El Alfabeto del Silencio. R. M. Carús. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: R. M. Carús
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Философия
Год издания: 0
isbn: 9789874935298
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vasto, mágico e insondable.

      ¿Cómo acceder a él? El primer paso es sencillo. Consiste en recordar que tras la superficie existe el fondo. Eso es suficiente para comenzar a ver. Haz la prueba, y observa si todo no comienza a conocerse de una manera asombrosamente distinta.

      Comprender

      Cuando el mar se agita aparece una ola. Algo destaca, salta y se desprende adquiriendo un color y una forma diferenciada. El razonamiento percibe el océano como una cosa y la ola como otra distinta. Para poder distinguirlas da a cada una un nombre diferente. Puede incluso llegar a analizar la masa de la ola, la velocidad a la cual se mueve, su aceleración, su amplitud, las fuerzas intrínsecas al desplazamiento, su constitución interna, el fenómeno por el cual se forma la espuma, el rozamiento que ejerce sobre el fondo marino. Así le es posible llegar a entender detalladamente la ola. Pero si soslayara el hecho de que la ola es realmente el océano manifestándose en una forma concreta, que ambos son el mismo elemento, que forman una unidad y que esencialmente no son diferentes, habría perdido completamente su significado. Habría entendido la ola aisladamente, pero no habría comprendido nada.

      Podríamos equiparar la ola con lo físico y su realidad oceánica con lo etéreo; igualmente, los objetos de nuestro entorno son ondas surgidas de un gran mar impalpable tendido en su raíz.

      Entender y comprender pueden parecer términos equivalentes. No obstante comprender posee un sentido adicional: también significa abarcar, unir.

      Al empeñarnos en escudriñar independientemente cada elemento a nuestro alcance, dejamos de comprender el todo. El raciocinio y los sentidos captan la fachada del entorno desmembrándola en partes sueltas y considerando cada una por separado. Al hacerlo se pierde el sentido esencial de Unidad. Los objetos, los acontecimientos se perciben como olas desconectadas de un gran océano.

      Para comprender no es necesario elaborar, sino simplemente advertir, notar lo que Es sin añadir ni quitar nada, presenciar cómo la ola se forma por un movimiento de la superficie oceánica y cómo, cuando pierde su forma, vuelve a disolverse en aquello de lo cual surgió y que nunca dejó de ser. A partir de ahí, subordinado a la comprensión, el estudio aislado de cualquier fenómeno es un maravilloso ejercicio intelectual capaz de añadir gran riqueza a la experiencia; por el contrario, cuando se antepone a ella, es motivo de una formidable confusión.

      El cristal quebrado

      Imagina que un día comenzaras a ver todo a tu alrededor con aspecto roto, como si alguien hubiese tomado fotografías de cada cosa, las hubiese despedazado y hubiese descolocado los recortes. Supón que al mirarte a ti mismo te vieses de la misma manera. Sin duda serías presa de un gran temor. En caso de que esa percepción se prolongara durante mucho tiempo, probablemente ese miedo se atenuaría, aunque quedaría latente en ti, y acabarías tomándolo como la manera normal de vivir.

      Figúrate que al cabo de un tiempo advirtieses que, por algún motivo, frente a ti se había interpuesto un cristal quebrado en el cual no habías reparado anteriormente, y cayeras en la cuenta de que la fragmentación no se encontraba en lo que estabas viendo, sino en ese cristal. Al ver a su través habías atribuido erróneamente la rotura al entorno, porque cuando se mira por un cristal roto todo lo que hay detrás cobra esa misma apariencia.

      El entorno roto es lo que llamaremos lo aparente. El cristal, la mente dividida. Lo que hay tras él, lo real. El sueño se da por fragmentación, por una percepción troceada, desintegrada, desmenuzada, inconexa, instalada sin culpa por nosotros en nosotros mismos.

      Veamos a continuación cómo se construye el cristal quebrado.

      El velo del pensamiento

      El pensamiento es una pequeña porción de la mente cuya sobreutilización deriva en la racionalización de un mundo últimamente mágico. Cuando se utiliza de manera abusiva actúa como un denso cedazo, como una retícula cuyos hilos trocean la experiencia en piezas, prototipos, maquetas, pequeños objetos mentales inteligibles por mecanismos lógicos, secuenciales, memorísticos, cartesianos a través de los cuales nos complacemos en entender. Identificamos una forma como árbol, otra como edificio, otra como viento, otra como lápiz, otra como sabor, otra como nube, otra como música, otra como mujer. Para ello hemos de recortar cada input a fin de hacerlo inteligible y colocar cada uno en una casilla preconcebida por factores perceptivos, biográficos, emocionales, educativos, sociales, perfilando una silueta para cada elemento. Así, a través de un severo proceso reductivo, aislamos cada pieza. Una vez armadas las costillas de la percepción, las rellenamos adaptando la realidad a esa forma preconcebida, y al hacerlo, seguros de haberla abarcado, nos sentimos momentáneamente satisfechos. Mediante este proceso inconsciente de colosal reducción olvidamos la riqueza, la interconexión y el misterio de la creación.

      Los hilos de esa retícula quedan cristalizados en palabras, formas rígidas cuya función es acuñar conceptos. Las palabras guardadas en la memoria llevan en sí una distorsión implícita. En el momento en que damos nombre a las cosas las sustituimos por conceptos y creemos entenderlas. Entonces nos alejamos de ellas. Sin darnos cuenta comenzamos a ver una realidad dominada por pequeños modelos a causa de los cuales el orbe queda inmensamente empobrecido. Consecuentemente comenzamos a percibir un entorno repetitivo, monótono, gris, mortecino, carente de interés.

      Si alguien te dijera que esta mañana ha visto un pájaro, tú inmediatamente extraerías de la memoria tu concepto de pájaro —una imagen, un color, un sonido, una sensación— y pensarías «comprendo lo que has visto». Pero con certeza lo que el otro ha presenciado no ha sido la imagen ni el color ni la sensación que tú tienes en mente, sino una realidad diferente y mucho más honda, aunque tal vez tampoco la haya captado al haberla conceptualizado en su pensar. Fíjate: mientras el pensar siga cribando sin interrupción, el mundo percibido seguirá despojado de significado para ambos.

      Esto no quiere decir que el lenguaje y la razón no sean herramientas maravillosas. Cuando se utilizan para apuntar hacia lo innombrable son instrumentos de riqueza inusitada. Sin embargo, cuando se usan para sustituirla por símbolos recortados constituyen una sutil pared entre nosotros y la infinita realidad. Solo darse cuenta de esto es ya una manera de volver a conectar con ella.

      El velo de los sentidos

      Los sentidos son incapaces de acceder a lo que Es por tres motivos. Por un lado, porque únicamente tienen acceso a parte de la envoltura física de las cosas. Solo ven superficie y una superficie transformada. Por otro, porque, aunque captar una porción mayor de la materia tal vez nos ayudaría a entender algo más de ella, aún nos faltaría acceder a un gran reino impalpable existente más allá de lo físico, a una parte sustancial de la totalidad que nada tiene que ver con lo tangible. La vista de las águilas es mucho más profunda que la nuestra y el oído de los perros es mucho más penetrante, pero en caso de que existiera un animal capaz de captar todo lo físico, solo se quedaría en el umbral. A medida que conocemos más del entorno, al igual que de nosotros mismos, nos damos cuenta de que la creación es un incontable mar donde se conjugan lo explícito y lo tácito. La forma es manifiesta y parcialmente captable por los sentidos, mientras que su origen es imperceptible. Como veremos más adelante, este último solo se puede alcanzar por la gran mente oculta tras el pensar obsesivo. Finalmente, porque los utilizamos principalmente para reafirmar nuestras ideas, una suma preestablecida antes de mirar, escuchar u oír. Entre esas preconcepciones existe una particularmente determinante en la captación de lo creado: la convicción de que somos seres separados tanto de todo lo demás como de nosotros mismos. Y al estar ciertos de ello, eso es exactamente lo que experimentamos.

      La invención del miedo

      La colonia se hallaba dormida. Solo Agu, tumbado sobre una rama con el cuerpo voluptuosamente aplastado por su propio peso, un brazo tendido hacia el vacío y el otro plegado bajo la enorme testa, permanecía despierto. Mientras, los ojos cerrados de los demás se movían eléctricamente tras los párpados en una ensoñación aguzada por la espesa canícula.

      El