Aquiles y su tigre encadenado. Gonzalo Alcaide Narvreón. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Gonzalo Alcaide Narvreón
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Языкознание
Год издания: 0
isbn: 9788468538143
Скачать книгу
castellano trabado, pero castellano al fin.

      Aquiles y Marina se dirigieron hacia la cabaña para ir al baño y para cambiarse de ropa.

      A pesar del cansancio del viaje y de haber dormido poco e incómodos, el clima invitaba como para no perderse un minuto de las cálidas y apacibles aguas de La Riviera, por lo que dejarían la tarea de acomodar la ropa y el resto del equipaje para más adelante y bajarían para pisar las blancas arenas de Tulum.

      Aquiles se quitó la ropa y se puso una bermuda de baño floreada en la gama de los azules.

      Marina regresó del baño completamente desnuda. Se la veía resplandeciente, como si el embrión que llevaba dentro la estuviese iluminando.

      Al verlo a Aquiles en bermudas y en cuero, sintió que se le revolucionaban las hormonas y fue directo hacia él; lo empujó y lo dejó tendido de espaldas sobre la cama.

      Aquiles, en medio de un gesto de sorpresa, esbozó una sonrisa.

      –Estás hermosa –dijo.

      Marina se tiró sobre él y con ambas manos, comenzó a deslizar la cintura de las bermudas hasta quitárselo por completo. Cual Geisha dispuesta a satisfacer a su hombre, comenzó a practicarle una felatio lenta y sabrosa. No demoró mucho para que el pene de Aquiles estuviese absolutamente erecto.

      Marina se posicionó y con su vagina completamente lubricada por la excitación que la invadía, descendió para ser penetrada por su marido. Inició un movimiento de sube y baja y sintiendo el miembro de su macho cada vez más firme, aumentó el ritmo.

      Teniendo como fondo la imagen del mar turquesa sobre el que se reflejaban los resplandecientes rayos de sol, sintió que un orgasmo la invadía y comenzó a gritar sin ningún tipo de reparo ni de inhibición.

      El descontrol espontaneo de Marina, hizo que Aquiles llegase rápidamente a su orgasmo y también, acompañado por un grito furioso, descargó su esencia dentro de Marina, que sudorosa, se dejó caer sobre el torso de Aquiles.

      Permanecieron por unos minutos inmóviles y relajados, percibiendo el sonido de la brisa y el de las olas del mar que rompían tímidamente sobre las rocas.

      –Que buen comienzo –dijo Marina, con cara de satisfacción.

      –Muy bueno –contestó Aquiles, que se incorporó, levantó del piso su bermuda y fue hacia el baño para higienizarse.

      Regresó y vio que Marina estaba parada al lado del ventanal, vistiendo una malla blanca de dos piezas y que cubría su torso con una camisola transparente. Llevaba lentes de sol y su clásico sombrero estilo Panamá.

      A pesar de la reciente eyaculación, sintió que su miembro comenzaba a erectarse nuevamente, pero se inhibió de generar cualquier tipo de situación que los hubiese llevado nuevamente a la cama.

      Salieron de la cabaña y se dirigieron por un sendero, siguiendo los carteles que indicaban el recorrido hacia la playa.

      Al pasar por frente a la cabaña contigua, se cruzaron nuevamente con los canadienses, que salían para incorporarse al sendero y que, al verlos, dibujaron una sonrisa de complicidad entre ellos.

      –Estos dos ¿nos habrán escuchado? –dijo Marina.

      –Por como gritaste, probablemente te hayan escuchado desde la recepción –contestó Aquiles.

      –No seas tonto... qué vergüenza... –dijo Marina, y agregó– si me escucharon a mí, también deben haberte escuchado a vos, porque flor de grito pegaste al eyacular.

      –Olvidate, –dijo Aquiles, sonriendo por el comentario de Marina– sospecho que acá nadie se va a horrorizar por nada... Este Resort es solo para parejas, e imagino que todos vinimos más o menos con las mismas intenciones; “Disfrutar de aguas turquesas y templadas, caminar descalzos sobre arena blanca bajo el sol y tener sexo, mucho sexo...” además, si nos hubiesen escuchado, los veremos durante esta semana y después nunca más –agregó.

      –Estos tienen pinta de ser swingers –dijo Marina.

      Aquiles quedó sorprendido por el comentario tan contundente y despojado que acababa de hacer su mujer.

      –Ah bue... y vos ¿desde cuándo prestando atención a ese tipo de cosas? –dijo Aquiles.

      –No es que esté pendiente ni que preste tanta atención, pero a esta altura de la vida y con toda la información que circula y a la que uno tiene acceso, no hay que ser muy suspicaz como para darse cuenta sobre ciertas actitudes y comportamientos –contestó Marina.

      –Bue...quizá sonrieron por algo de lo que ya estaban conversando cuando los cruzamos, o quizá se reían de tus gemidos y de tus gritos, o quizá estés en los cierto y quieran compartir nuestra cama –dijo Aquiles, en tono burlón.

      –No sé... medio raro... mientras estábamos en la barra sirviéndonos comida, percibí en ella algo extraño, como una energía diferente –dijo Marina.

      –Ah, mirá vos... –fue lo único que atinó a decir Aquiles, recordando inmediatamente la sensación percibida en el ascensor del edificio de Alejandro, aquel mediodía luego de la carrera, cuando se habían rozado los pelos de sus brazos; una sensación que, hasta ese momento, jamás había experimentado y hacía apenas unas horas, durante el desayuno, la sensación que había tenido de estar siendo observado y la extraña cruzada de miradas.

      Las cabañas estaban asentadas sobre un frente de rocas y hacia el sur del complejo, se encontraba el acceso a la playa de arenas increíblemente blancas.

      Continuaron caminando en silencio hasta descender a la playa.

      Marina se recostó sobre una reposera, debajo de una palapa que la protegía del sol, mientras que Aquiles, sin perder tiempo, pidió un equipo de snorkel e ingresó a paso firme dentro de las increíbles aguas del Caribe Mexicano.

      Capítulo 2

      Poseidón

      Perdido y subyugado por la belleza que tenía frente a sus ojos, persiguiendo cardúmenes de múltiples especies de peces de diferentes tamaños y colores, Aquiles había perdido la noción del tiempo y de la distancia.

      Marina permanecía atenta observándolo desde la reposera y sin perderle mirada. Sabía que Aquiles era un apasionado del agua y de los deportes en general, y que, a veces, podía tomar riesgos innecesarios.

      Aproximadamente a diez metros de la reposera de Marina, se habían instalado los canadienses, que llegaron a la playa justo detrás de ellos y siguiéndoles los pasos.

      Como lo había hecho Marina, la mujer se instaló sobre una reposera debajo de una palapa, mientras que él, dejó su toallón, se quitó las ojotas y comenzó a caminar hacia el mar.

      Marina, ocultándose detrás de sus lentes espejados, comenzó a observarlo.

      El tipo tenía una contextura física similar a la de Aquiles, era alto, con el físico trabajado, solo que su piel era más blanca y su pelo era castaño claro, con vellos que cubrían sus brazos, sus piernas y su torso.

      Mientras el flaco comenzaba a ingresar en el mar, Aquiles dejaba de practicar snorkel, se incorporaba y comenzaba a caminaba hacia la costa. Con al agua a la altura de sus cinturas, se cruzaron y comenzaron a conversar.

      Marina observaba la escena y vio que Aquiles le daba su equipo de snorkel. El canadiense dibujó una sonrisa y continuó su camino para internarse en el agua, mientras que Aquiles, continuó caminando para salir del mar.

      La bermuda mojada estaba pegada sobre sus muslos y sobre su paquete que se le marcaba notoriamente. Los tupidos pelos de su cuerpo caían por el peso del agua y cubrían sus pectorales, sus piernas y sus brazos marcados.

      Marina observaba a su marido como si se tratase de la primera vez que lo veía. Realmente, sentía una gran atracción física hacia él. En ese momento pensó en que, a su hombre, solo