Aquiles y su tigre encadenado. Gonzalo Alcaide Narvreón. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Gonzalo Alcaide Narvreón
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Языкознание
Год издания: 0
isbn: 9788468538143
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a sus ojos.

      –Como hecha a medida –dijo Facundo, conteniéndose para no decir todo lo que estaba pensando en ese momento.

      Más allá de que jamás habían profundizado mucho sobre cuestiones sexuales y que el grupo sabía sobre su bisexualidad, Facundo nunca había tenido una charla profunda como para conocer la intimidad de Alejandro. No obstante, percibía que había algo más allá de la fachada de hombre masculino y hetero que mostraba su amigo.

      Por otro lado, si es que tuviese alguna regla, era la de no intimar con amigos, justamente para poder mantener intacta esa amistad, aunque otra de las reglas que tenía era el “Nunca digas nunca...”

      Alejandro caminó hacia su cama con la sunga puesta, se tiró boca abajo y en pocos minutos, quedó absolutamente dormido.

      Facundo permaneció por unos minutos despierto, mirando los glúteos de su amigo que emergían del colchón como dos globos bien inflados y en medio de una maraña de pensamientos pecaminosos, finalmente quedó dormido.

      Capítulo 6

      Estrechando lazos

      Sintiendo la brisa del aire marítimo en su cara y con el sonido del mar de fondo, Aquiles fue saliendo lentamente del profundo sueño en el que había caído.

      Giró su cabeza y observó que Marina aún continuaba durmiendo profundamente.

      Se incorporó y salió a la terraza, desde la que se podían apreciar los últimos rayos de sol que aún se reflejaban sobre las aguas del Caribe.

      Fue a buscar su reloj y se sorprendió al ver que ya eran las cinco y media. No podía creer que fuese tan tarde y que luego del almuerzo, había estado más de tres horas dormido, cosa que no era habitual en él.

      Pensó en despertar a Marina, ya que, si continuaba durmiendo, a la noche no podría conciliar el sueño, pero viéndola recostada, reflejando en su rostro lo que parecía ser un estado de absoluta paz, le dio pena y dejó que siguiese durmiendo.

      Como frecuentemente hacía, reflexionó sobre lo afortunado que era de tenerla como compañera de vida. Se sentía realmente enamorado de su belleza exterior y fundamentalmente, de la hermosa persona que era por dentro.

      Cuidadoso de no hacer ruido, buscó dentro de su bolso un blanco que jamás había estrenado y se le antojó que ese sería el momento oportuno para hacerlo. Se quitó la bermuda, se puso el slip y volvió a ponerse la bermuda; buscó sus ojotas blancas, los lentes de sol y salió de la cabaña. Comenzó a caminar por el sendero rumbo a la playa; pidió un toallón y un snorkel y continuó camino hacia una de las tantas palapas que estaban desocupadas. Dejó sus pertenencias sobre una reposera y se quitó la bermuda. Agarró el snorkel y comenzó a caminar hacia el mar, en el que ingresó sin prisa, pero sin pausa.

      Luego de una tarde de siesta, le resultó sumamente placentero sentir el contacto con el agua tibia y transparente.

      El clima estaba templado y apenas corría una brisa que se sentía refrescante. No había olas, por lo que el mar parecía una piscina y a la distancia, solo se observaba una línea blanca, producto de la marea chocando contra la barrera de corales.

      Aquiles se puso el snorkel y se sumergió, perdiéndose en las maravillas que el mar caribe tenía para ofrecerle. Se cruzó con infinidad de cardúmenes de diferentes especies y tuvo la fortuna de encontrar dos tortugas a las que comenzó a perseguir y que escapaban cada vez que intentaba tocarlas.

      Cada tanto, sacaba su cabeza del agua para observar cuán lejos se encontraba de la costa, porque era consciente de que su entusiasmo, podía hacerle perder la noción de la distancia.

      Aunque al estar solo y no poder compartir la aventura con nadie le quitaba atracción a la práctica del snorkel, permaneció dentro del agua al menos por una hora.

      Comenzó a dirigirse hacia la orilla y con el agua a la altura de su cintura, se paró y puso su snorkel por sobre su cabeza.

      Permaneció allí, mirando hacia el horizonte y luego de unos minutos, comenzó a caminar hacia la orilla.

      Los pelos negros que cubrían todo su cuerpo, por efecto del agua, caían pesados sobre su humanidad y contrastaban con la blancura de su slip.

      Caminó hacia la palapa, dejo el snorkel sobre una reposera y agarró el toallón para secarse.

      Pensó en ponerse la bermuda, pero decidió que no quería mojarla y venciendo sus propios prejuicios, decidió quedarse como estaba.

      Siendo fiel a su argentinidad, Aquiles usaba slip solo para nadar en la piscina del edificio en el que vivía y siempre bajaba con una bermuda que se quitaba al llegar. En la playa, solo los usaba si vacacionaba en el exterior, pero jamás lo haría en una playa de Argentina... Ese comportamiento pacato y propios de la mayoría de los argentinos, quizá, era producto de sentirse liberados ante el anonimato de saberse extranjeros y de la casi nula probabilidad de cruzarse con algún compatriota conocido.

      Se incorporó y caminó hacia la barra del bar que había sobre la playa para pedir un café, mientras observaba que podía servirse para comer. Puso sobre un plato un par de bocados de masa recubierta con dulce y aguardó a que le entregasen su taza.

      Con su pedido en mano, giró y comenzó a caminar hacia su palapa.

      A mitad de camino, vio que Ethan venía caminando en sentido opuesto. Al acercársele, sin tapujos y de manera notoria, bajó su mirada hacia su bulto y esbozando una sonrisa dijo en inglés:

      –Lindo slip...

      Aquiles no supo que responder; solo atinó a hacer un gesto con su cara y a continuar caminando.

      Llegó a su reposera en la que depositó su humanidad y se puso lentes de sol para descansar la vista. Mientras disfrutaba de su merienda mirando hacia el horizonte, recordó las charlas que había mantenido con Alejandro sobre situaciones vividas en los vestuarios de los gimnasios, temas sobre los que jamás había prestado atención, hasta que Alejandro se lo había hecho notar.

      Aquiles no entendía bien si se estaba imaginando cosas que no eran. Quizá, estaba percibiendo segundas intenciones donde no las había, o quizá, su radar funcionaba perfectamente bien y captaba mensajes que estaban siendo dirigidos con absoluta claridad y con total desparpajo.

      Las sonrisas cruzadas durante el desayuno, la sensación de estar siendo observado, los cuchicheos entre sonrisas picaronas que los canadienses habían hecho cuando Marina y él pasaban frente a su cabaña; el reciente comentario sobre su slip, mirándole descaradamente el bulto...

      Además, le había llamado la atención el comentario emitido por Marina hablándole de la sospecha que tenía sobre esta pareja.

      Después de todo, el reciente comentario sobre su slip o las sonrisas, podían ser simplemente gestos de amabilidad o de querer entablar una conversación amistosa y punto.

      Los pensamientos de Aquiles fueron interrumpidos por Ethan, que parado a su lado y con una copa de Ron Sunset en su mano, preguntó en su inglés nativo:

      –¿Puedo sentarme?

      Aquiles se sobresaltó y levantó sus lentes para dejarlos apoyados sobre su cabeza.

      –Si, por supuesto, sentate –respondió Aquiles, hablando en inglés, sin otra opción más que la de aceptar la solicitud de Ethan.

      –¿Tu bella mujer? –preguntó Ethan.

      –Durmiendo, estaba muy cansada; el viaje desde Buenos Aires es largo y necesitaba dormir –respondió Aquiles.

      –Ah claro... ¿cuánto tiempo les lleva el viaje desde Buenos Aires? –preguntó Ethan.

      –Son unas nueve horas de vuelo hasta Cancún, dependiendo de los vientos y de si el vuelo es directo, que es como viajamos nosotros –contestó Aquiles.

      –Lejos