El Alfabeto del Silencio. R. M. Carús. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: R. M. Carús
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Философия
Год издания: 0
isbn: 9789874935298
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      ¿Estás triste, preocupado, irascible, te sientes perdida, deprimido?, ¿te abruman los problemas, te pesa el pasado, temes el futuro?, ¿sufres malestar, vives alterado o apesadumbrada?, ¿no encuentras alicientes?, ¿tu existencia es gris, monótona?, ¿sientes ira, odio o rencor?, ¿no disfrutas de la vida?

      Si te sucede algo de esto, sin duda estás dormido3. Permíteme decirte con todo respeto y gran afecto que no te estás enterando de nada. Vives en un sueño y debes despertar cuanto antes. Esa es tu primera y única necesidad. Lo que realmente necesitas no es encontrar trabajo, ni hallar a la persona ideal, ni eliminar tu ansiedad, ni mejorar tu situación económica, ni recuperar la salud, ni romper la soledad, ni volver a hablar con tu hijo, ni olvidar el pasado, ni liberarte de la culpa, ni siquiera ayudar a los demás. Todo eso vendrá después y sucederá naturalmente. Lo principal es despertar, volver a ver.

      ¿Cómo hacerlo? Solo hay una manera: librándote de las ideas que están provocando tu desasosiego, porque lo único que puede hacerte daño es tu propio pensamiento4.

      La sombra y la luz

      Quizás hayas notado que gran parte de las ideas desatendidas que corretean por la cabeza son aciagas. Por lo general un buen número de ellas gira alrededor de cosas como qué habría sido mejor que sucediera en lugar de lo que ha pasado, por qué pasó, cuáles podrían ser sus consecuencias, qué podría ir mal, qué es necesario hacer para evitarlo, cómo ponerlo en práctica, los pros y los contras de ello, lo que alguien me ha hecho, la maldad o la estupidez de otros, cómo me afecta, el modo de sortearla, de lo que carezco, aquello que nunca tendré, lo defectuoso en mí o en los demás, los motivos de mi desdicha... y muchas otras cuestiones sombrías.

      Este rodar continuo puede parecer necesario para sobrevivir, progresar o solucionar problemas, y a menudo esa es su intención, pero cuando se desborda se convierte en algo francamente contraproducente. Tal desbordamiento es muy habitual, porque ese tipo de diálogo interno tiene un gran poder magnético. De hecho, en el caso de muchas personas se convierte en un hábito continuo y por lo tanto en una manera de sentir y vivir. Porque una vez comienza, resulta difícil detenerlo; e incluso al querer hacerlo —si uno es consciente de ello, ya que a menudo transcurre sin que nos demos cuenta—, más que cesar se desborda hasta volverse casi incontrolable.

      De esta manera de pensar muy a menudo brota la concepción de un mundo oscuro, en el que vivir es complicado, en el que la adversidad es inevitable y vida dolorosa o, al menos, incómoda. Cuando tal concepción es proyectada hacia el aparente exterior es percibida como cierta y acaba convirtiéndose en el entorno en el que creemos vivir. Se trata de una ilusión profundamente desasosegante porque nos separa de nuestra realidad y, cuando nos alejamos de lo que somos, sufrimos. La génesis de semejante concepción5 se encuentra en la ilusión de separación que describimos en el capítulo anterior, de la que deriva el convencimiento de que somos seres impotentes, frágiles, perecederos, desamparados, perdidos, sujetos a la merced de fuerzas externas, constreñidos por estrechos límites, abandonados a nuestros escasos recursos de los cuales dependemos.

      Puede parecer así, pero nunca ha habido tesis más infundada. Aunque te pueda resultar inadmisible, muy al contrario, en nuestra esencia, somos seres plenos ajenos al dolor. Por ese mismo motivo estamos dotados de una cantidad ilimitada de recursos para disolver el delirio cuando aparece. Además, esos recursos están disponibles mucho más cerca de lo que piensas.

      ¿Dónde se encuentran? Existe algo primario, principal, algo por encima de todo en orden de importancia, del patrimonio, del mañana, de los deseos, de la personalidad, de las opiniones, los amigos, la familia, el poder y los valores: la Paz interior. ¿Por qué? Porque sin ella no te será posible llegar a la familia ni tendrá valor el patrimonio; el mañana será oscuro; cualquier inconveniente, un enorme problema; la personalidad, una prisión; las opiniones, un freno; los valores, un autoengaño; el entorno, un vórtice. Todas esas cosas son secundariamente importantes frente a la inmensa importancia de la Paz. En ella se encuentra cualquier recurso que puedas necesitar.

      En nuestro interior existe un gran remanso de seguridad, dicha, Unión, Amor, belleza, sabiduría. Despertar consiste en llegar a él. Ese espacio es el nido de todo pensamiento luminoso, fecundo, cuerdo, sanador, productivo, reparador. Estos son los únicos pensamientos acertados porque solo a través de ellos es posible acceder al mundo que queremos y que nos pertenece por derecho propio; un mundo inconmoviblemente amplio, resplandeciente, dichoso, ilimitado, en el cual no existe lugar para el temor ni la sombra. Tal mundo está en nosotros y es nosotros: es nuestro estado original por más que permanezca momentáneamente olvidado. Su apertura se produce con la vuelta al conocimiento primordial de lo que somos. Por eso es vital despertar, recuperar la visión, recordar.

      Aunque ocasionalmente accedemos a ese conocimiento, suele ser de manera efímera porque acostumbramos a recurrir a él únicamente para huir de la sombra fabricada. Cuando lo recuperamos, no le damos crédito y obviamos su inmensa importancia considerándolo irreal, secundario o fatuo. De hecho, es muy posible que lo anterior te haya parecido utópico, ingenuo, frívolo o irresponsable. Si es así, te invito a que lleves a la práctica los ejercicios que encontrarás más adelante, o que al seguir leyendo estas palabras pongas en marcha tu caja de resonancia, y que luego juzgues por ti mismo.

      A causa de la mente obsesiva vivimos entre la ficticia sombra y la luz, entre el supuesto temor y la Paz, entre la aparente amenaza y la seguridad. La necesidad principal, la primera, la anterior a todo, la fundamental de cada uno de nosotros es salir de la ilusión que construye lo primero y oculta lo segundo para así retornar a nuestro radiante hogar, un hogar aparentemente oculto, aunque en realidad se halla en primer término, obvio y patente.

      La única manera de recuperar la enorme riqueza subyacente en todos nosotros es acallar el fragor mental, soplar sobre esa cortina de humo. Así, el tesoro que hay detrás reaparece de manera natural porque nunca ha dejado de estar aquí.

      El final 6

      Ya me estaban acorralando otra vez. Apresurándome, entré en un callejón abierto a mi izquierda. Un muro cubierto por enormes pintadas cegaba el paso. Me di la vuelta mientras notaba mi respiración agitarse al ritmo enloquecido del corazón.

      Los oí acercarse tras el recodo. Debían ser al menos cinco. Vi unos cuantos contenedores de basura renegridos, con las tapas abiertas, e instintivamente me oculté tras ellos quedando paralizado como una liebre deslumbrada por los faros de un coche. Una vez allí alcancé a pensar que era un escondite demasiado obvio. Un poco más lejos, en una esquina, vi la trampilla de una carbonera. Salté dentro y cerré la tapa. Durante un instante inverosímilmente largo mi respiración se suspendió. Pude escuchar las voces hoscas, las maldiciones, los insultos y las promesas vengativas mientras me buscaban bajo los coches aparcados, en los vanos de entrada a los almacenes, entre los cubos. Finalmente, oí el chasqueo de un escupitajo lanzado con rabia al suelo mientras se alejaban.

      Recuperé el aliento poco a poco. Dejé pasar mucho tiempo. Salí con prudencia colocando un brazo en alto para protegerme la frente y los ojos como si algo fuera a caerme encima. El cielo ya clareaba en el rectángulo formado por las cimas de los rascacielos. Fui recorriendo los cuarenta metros de la callejuela, al principio lentamente, después a paso casi normal.

      No había nadie en la avenida central como cualquier domingo a esas horas. Avancé sintiendo el cuerpo más ligero, con la sensación de haber hecho un gran esfuerzo. Cuando ya tomaba una respiración profunda de alivio noté un dolor punzante en el cuello. Me arrebataron un brazo y me lo doblaron sobre la espalda. Me llegó un aliento a tabaco y cerveza.

      Pude elaborar una disculpa. Quise justificarme, pedir una tregua, proponer algo de tiempo. Un tirón más fuerte intensificó el dolor. De mi garganta salió un rezongo seco, el salvaje latido del corazón se detuvo bruscamente y un sudor frío me recorrió todo el cuerpo.

      —Esta vez no te escapas. Estás perdido, no puedes hacer nada —oí.

      Casi pude ver mi propio rostro paralizado en un gesto de pánico. Quedé suspendido ante la indudable perspectiva