Aquiles y su tigre encadenado. Gonzalo Alcaide Narvreón. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Gonzalo Alcaide Narvreón
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Языкознание
Год издания: 0
isbn: 9788468538143
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me siento un poco mareada –dijo Marina, apenas se levantó de su silla.

      –Debe ser producto del cansancio y del alcohol –dijo Aquiles.

      –Seguramente es eso –contestó Marina, sabiendo que nunca había experimentado una sensación similar.

      Se le cruzó por la cabeza la idea de que quizá pudiese estar embarazada, e inmediatamente, pensó en la copa de vino que acababa de tomar.

      El sol estaba perpendicular a la tierra y sus rayos rebotaban estridentemente sobre las turquesas aguas del mar y sobre la arena que parecía harina.

      Caminaron lentamente por el sendero de madera, respirando profundamente, como intentando acaparar todo el aire de mar que les fuese posible. Llegaron a su cabaña e ingresaron, se quitaron las ojotas y Marina se tiró directamente sobre la cama. Sin emitir una sola palabra más y sin moverse, casi inmediatamente, quedó profundamente dormida.

      Aquiles, que a pesar del cansancio parecía no querer perder un minuto de su estadía durmiendo, salió a la terraza y se apoyó en la baranda de madera quedando como hipnotizado, viendo las olas que, una tras otra, rompían contra las rocas generando borbotones de espuma blanca que contrastaban con la intensidad del turquesa del agua.

      Regresó al interior de la cabaña y se tiró sobre la cama, teniendo cuidado de no despertar a Marina. Permaneció boca arriba, observando el balanceo de las cortinas blancas que bailaban al compás de la brisa marina y escuchando el arrullo de las olas, rápidamente se rindió al agotamiento para caer en un profundo sueño...

      Capítulo 5

      Pescando garotas

      Alejandro y Facundo dejaron su cuarto y descendieron hacia el lobby del hotel para encontrarse con su grupo de amigos.

      Facundo, a pesar de que no tenía inhibición alguna, para salir de la habitación se había puesto una bermuda de baño sobre el slip, ya que no se sentía cómodo al estar paseando por el hotel casi en pelotas.

      Tomás, Marcelo y Alfredo, conversaban animadamente en medio de risas y de gestos efusivos. Todos vestían bermudas de baño y ojotas y cada quien cargaba con una mochila al hombro.

      Con excepción de Alfredo, que practicaba ciclismo y se depilaba todo el cuerpo, cosa que era motivo de frecuentes burlas, Marcelo y Tomás, al igual que Facundo y Alejandro, tenían piernas y brazos cubiertos por vellos, aunque Tomás era el único que no tenía pelo en pecho.

      A diferencia de lo que frecuentemente sucede en un grupo de amigos en los que siempre existe el fachero que arrastra al resto para conseguir mujeres, el gordo simpático, o el que tiene labia para conquistarlas, este grupo era extrañamente homogéneo.

      Salvo Alejandro y Tomás, que se conocían desde la época del colegio, el resto fue sumándose en diferentes etapas de la vida y habían congeniado como para compartir salidas, reuniones y en alguna que otra ocasión, también mujeres.

      Todos practicaban deportes e iban al mismo gimnasio. Sus físicos estaban tonificados, se mantenían muy bien y eran tipos atractivos.

      Salieron del hotel, cruzaron la Av. Vieira Souto y en pocos minutos estaba pisando la arena de las playas de Rio.

      Dejaron sus mochilas sobre la arena. Facundo se quitó la bermuda para quedar en sunga; Alfredo y Tomás hicieron lo mismo, ya que llevaban sunga debajo de las bermudas. La de Alfredo, al igual que la de Facundo, era tipo slip, mientras que la de Tomás era de piernas cortas.

      –Ustedes dos ¿se van a quedar así? –preguntó Tomás, dirigiéndose a Alejandro y a Marcelo que vestían bermudas.

      –Si nene, abajo no tengo nada y no me interesa salir a mostrar bulto... si no lo hago en Argentina, no veo porque debería hacerlo acá –respondió Marcelo, diciendo casi lo mismo que lo que Alejandro le había dicho a Facundo en la habitación del hotel.

      –¡Déjense de joder! estamos en Brasil, dejen el pudor y la pacatería para cuando regresemos a Buenos Aires y salgan a lucir lomo –agregó Alfredo.

      Alejandro, sin dar trascendencia al tema de la vestimenta, comenzó a correr hacia el mar y se zambulló bajo la primera ola. El resto del grupo se le unió, aunque temerosos por dejar sus pertenencias solas.

      Alejandro y Marcelo se internaron en el mar y comenzaron a nadar, mientras que los otros tres permanecieron zambulléndose en cada ola que se formaba no muy lejos de la costa.

      La temperatura del agua era sumamente agradable y el día era propicio como para disfrutar al máximo del mar, aunque, tratándose del primer día, debían cuidarse de respetar el horario de máxima exposición solar, porque de no hacerlo, terminarían como camarones.

      Marcelo y Alejandro se acercaron a la costa y se unieron al resto del grupo. Permanecieron un buen rato dentro del agua jugando entre las olas, mostrándose exultantes de alegría.

      Fueron saliendo del agua y permanecieron en la orilla conversando, mientras que las olas que acariciaban una tras otra sus pies.

      La playa comenzaba a llenarse de gente de todo tipo y color. Físicos para todos los gustos, fuesen femeninos o masculinos.

      –¡Admirable! –dijo Alfredo, mirando fijamente hacia un punto.

      –¿Qué es lo admirable? –preguntó Marcelo.

      –¡Miren lo que es el culo de esa mujer y se calza una cola less como si fuese modelo! Eso sí que es tener la autoestima bien puesta –dijo Alfredo.

      El grupo miró hacia donde miraba Alfredo y quedaron sorprendidos por la imagen.

      –Es lo que yo pienso siempre... Admiro a este pueblo por la soltura y hasta por la elegancia con la que manejan sus cuerpos... Yo, si tuviese ese culo, creo que me pondría una túnica para venir a la playa –dijo Alejandro.

      El grupo completo estalló en una carcajada por el comentario.

      –Che, Ale... mirá cómo te está marcando el flaco de sunga amarilla que está a tu derecha –dijo Facundo, que tenía muy claro cómo se manejaban ese tipo de códigos, esas miradas y las intenciones que estas transmitían.

      Alejandro giró y vio a un hombre mestizo, de cuerpo cuidado, que mirándolo fijamente, bajó su mirada, clavándola descaradamente en el bulto que a Alejandro se le marcaba notoriamente bajo la bermuda mojada y luego lo miró directo a los ojos sonriéndole.

      Alejandro, imposibilitado para devolver el saludo, volvió a girar la cabeza hacia su grupo de amigos muerto de vergüenza.

      –Huy boludo... que descarado ese tipo... me miró el paquete y después me sonrió –dijo Alejandro, un tanto sonrojado.

      –Bueno, en principio, se te recontra marca y llama la atención... Además, acostúmbrense, porque acá se les van a insinuar mujeres y hombres por igual –dijo Facundo.

      –Si vos lo decís, por algo será –comento Tomás, sarcásticamente.

      –Y... la verdad es que hace años que veraneo en Brasil y si tengo que serles honesto, he vivido casi de todo –contestó Facundo, enfrentando sin pudor al comentario sarcástico emitido por Tomás y agregó– además, ese mestizo está muy apetecible.

      –Todo tuyo... –dijo Alejandro.

      –Voy a buscar protector solar, porque si no, voy a tener que dormir colgado de una percha –dijo Marcelo.

      –Yo diría que regresemos al hotel. Son las once y el sol nos va a matar a todos –agregó Alfredo.

      Los cinco estuvieron de acuerdo, por lo que caminaron hasta donde habían dejado sus mochilas.

      A un par de metros, se habían instalado un grupo de cuatro brasileñas que sonrieron al verlos llegar.

      –Bom día –dijo Facundo, con su habitual desfachatez y dispuesto a entablar una conversación, sabiéndose dueño de un fluido