Aquiles y su tigre encadenado. Gonzalo Alcaide Narvreón. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Gonzalo Alcaide Narvreón
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Языкознание
Год издания: 0
isbn: 9788468538143
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también muero de hambre –contestó Marina.

      Si bien habían cenado y desayunado durante el vuelo, no había sido nada abundante y unas horas previas a salir de su departamento, con la intención de estar cansados y relajados como para poder conciliar el sueño y hacer más llevaderas las largas horas de vuelo, habían salido a correr, por lo que ambos estaban realmente hambrientos.

      Ingresaron a la cabaña, Marina agarró su calzado y salieron rumbo hacia uno de los restaurantes, que tenían la típica construcción en forma de palapa. El acceso estaba flanqueado por dos iguanas que se habían depositado en horas tempranas bajo los rayos de sol y que no prestaron la menor atención al paso de la pareja.

      –Parecen dos guardianes –dijo Aquiles, haciendo referencia a los majestuosos ejemplares.

      –Divinas –dijo Marina.

      Ingresaron al edificio, ocuparon una mesa y comenzaron a investigar que les ofrecía el servicio de bufé.

      Salvo por una mesa que estaba ocupada por un matrimonio un poco mayor que ellos, por las características propias del lugar y por lo temprano que era, no había nadie más que ellos y el personal de servicio.

      Marina se adelantó y fue hacia la barra para comenzar a servirse una variedad de frutas, quesos y panes con semillas, que acompañaría con jugo de naranjas recién exprimidas. Aquiles la siguió y agarró un plato para servir su desayuno.

      –Buen día –dijo en inglés un señor que se había aproximado a la barra y que, parado al lado de Aquiles, comenzaba a llenar su plato..

      Aquiles giró su cabeza y se encontró con la imagen de un hombre de aproximadamente su misma edad, de tez blanca, pelo castaño claro y de contextura atlética.

      –Hola –respondió Aquiles en inglés, con su usual estilo parco y cortado.

      –De donde eres –insistió el sujeto, hablando en su lengua natal, mostrándose cordial y amigable..

      Como le había sucedido en tantas otras ocasiones en las que había vacacionado en el exterior, se preguntó “¿Que les hacía pensar a los anglosajones que el resto de la humanidad debía hablar en inglés, cuando la mayoría de ellos no hacían el más mínimo esfuerzo como para intentar comunicarse en el idioma local? Estamos en México, mínimamente, intentá decir un simple Hola o Buenos días.”

      A pesar de que realmente le molestaba la actitud, no era momento ni lugar para planteos filosóficos, por lo que respondió amablemente a la pregunta y replicó haciendo la misma pregunta.

      El sujeto era canadiense, más específicamente, de Vancouver y como el resto de los huéspedes, se estaba alojando con su pareja que, casualmente, en la otra punta de la barra, intercambiaba palabras con Marina.

      Aquiles terminó de servirse y se dirigió hacia su mesa, donde Marina ya había comenzado a disfrutar del desayuno.

      –Canadienses estos dos –dijo Aquiles, haciendo referencia al matrimonio de la barra.

      –Sí, me dijo ella que son de Vancouver y que vinieron una semana para escaparse del frío, aunque tengo entendido que en esa ciudad de Canadá el clima no es tan riguroso, o al menos, no tanto como lo es en Winnipeg –dijo Marina.

      –Sí, tenemos un compañero del colegio que se fue a vivir allí y nos dijo que es una ciudad hermosa y que, entre otras cosas, la eligió justamente porque el clima es más amigable –dijo Aquiles.

      –Amigable o no, seguramente, está lejos de ser esto –dijo Marina, haciendo referencia a La Riviera.

      –Que graciosa que sos –dijo Aquiles sonriendo.

      –Y nosotros, escapando de los 36º C de Buenos Aires, saliendo del verano del hemisferio sur para meternos en el invierno del norte... Que loco resulta todo esto de los climas y de los horarios...–dijo Marina.

      –Buenos días, bienvenidos –interrumpió una camarera hablando en inglés, que se había acercado a la mesa cargando una jarra con café y otra con leche.

      –Buenos días –respondieron ambos en español, lo que arrancando una sonrisa y un gesto de sorpresa en la camarera.

      –Disculpas, ¿de dónde provienen? –preguntó.

      Marina contestó que eran de Argentina y entablaron una breve y amable conversación, con comentarios típicos emitidos por la camarera y otros hechos por Aquiles y Marina, elogiando las bondades del lugar y de todo México, país del que ya conocían algunas regiones, aunque ésta era su primera visita a La Riviera Maya.

      Ciertamente, ya estaban acostumbrados a que los empleados de los lugares en los que se alojaban les hablaran en inglés, más allá de que fuesen a vacacionar a regiones en las que el castellano era el idioma oficial. Las características físicas de ambos, eran netamente europeas. Los abuelos de Marina eran oriundos de Francia y de Inglaterra, mientras que los de Aquiles, provenían de Alemania, de Italia y de España, por lo que no poseían ninguna característica física que los pudiese hacer pasar por latinos.

      La camarera llenó las tazas de ambos con café, que luego corto con un chorro de leche y se despidió amablemente.

      –Amo la amabilidad y el trato de esta gente... Sus típicos "Ahorita y Claro que sí” me suenan sumamente agradables –dijo Aquiles.

      –Totalmente, y parecieran vivir a un ritmo un tanto más relajado y pausado del que nosotros estamos acostumbrados; claramente, tienen un muy lindo modo –dijo Marina.

      Continuaron con el desayuno, agarrando cada alimento de manera pausada e intentando adaptarse lentamente al ritmo que proponía el lugar.

      –Resulta extraño no estar pendientes de los celulares –dijo Marina.

      –Es cierto... y no sé si te habrás dado cuenta de que el único sonido que se escucha es el del viento entre las hojas y el de las olas... no hay música ni televisión –dijo Aquiles.

      –¡Es cierto...! ¡Qué manera de perderse de las cosas simples y hermosas que nos ofrece la vida y que son tapadas por tantas tonterías y por cosas tan superficiales y banales! –exclamó Marina.

      –Si amor, pero viviendo en la ciudad y haciendo lo que hacemos nosotros, un tanto difícil escaparse de todo eso e impedir que la vorágine diaria no te termine fagocitando... Para lograr eso, deberíamos replantearnos todo y arrancar en otro lugar –dijo Aquiles.

      Marina permaneció callada y observando el horizonte. Era usual que el primer día de cada viaje surgieran esos pensamientos sobre dejarlo todo para irse a vivir en medio de la naturaleza.

      Aquiles levantó su cabeza y se cruzó con la mirada del canadiense. Había tenido la extraña sensación de sentirse observado, pero estaba subyugado por el lugar y en eso se había enfocado.

      Desvió su mirada y disimuladamente, giró un poco la cabeza para ver si detrás suyo había algo en lo que el tipo pudiese estar prestando atención y que no lo estuviese mirando necesariamente a él. No vio nada ni a nadie. Volvió a mirar hacia el mar y nuevamente se cruzó con la mirada directa del tipo, que esta vez, esbozaba una leve sonrisa.

      Aquiles, con la intención de no pasar por maleducado, hizo una mueca con la boca, como respondiendo a esa especie de “saludo”, que no entendía muy bien de qué se trataba y que, ciertamente, lo estaba haciendo sentir incómodo.

      Claramente, todo lo acontecido durante los últimos meses del pasado año, lo habían dejado un tanto confundido y quizá, también lo habían puesto a la defensiva, aunque, en verdad, nada extraño ni fuera de lo habitual estuviese sucediendo.

      –¿Vamos? –preguntó Aquiles, que ya había terminado con su suculento desayuno.

      –Dale, vamos –respondió Marina, incorporándose de su silla.

      Caminaron juntos hacia la salida y al pasar por al lado de la pareja de canadienses y ex profeso, Aquiles dijo en castellano: “Que tengan un lindo día...”

      El