El Alfabeto del Silencio. R. M. Carús. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: R. M. Carús
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Философия
Год издания: 0
isbn: 9789874935298
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sobre el camastro. El coro se prolongó durante horas. Al avanzar la noche algunas personas fueron abandonando la casa, mas los restantes no cejábamos en el canto. Mis padres me buscaron, pero yo les rogué que me permitiesen quedarme. Permanecí hasta la madrugada con otras cuatro o cinco almas. No nos marchamos hasta la salida del sol.

      Tras esta ocasión, mis incursiones en ese ámbito se fueron repartiendo irregularmente entreverando años comunes con momentos luminosos.

      En mi primera madurez llegó la sequía. Fue anunciada por unos años en los cuales las lluvias ralearon situándonos al borde de la hambruna. Empezamos a privarnos de más de una comida diaria para dársela a los niños. La tercera temporada fue menos benévola, y a principios de otoño nos quedamos casi sin qué comer. La situación se prolongó al año siguiente. Con la mortandad entre los más pequeños comenzaron a oírse los llantos de las madres sentadas como ovillos sueltos a la puerta de las chozas. Entonces decidimos partir hacia el norte, donde las lluvias eran más frecuentes. Nos reunimos una mañana en el centro del poblado formando un corro y luego una línea para atravesar la puerta de la empalizada. Yo me sentía profundamente fatigado, tanto por la desnutrición como por la responsabilidad de conducir a una porción de niños y ancianos hacia delante. También por el dolor de tener que azuzar a la recua famélica cuyos lomos debían soportar una montaña de objetos y al mismo tiempo arrastrar las camillas de los enfermos. Avanzado el viaje, cuando el cansancio se hizo insoportable, las mujeres comenzaron a entonar desde la retaguardia una canción nueva, colectiva, un estribillo cuyo repetir iba entrelazando las melodías compuestas para cada uno de nosotros en nuestro nacimiento. Tras devanar diferentes tonadas llegaron a la mía. Fatiga y canción mezcladas me hicieron caer en un éxtasis más vivo que los anteriores mientras arrastraba los pies sin sentir el cuerpo.

      Escuché atentamente. Cerré los ojos para absorber el jugo. Entonces ingresé en un ámbito interior extendido entre respiración y pensamiento donde encontré el origen de esa música. En ese lugar noté el surgir no solo de la melodía desgranada por cada boca, sino del ruido de las pisadas sobre la tierra cuarteada, de los trinos procedentes del cielo donde las aves articulaban apoyaturas, del soplar tórrido del viento cuyo roce abrasaba la piel, del rumor de las cubiertas rozando el dorso de las bestias. Todo el pueblo había llegado a eso mismo. Entonces el miedo fue desapareciendo. Al esfumarse el temor, se deshizo también la fatiga creada por la incertidumbre. El tono del estribillo se modificó y cambió el sentir de la marcha.

      A partir de semejante experiencia comencé a acceder cada vez más continuadamente al estado bienaventurado. En muchas ocasiones, solo con evocar la melodía, volvía a él sin necesidad de que nadie la cantara.

      Tras unos años pasó la sequía y volvimos al poblado. Un día en el cual hubo un nuevo nacimiento no se pudo encontrar a ningún músico. Yo me había acercado a la casa familiar para ofrecer mis felicitaciones. La madre estaba intranquila. Decía: «cómo va a encontrar mi hija el camino si no tiene canción. Se perderá». Miré la carita del bebé aplastada ligeramente contra el jergón. Parecía un animalillo bondadoso. Sentí una gran felicidad y noté una canción arremolinárseme en la base del pecho. Mugió suavemente, pugnó por salir libre, y acabó desparramándose como un saco de trigo. Los demás se unieron. Como siempre, las mujeres comenzaron a bailar y algunos hombres cogieron sus instrumentos. Entonces todo, de nuevo, latió al unísono.

      Supe que al haber transferido un canto mío a otro, no volvería a salir de él, y tuve la feliz certeza de haber quedado inmerso para siempre en la canción de la hermosa realidad.

      Jinete y montura

      «La tierra que no es labrada llevará abrojos y espinas,

      aunque sea fértil; así es el entendimiento del hombre».

      Santa Teresa de Jesús

      La mente es una enorme inteligencia abierta más allá del pensamiento, un ámbito ilimitado de vasta sabiduría. Se halla en la raíz de toda idea. Es el ámbito del cual estas surgen y desde donde se pueden regir.

      En ella reside el conocimiento original. Tiene acceso directo a la realidad y para ello no necesita del razonamiento, ni de la lógica, ni de la deducción, ni del entendimiento. Alcanza directamente a la totalidad, la comprende, la abarca y la contempla. Simplemente conoce. La realidad solo es accesible por la mente porque solo la realidad tiene contacto con la realidad. La mente es parte del océano y es el océano.

      El pensamiento es una pequeña porción de la mente. Su función consiste en penetrar, analizar, indagar. Utiliza como herramientas la deducción, el silogismo, la pesquisa, la especulación10. Al hacerlo entiende aisladamente. La gran realidad es incognoscible por el intelecto, que solo ofrece racionalidad. Lo que Es está más allá de todo lo que pueda ser entendido; no obstante, puede ser experimentado.

      La mente es el jinete, el pensamiento, el caballo. El sueño surge cuando el caballo corre desbocado. Entonces se produce una aparente división. Por una parte, queda la consciencia pura, intacta, plena, en contacto con la fuente de donde surge y en la cual reside dueña de total seguridad, plenamente tranquila, dichosa y pacífica. Por otra, el razonamiento corre perdido intentando encontrarse sentido dentro de su propia lógica.

      Igual que aquello experimentado cuando se sueña parece real, lo percibido en el entramado del raciocinio cobra apariencia enteramente sólida porque emana del poder de la mente —el pensamiento es parte de ella— cuya capacidad no conoce límites.

      Cuando el cimarrón corre enloquecido, el jinete se apea en un lugar permanentemente accesible. Allí permanece sosegado. No utiliza la fuerza para domarlo porque la mente no conoce la fuerza y no la necesita. Aun así, aunque la conociera, utilizarla extremaría la reacción del caballo.

      Para despertar es necesario que la montura se serene, reconozca que se ha asilvestrado y deje guiarse voluntariamente. Solo entonces queda en disposición de ser conducida. Mientras, el caballero espera pacientemente. El trance acaba cuando la montura se aquieta y el jinete vuelve a guiarla.

      A causa de esta escisión entre mente y pensamiento, entre conocimiento y raciocinio, entre consciente e inconsciente, vivimos entre la Paz y el temor, entre el Amor y el miedo. Cuando el jinete desmonta abandonamos el conocimiento y entramos en la turbación; cuando vuelve a cabalgar nos reencontramos. Ese es el origen de la dicotomía —tensión-reposo, desconsuelo-dicha, odio-afecto— en la cual nos debatimos continuamente.

      Una parte de esos pares de opuestos es un artificio altisonante, enervado, escandaloso cuyo sostenimiento demanda atención constante. La otra refleja la realidad de lo que podríamos llamar Espíritu11, donde reside la memoria esencial.

      Esto no significa que el pensamiento sea necesariamente pernicioso. Al contrario, cuando se utiliza acertadamente es un utensilio extraordinario. El aparente problema surge cuando se agiganta y obtura la mente. El abuso de la razón oculta el gran reino omnisciente abierto tras ella donde reside la consciencia pura.

      Despertar consiste en retomar el contacto con la gran mente rectora, en alinear el pensamiento y la mente consubstancial al Espíritu dejando que lo segundo conduzca a lo primero. Así es posible reencontrar la Paz íntima de la cual emana la plenitud. Despertar consiste, pues, en volver a la Paz a través de la gran mente en calma.

      Un freno de mano

      Mantén la boca cerrada y empuja la lengua suavemente contra la cara posterior de los dientes incisivos. Si te resulta incómodo, apóyala contra el trozo de encía que hay encima. Si lo prefieres, haz vacío en la boca y mantén la lengua pegada al paladar. En caso de que también te sea difícil, retrae la lengua hacia la glotis y pósala en el suelo de la boca con cuidado de evitar cualquier tensión. Elige el método que te sea más cómodo.

      …

      Deja la lengua en posición normal y entra a propósito en un diálogo interno desatado, cuanto más furioso mejor. Piensa en lo que debiste hacer ayer y olvidaste, en algo apremiante que sucederá más tarde, en cómo solucionar un problema imposible, en un conflicto, en