“Los estudios superiores para el agro no estaban en el ideario de los jóvenes de la ciudad; el campo y sus trabajadores eran considerados inferiores; las instituciones educativas no contaban con dolientes que representaran alto nivel científico, ni sus instalaciones eran adecuadas; la utopía de un país que adoptara los logros de la segunda revolución agrícola era lejana”; no obstante que en el ámbito mundial era un hecho y que la veterinaria y la agronomía se nutrían de la ciencia básica y aportaban desde la investigación soluciones a los problemas sanitarios y productivos (Restrepo, Arboleda y Bejarano, 1993).
En 1874, José Eustorgio Salgar, gobernador de Cundinamarca, presentó a la Asamblea la iniciativa para crear una institución que se encargara de la enseñanza de las técnicas agropecuarias. Se creó la Quinta Modelo de Aclimatación de la Escuela Agrícola de Cundinamarca, primera institución dedicada a la formación técnica agropecuaria, cuyas actividades se centraron en la producción rural mediante la introducción de semillas, animales reproductores, instrumentos de labranza y otros elementos requeridos para la enseñanza teórica y práctica. Tuvo su órgano de divulgación: La Escuela Agrícola, que reemplazó temporalmente al periódico de la SAC, pero la revolución de 1876 truncó las actividades de la escuela (Gracia, 2002).
A mediados del siglo XIX se incrementó el interés por las ciencias naturales y aparecieron instituciones científicas: en 1867, la Universidad Nacional de los Estados Unidos de Colombia, con sus escuelas superiores de Ciencias Naturales, Ingeniería, Jurisprudencia y Medicina; en 1873, la Sociedad de Medicina y Ciencias Naturales de Bogotá, y en 1887, la Academia de Medicina de Medellín. También se imprimieron varias publicaciones: la Revista Científica e Industrial (1871-1872), los Anales de la Universidad Nacional (1868-1880), los Anales de Instrucción Pública (1880-1892), El Agricultor (1873-1901) —obra que perduró a pesar de los conflictos y limitaciones propios de la época, sin duda porque el anhelo por el establecimiento de educación para el sector agropecuario así lo ameritaba—, y la Revista Médica (1873-1924). Los interesados en la ciencia tenían un espacio para sus escritos en el joven país (Obregón, 1989). De acuerdo con Melo (1989):
Hacia 1880 estaba adquiriendo prominencia un empresario rural y urbano más ilustrado que el terrateniente tradicional, partidario del progreso técnico, dispuesto a ensayar nuevos cultivos y nuevas formas de actividad productiva. Dichos empresarios vinculados también a la política, parecían dar más importancia a la apertura de haciendas, la formación de bancos, el desarrollo de las vías de comunicación, la siembra de café, que a la satisfacción de ambiciones de empleo a costa del presupuesto nacional. Es posible que el sector de comerciantes liberales que adquirió tierras a consecuencia de las grandes reformas de mediados de siglo tuviera que ver con la expansión de esta nueva mentalidad empresarial; ideas similares se extendieron entre los propietarios conservadores antioqueños o fueron promovidas por algunas de las familias de inmigrantes recién llegadas al país. En todo caso, este sector de la clase dirigente se estaba desarrollando en el seno de ambos partidos, y sus intereses no estarían servidos sino con el establecimiento de un acuerdo político que estableciera un mínimo de unidad nacional, consolidara el orden público y diera prelación los problemas prácticos sobre los agudos enfrentamientos ideológicos que habían dominado hasta entonces. (Melo, 1989, párr. 13)
Por medio de los decretos 337 y 636 de 1878 se autorizó la organización del Departamento de Agricultura, con el fin de adelantar estudios sobre el estado de la agricultura y la ganadería; introducir plantas y semillas nuevas para distribuirlas y procurar su aclimatación; hacer publicaciones en los periódicos; establecer relaciones con sociedades agrícolas de otros países, y formar una nueva biblioteca nacional de agricultura. En este contexto se fundó, en 1879, el Instituto Nacional de Agricultura.
Su primer director fue el médico Juan de Dios Carrasquilla, estudioso de las ciencias agropecuarias. Allí se formaron los primeros profesores a cuyo cargo estuvo la divulgación de los principios científicos para el mejoramiento y el desarrollo de la producción agropecuaria (Gracia, 2002). Fueron varias las publicaciones realizadas: Conferencias de Agronomía (1884), Tratado General de Agronomía (1890) y Lecciones de Agricultura para las Escuelas de Colombia (1894).
Durante 1882 se estableció el estatuto orgánico del nuevo instituto. El plan de estudios incluyó, para el tercer año, las materias de fitotecnia y zootecnia, y para el cuarto veterinaria, ingeniería rural, economía rural e industrias agrícolas; los espacios académicos de química, física, botánica y zoología se estudiaban en los dos primeros años.
En 1884 se modificó el estatuto orgánico, se reformó el plan de estudios, se redujo la carrera a tres años y se estableció la enseñanza teórica y práctica de la veterinaria. Pero eran solo anhelos, pues faltaban los dolientes; ante la ausencia de expertos en la materia y la imposibilidad de formar profesionales competentes, los señores Juan de Dios Carrasquilla, Salvador Camacho Roldán y Jorge Michelsen Uribe solicitaron a las autoridades gubernamentales la contratación del personal idóneo y necesario.
De acuerdo con Gracia (2002), en 1887 el instituto dejó de funcionar, y la instrucción veterinaria pasó a la Facultad de Medicina y Ciencias Naturales de la Universidad Nacional. Por lo anterior, se creó la Escuela Nacional de Veterinaria dirigida por Claude Vericel, que funcionó como entidad anexa a la Facultad de Medicina, hasta su cierre definitivo, como consecuencia de la guerra civil.
Vericel, veterinario francés, fue invitado para regentar las cátedras de elementos de patología e higiene en el Instituto Nacional de Agricultura, para aclarar situaciones complejas referentes a la salud pública. Con la llegada de Vericel el 12 de junio de 1884 se dio inicio formal (con más de una siglo de diferencia con respecto a Europa) al estudio de la veterinaria, inicialmente en el instituto y luego en la Escuela Nacional de Veterinaria; con ayuda de sus alumnos sentó las bases de la microbiología médica, la veterinaria y la salud pública. Asimismo, su gestión para la importación de bovinos de Francia, Holanda y las Antillas Británicas constituyó un aporte al mejoramiento genético de la ganadería lechera del país.
Los egresados de la primera y única promoción de la Escuela Nacional de Veterinaria recibieron el título de Profesor en Veterinaria (tal como se propuso en el Instituto Nacional de Agricultura); dicho título era apreciado y otorgaba una posición social destacada para los doce graduados de la escuela. La producción de la vacuna contra la viruela, así como el servicio de laboratorio para la salud animal y también para la salud humana y la inspección de alimentos, se iniciaron en el país a cargo de los egresados (Gracia, 2009). La nueva escuela de veterinaria cerró sus puertas después de graduar la primera promoción, debido a la Guerra de los Mil Días.
El 8 de enero de 1893 el Consejo Universitario de la Universidad de Cartagena creó la Facultad de Veterinaria, anexa a la Facultad de Medicina (Piñeres de la Ossa, 2001); la dirección estuvo a cargo del veterinario español P. Leyes Posse, contratado en La Habana por el cónsul de Colombia Marcos Medrano. Esta iniciativa académica tuvo una corta vida, graduó solo tres veterinarios antes de su cierre definitivo por problemas presupuestales: Manuel Benito Revollo, Sergio D. Ibarra y Luis Lacharme. Poco se sabe de los egresados; Lacharme fundó en Montería la empresa Agua, Hielo y Luz S. A., construyó el primer acueducto de Montería, en 1923 fundó la Hacienda Morocoquiel y la fábrica de mantequilla El Encanto en 1926.
Presencia lasallista en Colombia, logros y proyecciones
Otro proyecto importante del profesor Vericel tuvo lugar por la misma época: los Hermanos de La Salle llegaron a Colombia en 1890. De acuerdo con Obregón