La inflexión tiene que ver con dónde el aconsejado pone el énfasis vocal dentro la oración, y dónde en cada palabra concreta, o si su tono sube o baja. Por ejemplo, para cambiar una declaración en una pregunta, el orador cambia su inflexión. Compare, “comió un sándwich para el almuerzo”, con “¿comió un sándwich para el almuerzo?” Cuando se habla en voz alta, la calidad vocal que marca una frase como una declaración y la otra como una pregunta es la inflexión. La inflexión también se puede notar cuando se hace hincapié en una o más palabras en una oración determinada. Por ejemplo, “¿Fuiste al cine con él?” Comunica un énfasis diferente al de “¿Fuiste al cine con él?” En cualquier caso, cuando el orador hace hincapié en la palabra en cursiva, elevando así su inflexión, el significado de la oración se altera.
En relación al cuerpo. La capacidad de percibir también incluye la capacidad de observar e interpretar con exactitud la forma en que un aconsejado usa o presenta su cuerpo. Esto puede incluir su uso del espacio físico, así como respuestas autónomas.
La forma en que los aconsejados usan el espacio físico es de particular importancia. Por ejemplo, ¿hablan con sus manos, expandiendo su idea de sí mismos en el espacio físico que les rodea, o parece que intentan ocupar el menor espacio posible en la habitación o en la silla? ¿Qué supones o interpretas de cómo usan su espacio: ¿Ves los gestos grandes como un signo de confianza o arrogancia? ¿Interpretas el uso reducido del espacio como timidez, inseguridad o humildad? ¿Crea la aconsejada una barrera física entre ella y el consejero al sostener una almohada, cruzar los brazos o poner muebles entre ella y el consejero como una forma de comunicar el deseo de distancia emocional o de protección? Al igual que con cualquier tipo de percepción, para desarrollar una comprensión correcta de la intención y de lo que significa el comportamiento del aconsejado, necesitas ser consciente de tus prejuicios personales, preferencias y experiencias pasadas.
Otros componentes a percibir relacionados con el cuerpo son las respuestas autónomas del aconsejado. Las respuestas autónomas son respuestas físicas que no siempre son controladas conscientemente por el aconsejado, como la dilatación de la pupila, la transpiración y el ritmo cardíaco. Las respuestas autónomas están influenciadas por los factores cognitivos, físicos y emocionales, y se conectan con el mecanismo de defensa de “pelea o escapa” (Chudler, 2014; University College London Institute of Cognitive Neuroscience, 2011). Por ejemplo, ¿se empiezan a ruborizar la cara o el pecho del aconsejado cuando habla de algo embarazoso o emocional? ¿Se dilatan sus pupilas, como si tuviera miedo, cuando habla de un suceso traumático? ¿Parece el aconsejado agitado y “espasmódico” mientras habla acerca de un hecho imputable? En póquer, los jugadores llaman a estas respuestas “tells”—comportamientos, momentos o respuestas físicas que el aconsejado suele ignorar y que reflejan una emoción esencial subyacente.
Implicaciones del diagnóstico
Si bien existe una preocupación general en la cultura más general y en las profesiones de salud mental sobre la posibilidad de que se diagnostique en demasía el trastorno por déficit de atención e hiperactividad (TDAH), está claro que ha sido y sigue siendo una manera muy útil de entender un complejo conjunto de síntomas, a menudo observados por primera vez en la infancia. La identificación de un niño con TDAH puede ayudar a maestros y familias a reconocer que ese niño tiene dificultad con aspectos relacionales, lo que algunos autores llaman inteligencia social (Goleman, 2006), que se consideran normales para muchos otros niños.
Una de esas funciones asumidas que otros pueden hacer sin ni siquiera pensar en ello es captar, reconocer como significativas, y utilizar señales sociales en conversaciones y situaciones sociales. Las personas simplemente difieren en su capacidad para hacer esto. Para algunas personas, las limitaciones en estas áreas superan una línea, haciéndolas diagnosticables con TDAH o algún trastorno relacionado. También hay una tendencia opuesta a la que podríamos llamar la persona sensible en exceso, un individuo que está tan pendiente de las señales sociales que es incapaz de filtrar las señales sociales más importantes de las que lo son menos. Ambos constituyen un reto en las relaciones de consejería, pero nos centraremos aquí en la baja percepción de los consejeros y los aconsejados.
Consejeros. Hay consejeros que, por la razón que sea, no son por naturaleza dados a percibir el matiz verbal y no verbal en las conversaciones de consejería. Afortunadamente, hasta cierto punto, esta es una capacidad que se puede aprender y mejorar haciendo ejercicios como los que se adjuntan a este capítulo. Sin embargo, para algunos consejeros nunca será tan fácil como lo es para otros. Si tú eres así, eso no quiere decir que no deberías ser consejero. Una estrategia simple e intencional puede ayudar enormemente: alentar a los aconsejados a que piensen en las relaciones de consejería como un tipo diferente de relación—en la que no hacemos suposiciones e identificamos lo que podría ser obvio en otras relaciones. La concreción, la aclaración del significado o la repetición de las cosas importantes pueden requerir de un mayor énfasis para un consejero que tenga más facilidad en pasar por alto las señales verbales y no verbales. Esto puede resultar en una comunicación realmente clara y es verdaderamente un buen consejo para muchas parejas y familias, que a menudo hacen demasiadas suposiciones automáticas sobre lo que el otro quiere decir.
Aconsejados: Es frecuente que los aconsejados tengan dificultad para percibir correctamente a los demás. Al menos una parte del problema para muchos aconsejados es la incapacidad de leer las señales sociales o la tendencia a interpretar mal las señales sociales. Esos aconsejados tal vez ni siquiera sean conscientes de que no están asimilando muy bien las señales sociales. En cierto modo, no tener en cuenta esta dinámica interpersonal puede ser un regalo, en el sentido de que no se agobian por cosas por las que otros podrían llegar a ofuscarse—los matices infinitos y sutiles de las relaciones complicadas. Sin embargo, con más frecuencia de la que quisiéramos, el proceso de consejería se centra en ayudar a los aconsejados a ver y escuchar correctamente lo que otros en sus vidas están tratando de comunicar, minimizar las suposiciones automáticas sobre lo que observan y desarrollar maneras de hablar de ello en sus relaciones. La relación de consejería se convierte en el laboratorio en el que se pueden aprender las técnicas de la inteligencia social.
Presentación personal. Cada uno de nosotros hace suposiciones basadas en la presentación personal de otros. Si bien hemos sido advertidos contra los estereotipos y el “juzgar por la apariencia”, todos lo hacemos—y muchas veces por razones arraigadas en experiencias pasadas. Por ejemplo, ¿qué suposiciones instintivas harías acerca de la inteligencia, el decoro y la cultura de una mujer con pelo largo, maquillaje perfectamente aplicado y un acento sureño? ¿Qué hay de un hombre al que le falta una de las paletas, tiene una “barriga cervecera” y pantalones vaqueros harapientos? La parte importante de percibir en este campo es reconocer nuestros prejuicios y suposiciones y luego proceder con cautela, dejando que el aconsejado corrobore o contradiga nuestras presuposiciones. Puede ser difícil reconocer y articular los prejuicios de uno sobre un supervisor o un compañero, ya que pueden parecer “políticamente incorrectos”, críticos o despectivos, pero es importante recordar que lo que se deja sin reflejar y no se reconoce, es lo que en última instancia se impone sobre el aconsejado. Las predisposiciones y suposiciones acerca de la presentación física de un aconsejado también pueden ser positivas, llevando al consejero a asumir rasgos y habilidades valiosas o positivas en el aconsejado sin evidencia o apoyo empírico. Tanto si nuestros prejuicios son negativos como positivos, recuerda que la capacidad de percibir consiste en entender correctamente los mensajes del aconsejado, sin añadir ni quitar.
Si bien nunca, o casi nunca, resulta apropiado compartir esos prejuicios con un aconsejado, es necesario reconocer y trabajar a través de esos prejuicios con un consejero o un profesor. Cada persona, y por lo tanto cada consejero, tiene presunciones, estereotipos, y gustos y aversiones con respecto a la presentación no verbal de otros. El consejero eficaz puede reconocer sus prejuicios y aprender a trabajar tanto con ellos como por medio de ellos.
Áreas de consideración respecto a la presentación física:
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