Aquiles y su tigre encadenado. Gonzalo Alcaide Narvreón. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Gonzalo Alcaide Narvreón
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Языкознание
Год издания: 0
isbn: 9788468538143
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su mirada, encontrándose con los glúteos firmes y redondos cubiertos de pelos rubios casi colorados que lucía su amigo.

      Alejandro eligió una bermuda azul petróleo, estampada con flores blancas.

      –¡Dejate de joder...! estamos en Brasil... no podés ir a la playa en traje de baño con las piernas hasta la rodilla –exclamó Facundo.

      –¿Y qué tiene? vos porque haces la típica “Argento,” que si veranean en Argentina o si van a alguna piscina, ni locos usan sungas, pero salen del país y se hacen los liberados y comienzan a exhibir el bulto... –dijo Alejandro, teniendo claro que no era el caso particular de Facundo, a quien había visto muchas veces en Argentina vistiendo ese tipo de mallas.

      En verdad, Facundo llevaba una vida muy coherente con su forma de pensar. Era bisexual y lo tenía asumido; era un tema trabajado y si bien su aspecto era el de un hombre bien masculino al que no le interesaba levantar ninguna pancarta ni ir por la vida hablando ni demostrando sus preferencias sexuales, tampoco le interesaba ocultarlo. Estaba cómodo con su cuerpo y con la vida que llevaba y no tenía inhibiciones en mostrarse tal cual era.

      –Agarrá alguna de las mías y lucí el lomazo que tenés; cuando regresemos de la playa, te acompaño para que te compres algunas –dijo Facundo, arrojándole un par encima de la cama.

      Alejandro hizo caso omiso al comentario sobre la ropa, aunque internamente, reflexionó sobre su propio comportamiento quizá un poco pacato... Ciertamente, si había algo que admiraba de los brasileños, además de su estado de fiesta permanente, era la falta de prejuicios que tenían con respecto a sus cuerpos. Fuesen delgados o gordos, salían a lucir su humanidad sin ningún tipo de pudor. Él tenía físico para lucir y después de todo, no veía por qué no hacerlo. Lo que no le había pasado desapercibido fue el comentario emitido por Facundo elogiando su cuerpo.

      Sin responder, se puso una remera blanca sin mangas y buscó en su bolso ojotas también blancas.

      Agarró el equipaje y lo llevó hacia el placard, solo con la intención de acomodar algunas cosas que usaría frecuentemente. Regresó a su cama y se tiró boca arriba, con los ojos cerrados, buscando unos minutos de relax.

      Si bien el vuelo Rio/Buenos Aires era relativamente corto y este en particular había resultado sumamente tranquilo, subirse a un avión le provocaba cierta tensión y luego del viaje, solía quedar cansado como producto de los nervios.

      Pasaron unos quince minutos que le parecieron muchos más y se sobresaltó por el llamado de Facundo que lo despertó, diciéndole que el resto del grupo ya estaba en el lobby aguardándolos para ir a la playa, por lo que se incorporó, fue hacia el baño y agarró sus cosas para salir del cuarto. ...

      Capítulo 4

      Un día agotador

      Sin ánimos de explorar demasiado el Resort, cansados por el largo vuelo, más la hora y media de conducir por la ruta, y sumado a eso, la sesión de sexo en la cabaña y el doblete hecho más tarde dentro del mar, se dirigieron directamente al mismo restaurante en el que habían tomado el desayuno.

      Caminaron por la pasarela, observando como por el reflejo de los rayos del sol del mediodía, la arena parecía más blanca que nunca.

      Al llegar a la puerta, encontraron a las mismas higuanas que habían visto a la mañana, que realmente parecían embalsamadas y que posaban ajenas a lo que sucedía a su alrededor. Ingresaron y escogieron la última mesa libre ubicada al lado de una ventana con vista abierta hacia el Caribe.

      –Muero de hambre y de cansancio –dijo Marina.

      –Yo también –respondió Aquiles, levantándose de la mesa para ir en busca de un plato en el que serviría su almuerzo.

      Marina fue tras de él y comenzó a seleccionar su menú.

      Regresaron a la mesa y rápidamente se acercó un mesero para ofrecerles bebidas; ambos eligieron agua fría sin gas.

      –Qué bien pinta ese plato –dijo Aquiles, mirando lo que se había servido Marina.

      El plato de Marina estaba cargado de papas doradas al horno, acompañadas por una abundante cantidad de huacamole y con una pequeña cantidad de nachos en un costado, más tomates con aceite de oliva, albahaca y queso.

      Aquiles se había servido dos porciones de pollo grillado, que también acompañaría con huacamole y con nachos.

      Ambos comenzaron a disfrutar lentamente y en silencio de su almuerzo, sintiendo la cálida brisa del mar que ingresaba por la ventana y que acariciaba sus rostros.

      Una a una, las mesas libres se fueron ocupando.

      Las conversaciones que se escuchaban eran en inglés, con excepción a la de una pareja de alemanes y a la de un matrimonio mayor que eran claramente españoles. La mayoría de los huéspedes eran parejas que superaban los cuarenta años, salvo los alemanes, que aparentaban no tener mucho más que treinta.

      Al tratarse de un Resort exclusivamente para adultos, era algo bastante lógico que esto sucediera. La mayoría de las parejas muy jóvenes, seguramente no contaban con los recursos económicos como para solventar las tarifas y, además, en su mayoría, buscaban lugares en los que hubiese más actividad. La mayoría de las parejas de mediana edad, tenían hijos aún en etapa de crianza, por lo que también quedaban descartados como para hospedarse en un lugar así. Los de arriba de cincuenta entraban en el target apropiado, matrimonios sin hijos, o bien, matrimonios con hijos ya independizados. Obviamente que había excepciones, como era el caso de Aquiles y de Marina, que aún no tenían hijos a cargo.

      Marina, que estaba sentada de frente al acceso, observó que la pareja de canadienses había ingresado sin verlos y se habían dirigido directamente hacia una mesa vacía en el otro lado del restaurante, ubicada al lado de una ventana que daba hacia el manglar.

      –¿Qué mirás? –preguntó Aquiles, dándose cuenta de que Marina tenía su mirada fijada en algo o en alguien.

      –Nada... recién entraron Ethan y Cristie –respondió Marina, que no entendía bien el motivo por el que esa pareja le despertaba cierta curiosidad.

      –Ah.... Ethan y Cristie, nuestros grandes amigos... los llamás como si fuésemos íntimos –dijo Aquiles, de manera burlona.

      –No seas tonto –respondió Marina.

      –Esto está delicioso, en su punto justo –dijo Aquiles, que disfrutaba de su pollo grillado y que, aún sin haberle dado importancia a la respuesta de Marina, giró su cabeza para ver hacia donde se habían dirigido los canadienses.

      –Esto también –dijo Marina, borrando sus pensamientos, mientras cargaba su tenedor con un poco de huacamole y pinchaba una papa para llevárselo a la boca.

      –Pensar que uno regresa a Buenos Aires creyendo que todo lo que vemos sucede mientras uno está aquí y resulta que este mismo ritmo continua todo el año –dijo Aquiles.

      –Es cierto... nosotros estamos acostumbrados a que nuestra temporada de playa es corta... con suerte, enero y febrero a full, comienzan las clases y adiós playa; pero acá, se puede disfrutar en las cuatro estaciones –respondió Marina.

      Continuaron con el almuerzo, intercambiando alguno que otro comentario sin mayor trascendencia.

      –¿Pedimos una copa de vino? –preguntó Aquiles, buscando la complicidad de Marina.

      –Tomamos vino y nos vamos a dormir la siesta, porque si le sumamos alcohol a lo cansados que estamos, olvídate de mantenerme en pie –respondió Marina.

      –Y bueno... una siesta y de nuevo a la playa –respondió Aquiles, que llamó a la camarera para pedirle dos copas de vino que saborearon junto a los últimos bocados de su almuerzo.

      –¿Postre? –preguntó Aquiles.

      –No... paso –respondió Marina, que comenzaba a sentir la somnolencia