMERA

      INTRODUCCIÓN

      CAPÍTULO I

      EL PAÍS DE JESÚS

      ... Muy dulce es para el alma cristiana conocer, al menos en sus grandes líneas, los paisajes en que posó sus miradas el Hombre-Dios, los valles y las montañas que sus pies recorrieron. Al lado de lo placentero se hallará lo útil, pues la dulce y divina fisonomía de Jesús aparecerá más viviente si la contemplamos en su cuadro providencial.

      La naturaleza y sus continuas evoluciones, sobre todo los hombres con sus guerras y sus estragos, han causado ciertos cambios exteriores en el país de Cristo. Mas no ha cambiado lo esencial. Después de veinte siglos, Palestina conserva en el conjunto el mismo aspecto general, el mismo clima, la misma fauna y la misma flora, los mismos valles y las mismas montañas, los mismos ríos y las mismas fuentes, los mismos caminos y los mismos senderos. Si han desaparecido muchos lugares o no quedan de ellos sino ruinas, Nazaret, Belén, Jerusalén, Sicar, el monte de los Olivos, Betania, el Jordán, el desierto de Judá, el pozo de Jacob, el monte Garizín, quedan aún como testigos elocuentes de la vida de Nuestro Señor, y también de la veracidad de los Evangelios.

      Varios hechos nos sorprenden desde luego, empezando por el mismo nombre del país, que no es otro que el de los Filisteos, aquellos temibles y encarnizados enemigos de Israel. Pero, a consecuencia de una de tantas anomalías de que la historia presenta más de un ejemplo, este nombre, que sólo convenía al ángulo SO de la región, ha terminado por designar a toda la comarca.

      Otro fenómeno aún más sorprendente es la pequeñez de este país, tan justamente célebre. El Antiguo Testamento nos presenta la Palestina como el «escabel de los pies» del Señor. Nosotros podemos decir también que esta privilegiada región ha sido el escabel de los pies de Jesús, pues allí fue donde el Verbo encarnado se dignó pasar casi toda su existencia humana. De esta suerte Palestina, después de haber sido teatro y centro de la revelación judía, ha tenido la gloria, mil veces más envidiable, de ser teatro y centro de la revelación cristiana.

      La superficie total de Palestina, incluyendo los distritos transjordánicos, apenas pasa de 25.000 kilómetros cuadrados. La población actual es difícil de evaluar con certeza, por falta de censos fidedignos en el Imperio turco.

      Si Palestina no es más que un exiguo país cuando se la considera como patrimonio y morada del pueblo de Dios, la porción de la provincia que fue teatro directo de la historia del Salvador aún queda reducida a proporciones mucho más pequeñas. En suma, si dejamos a un lado las dos ciudades en que tuvo lugar el nacimiento y la vida oculta del Salvador, Belén, Nazaret, y prescindimos también de algunos viajes que emprendió Jesús en dirección del Noroeste, hacia Tiro y Sidón, y del Norte, hacia Cesarea de Filipo, el ministerio de Cristo se centraliza en dos sitios muy distintos, bastante alejados uno de otro: al Norte, Cafarnaún y sus alrededores; al Sur, Jesusalén.

      Echando una ojeada sobre el mapa que represente la parte de Asia bañada por el Mediterráneo, notamos, entre la bahía de Isso, situada al Sudeste de la península del Asia Menor y el golfo que se extiende al Norte de la península del Sinaí, a la entrada de Egipto, una larga cadena de montañas, que une el monte Amano con la Arabia Petrea. Esta banda de tierra, seis o siete veces más larga que ancha, forma una especie de istmo entre el mar y el desierto siro-árabe.

      Coloquémonos hacia el centro de este istmo, en la vasta planicie de Celesiria. Allí tienen su origen cuatro ríos, célebres en otro tiempo, que se alejan unos de otros tomando cuatro direcciones distintas. El Oronte va derechamente al Norte, y desemboca en el Mediterráneo, después de haber atravesado la ciudad de Antioquía; el Barada se dirige hacia el Este, pasa por Damasco y va a perderse en el fondo del desierto; el Leontés, ya mencionado, se lanza primero en dirección del Sur, como torrente furioso, y toma en seguida bruscamente la del Oeste, para ir a desembocar en el Mediterráneo, un poco más arriba de Tiro; en fin, el Jordán, que constantemente corre en dirección del Sur, termina en el mar Muerto, después de haber recorrido la Palestina en toda su longitud. El Oronte era el río de la Siria del Norte; el Barada, el de la Siria damascena; el Leontés, el de la Fenicia; el Jordán ha quedado como el río por excelencia de la Tierra Santa, a la que ha contribuido a dar un aspecto particular.