Tales acontecimientos, y muchos otros, con sus consecuencias servirían de telón de fondo a hechos nacionales que tuvieron gran significado en el fin de siglo xx colombiano. Entre ellos pueden contarse la parálisis del sector productivo con la subsiguiente crisis económica y de la deuda externa (1985), y el aumento de los niveles de pobreza; las tomas de la embajada de República Dominicana (1980) y del Palacio de Justicia (1985) en Bogotá por parte del grupo guerrillero M-19, que trasladaron el conflicto armado al escenario urbano; los magnicidios de dirigentes políticos afiliados a diferentes tendencias, así como los asesinatos de funcionarios públicos, de ministros y de periodistas, efectuados por grupos de derecha y de narcotraficantes, que además implantaron la zozobra y el caos en la ciudad mediante la intimidación sicarial y los atentados con bombas; y, finalmente, los procesos de reforma política, como la descentralización administrativa (la elección popular de alcaldes en 1988), la Ley de Reforma Urbana (1989) y la convocatoria y elección popular de la Asamblea Nacional Constituyente (1990), que aprobó una nueva Constitución política en 1991, con los efectos que también tuvo en lo concerniente a la planificación, el ordenamiento del territorio y la concepción y definición de nuevas políticas urbanas.
Se puede decir que los años ochenta son un decenio de profunda crisis, pero también de transiciones, de fenómenos en emergencia, algunos latentes desde tiempo atrás y otros que surgieron como respuesta a ese ambiente caótico y de profunda desesperanza que se respiraba en el país. Son distintas las escalas de incidencia de estos acontecimientos internacionales y nacionales en el hecho urbano y arquitectónico.
En la primera edición de este libro el límite temporal fue el 2010, teniendo en cuenta consideraciones que demarcaron la producción arquitectónica urbana y pública tanto en el contexto mundial como en el plano nacional. El primer decenio del siglo xxi se abrió con una expectativa optimista, por aquello del cambio de milenio; pero este ensalmo no fue suficiente para que lentamente el esperanzador inicio se diluyera en dos grandes fenómenos mundiales: la crisis económica y los efectos del cambio climático. El primero se inició en Estados Unidos en el 2008, cuando reventó la denominada “burbuja inmobiliaria”, y luego se extendió por el mundo, lo que produjo una gran recesión de la que apenas los países comenzaron a salir lentamente a finales del 2009; y el segundo dejó de ser una teoría para convertirse en una real amenaza, corroborada en el incremento de la temperatura del globo y el consecuente deshielo de los polos y nevados, las inusuales sequías e inundaciones, y el aumento de ciclones y huracanes, entre otros eventos catastróficos que mostraron con crudeza la vulnerabilidad de muchas naciones. Pese a que desde finales del siglo xx se han firmado acuerdos de protección del medio ambiente, que pretendían contrarrestar el cambio climático, hasta hoy no se han producido resultados que detengan los efectos de tal fenómeno.
La crisis ambiental era, entonces, una reafirmación de las tendencias demarcadas en los años ochenta del siglo pasado, y a ella se suma la virtualización del mundo, en donde el internet no es ya una experiencia inicial, sino el elemento que ha transformado la cotidianidad mundial, derivando en fenómenos como las redes sociales virtuales —Facebook, Blogger o Twitter—, las que a su vez están determinando el presente y el futuro de lo público, tanto inmaterial como material.
Estos elementos —la crisis, lo ambiental y la virtualidad— delimitaron la manera de concebir e intervenir el espacio urbano. Ciudades y arquitecturas verdes en las que se comenzó a hacer uso de avanzada tecnología para buscar un desarrollo sostenible, como tendencias que se impusieron no como moda pasajera, sino como necesidad para la sobrevivencia de una nueva sociedad urbana, emergida en los albores del siglo xxi, cuando el mayor porcentaje de la población mundial pasó a vivir en centros urbanos y se convirtió en la causante del setenta por ciento de las emisiones de dióxido de carbono, según la Agencia Internacional de Energía. De ahí que los mismos alcaldes de las grandes ciudades, ante el fracaso de la Cumbre de Copenhague (realizada para proteger el medio ambiente), plantearan emprender acciones tangibles como una manera de enfrentar el cambio climático sin tener que esperar que se acaten los acuerdos entre las naciones, como el Protocolo de Kioto, firmado en 1997 por representantes de los países industrializados.
En el escenario de la ciudad colombiana, mientras tanto, la ecología no pareciera ser todavía un motivo de preocupación, así en las políticas urbanas de las grandes capitales se introduzcan algunas consideraciones de tipo ambiental y de manera aislada se emprendan proyectos de arquitectura verde; la preocupación está en otro orden, máxime cuando los índices de violencia y criminalidad bajaron desde el 2002 hasta el 2008, pero luego, en el 2009, se incrementaron de manera dramática, especialmente en los tres principales centros urbanos, Bogotá, Medellín y Cali, donde, según la estadísticas oficiales, ocurrieron el 55 % de los asesinatos acaecidos en el país, con un crecimiento del 29, 133 y 38 % respectivamente en la tasa de homicidios, situación atribuida a las luchas entre redes del narcotráfico y al “resurgimiento” del paramilitarismo.
A pesar del nuevo giro hacia la violencia, el optimismo persiste en términos de la renovación urbana de las ciudades colombianas, con la puesta en servicio de los sistemas masivos de transporte urbano en el 2009 —Cali, Pereira, Bucaramanga—, la continuidad de las intervenciones en Bogotá y Medellín, la inauguración de nuevas obras de gran impacto en centros como Barranquilla, Santa Marta o Armenia, y la extensión de este tipo de proyectos y programas integrales a otras poblaciones intermedias que, al igual que las grandes capitales, los han asumido como una posibilidad de cambio de la imagen urbana, con generación de empleo y desarrollo económico, a la vez que como una forma de mejorar la calidad de vida de los habitantes, con integración social y cambio cultural.
Muchas de estas situaciones planteadas para el 2010 continúan vigentes hasta el presente, y se han profundizado e, incluso, se les han sumado nuevos elementos; por ejemplo, el Protocolo de Kioto fue reemplazado por el Acuerdo de París en 2016, en el que se establecieron medidas más concretas para la reducción de la emisión de gases con efecto invernadero, pese al retiro posterior de Estados Unidos, por iniciativa del gobierno de Donald Trump. El tema del cambio climático ha sido considerado cada vez de manera más fuerte en las agendas y los planes de ordenamiento territorial de las ciudades colombianas, aunque su enunciación no tiene correspondencia inmediata ni concreta en las políticas públicas. Y, como ya se ha señalado, la violencia urbana tiene ciclos de incremento, y a futuro dependerá en mucha parte de lo que ocurra con el control territorial de los espacios dejados por la guerrilla desmovilizada de las farc, las negociaciones con la guerrilla del eln, el incremento o el control de las bandas disidentes y de los grupos criminales, el aumento o la disminución de la migración rural-urbana, la atención a la población desplazada, y la aprobación, implementación y éxito de las políticas derivadas de los acuerdos de paz, en lo cual el tema de las víctimas es central, con tres principios fundamentales: verdad, reparación y no repetición.
Las ciudades colombianas, entre el 2010 y el 2017, han jugado un papel fundamental en la economía colombiana. La crisis del petróleo y la caída de los precios de este posibilitaron que el sector de la construcción se convirtiera en un salvavidas por su aporte al Producto Interno Bruto, lo que permitió un leve crecimiento económico; y, en cuanto a la construcción, la vivienda ha sido importante en estos últimos años, que coinciden precisamente con el gobierno de Juan Manuel Santos, posesionado el 7 de agosto del 2010. Mediante políticas de incentivos, se construyeron viviendas sociales y para clases medias en un ritmo nunca antes igualado, no solo en las grandes ciudades, sino en pequeños y medianos centros urbanos. Más allá del aporte económico y de la disminución del déficit habitacional, esta masiva construcción cambió la configuración de muchos paisajes urbanos.
Pareciera que en pocos años nada puede cambiar. Se pensaría que a partir del 2010, nada más obedeciendo a la inercia, el mundo seguiría como venía desde el primer día del siglo xxi, pero, en poco más de un quinquenio, hubo virajes y sorprendentes cambios, como para certificar que en tiempos de globalización nada es estático y todo se precipita en la velocidad, la fluidez o los tiempos líquidos de los que hablara el sociólogo Zygmunt Bauman, fallecido a comienzos del 2017. A la volatilidad de los fenómenos globales, Colombia contribuyó con sus dinámicas políticas y sociales, como consecuencia de lo sucedido en el mundo, por relación