Antología de Juan Calvino. Leopoldo Cervantes-Ortiz. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Leopoldo Cervantes-Ortiz
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Документальная литература
Год издания: 0
isbn: 9788417131579
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pastoral en la parroquia de habla francesa. Esto le dio suficiente espacio para estudiar y participar en pláticas entre las iglesias evangélicas de orientaciones variadas en Frankfurt, Haguenau, Worms y Ratisbona. Por la insistencia de Bucero, como antes por la de Farel en Ginebra, Calvino reconoció de nuevo “la mano de Dios”, lo que le permitió abandonar las dudas acerca de su vocación. Fortalecido por esta nueva certidumbre, desarrolló sus talentos como defensor y polemista como nunca antes. Su réplica al Cardenal Sadoleto lo demuestra.

      Sadoleto, obispo de Carpentras, fue uno de los prelados cuya fidelidad a Roma y a las tradiciones católicas era igualada sólo por un espíritu evangélico y reformista. Su apertura de pensamiento estaba acompañada por una actitud tolerante. En marzo de 1539, al percibir el caos reinante en Ginebra luego de la expulsión de Calvino y Farel, escribió una carta con la intención de traer de regreso a los ginebrinos al seno de la iglesia papal, la “Iglesia verdadera”, la única que tenía en su favor el consenso universal de todos los maestros y de todas las épocas. Calvino, alertado por sus seguidores de Ginebra, aceptó contestar a Sadoleto. El resultado fue una pequeña summa de eclesiología, que evidenciaba su gran perspicacia. La Iglesia verdadera no era primariamente la que reconocían los maestros y las tradiciones seculares, sino aquella donde la Palabra de Dios se manifestase sin restricciones. Solamente la Palabra funda a la Iglesia, pero su condición humana era tal que se necesitaba una reforma. Su reclamo de ser una, santa, católica y apostólica, se aceptaría por el único criterio del verbum Dei. La Iglesia seguía existiendo y los evangélicos nunca la habían abandonado. Ellos no eran desertores, sino más bien, soldados de Cristo, que habían abrazado su pendón para devolver el orden a un ejército confundido. No buscaban un cisma: anhelaban la comunión eclesial sobre todas las cosas. Y esta verdad estaba de su lado, aun cuando ellos fueran una minoría. ¿No habían tenido razón los profetas y el propio Jesús a pesar de haber sido rechazados por una mayoría de sacerdotes y eruditos? La carta abierta a Sadoleto tuvo el efecto deseado: Ginebra no sólo no regresó a Roma, sino que volvió a llamar a Calvino en septiembre de 1541.

      V. El regreso a Ginebra

      La segunda estancia de Calvino en Ginebra fue como una cosecha laboriosa de la semilla sembrada por la primera edición de la Institución. La teoría y la práctica se reunieron, y la primera fue puesta a prueba para su verificación en las prosaicas realidades de la vida cotidiana en una ciudad que el reformador deseaba convertir en Iglesia. Calvino escribió nuevas Ordenanzas, en las que se estableció el ministerio de pastores, maestros, ancianos y diáconos, y también reformuló su catecismo. Las Ordenanzas de 1541 marcaron de una manera más precisa los deberes y derechos de los pastores como ministros encargados esencialmente de predicar y administrar los sacramentos. Se les agrupó en una “compañía” y se les reunía semanalmente con el fin de estudiar los textos bíblicos y los asuntos pastorales prácticos. Cuatro veces al año, la “compañía de pastores” era convocada para autoanalizarse, llegando incluso a manejar un concepto casi monástico de la culpa. Al mismo tiempo, el colegio clerical examinaba a nuevos candidatos para el pastorado, sancionando quiénes podían o no ser ordenados.

      El ministerio de los maestros no estaba tan claro. En principio estaban dedicados al servicio de la Palabra; de hecho, la enseñanza teológica recayó sobre ellos aunque compartían esta responsabilidad con algunos pastores. Los ancianos, por otra parte, tenían un campo de acción más amplio: su servicio presbiteral consistía en una a veces muy puntillosa vigilancia de la moralidad pública y aun de la privada. ¡En una ciudad-iglesia uno no debería tener nada que esconder! El Consistorio, donde los pastores y ancianos ocupaban un rango similar, y cuya presidencia estaba encomendada a un síndico del consejo de la ciudad, era un verdadero tribunal para cuestiones de fe, costumbres y disciplina. Los métodos que empleaba se acercaban bastante a los de la Inquisición.

      Desde una perspectiva actual, parece que el énfasis puesto por el colegio presbiteral calvinista en la participación de los laicos, fue una revitalización del estilo de gobierno establecido por Pablo en las comunidades de Corinto, Éfeso y Roma. En el caso del diaconado, Calvino quiso devolverle su antiguo propósito de acción social: los diáconos de Ginebra estaban encargados de cuidar a los pobres y a los enfermos. Como “manos de Dios”, extendidas hacia aquellos que sufren, no se contentaron solamente con brindarles ayuda material, “distribuyendo sopa”, sino que también debían manifestar la Palabra de Dios en sus acciones. Esto recordaba el dinamismo del concepto dabar Yahvé (palabra del Señor), procedente del Antiguo Testamento, que hacía de la Palabra un evento y algo palpable, encontrando así su correcta expresión. De acuerdo con este enfoque teológico, el diácono calvinista se encuentra entregado a la tarea simbólica de distribuir el pan y el vino en la Cena del Señor.

      Para comprender el contexto en el que fue concebido el nuevo catecismo de Ginebra, es necesario notar que el pensamiento dogmático de Calvino, durante su estancia en Estrasburgo y la elaboración de la segunda edición de la Institución, ganó mucho en originalidad, a tal grado que llegó a convertirse en una teología autónoma. Veamos un ejemplo: Calvino ya no sigue el modelo luterano que se ocupa de la Ley antes de la fe, con la intención de mostrar las contradicciones entre ambas; en realidad rechaza que la ley del Antiguo Testamento sea la fuente de un legalismo que insistía en las observancias y en las obras para concluir por ello que ha perdido todo su significado con la venida de Cristo y su Evangelio. En lugar de eso, se esforzó por integrar la Ley dentro de la esfera de la fe evangélica como una ordenanza transfigurada por el nuevo pacto y como el estímulo necesario de todo progreso ético. De modo que también la obediencia a la Ley de Cristo representaba, ante sus ojos, un notable acto de fe. La continuidad de los dos pactos y de su “sustancia”, que no identidad “económica” (u orgánica), es una idea que ilustra claramente la libertad teológica que logró el reformador francés respecto de Lutero.

      VI. Los riesgos de la intolerancia

      Las certezas doctrinales de Calvino fueron en aumento a raíz de sus controversias, y esto propició algunas actitudes intolerantes de su parte, al menos hacia aquellos adversarios que lo pusieron en aprietos y a quienes no consideraba como miembros de la gran familia evangélica. Tres casos ilustran este hecho. Primero, en 1543, enfrentó la oposición de Sebastián Castelio, quien cuestionaba la canonicidad del Cantar de los Cantares y lo criticaba por su interpretación del descenso de Cristo a los infiernos. Calvino consideró peligrosas estas opiniones en relación con la autoridad de las Escrituras e hizo todo lo que estuvo a su alcance para evitar su propagación: evitó la ordenación pastoral de Castelio y finalmente logró su expulsión de Ginebra. Por una ironía del destino, el autor del comentario sobre De clementia había tratado de silenciar a un hombre que había sido, en su momento, un defensor de la tolerancia y la libertad de conciencia con su obra De haereticis, an sint persequendi (Disposiciones para perseguir a las herejías) publicada en Basilea, territorio protestante.

      El caso de Jerome Bolsec, en 1551, fue un episodio similar, causado por la severa e incluso injuriosa crítica que este carmelita había hecho acerca de un aspecto particularmente sensible y propio de la teología calvinista: la doctrina de la doble predestinación. Melanchton y la iglesia de Berna trataron en vano de intervenir: el reformador de Ginebra no toleraría dentro de esa ciudad, bajo ningún concepto, a un hombre que lo contradijera. La explicación se encuentra probablemente en la conciencia profética de Calvino, en su certeza de que él simplemente se hallaba desarrollando convenientemente las palabras de Dios. Esto varias veces le dio a sus decisiones un aire de juicio divino.

      La intolerancia de Calvino alcanzó su mayor altura en la forma implacable en que persiguió a Miguel Servet, a quien consideraba un destructor del dogma trinitario. Suponer que el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo eran simplemente tres modos de acción de un Dios unitario, parecía una falsificación de todo lo que Pablo, Juan y los Padres, desde Nicea hasta Calcedonia, habían enseñado en la creación de un credo universal. Esto se oponía a la majestad divina y a su verdad: la pena de muerte era lo más apropiado para un crimen de esa naturaleza. La Inquisición establecida por Inocencio III había equiparado la herejía con un atentado contra el soberano. Calvino tuvo largas discusiones con Servet en prisión con el fin de convencerlo, pero finalmente exigió su muerte. Basilea, Berna, Schaffhausen y Zúrich estuvieron de acuerdo (eventualmente también