Antología de Juan Calvino. Leopoldo Cervantes-Ortiz. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Leopoldo Cervantes-Ortiz
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Документальная литература
Год издания: 0
isbn: 9788417131579
Скачать книгу
un ministerio sagrado para Dios. Ésta es la santidad de lo secular:

      La vida del mundo ha de ser honrada en su independencia, y debemos, en cada esfera, descubrir los tesoros y desarrollar la potencialidad escondida por Dios en la naturaleza y en la vida humana” (Ibíd., p. 33).

      “No sirviendo al ojo, como los que quieren agrandar a los hombres, sino con corazón sincero, temiendo a Dios. Y todo lo que hagáis, hacedlo de corazón, como para el Señor y no para los hombres; sabiendo que del Señor recibiréis la recompensa de la herencia, porque a Cristo el Señor servís” (Col. 3.22-24).

      Es en este punto que quiero mostrar que esta dimensión básica del calvinismo nos provee las bases bíblico-teológicas de una labor misionera integral. No sólo debemos buscar anhelosamente ganar a todos los hombres para Cristo, sino que debemos ganar al hombre entero; no sólo debemos “salvar almas”, debemos rescatar a hombres enteros, alma y cuerpo.

      De un ministerio integral, J. Gresham Machen nos recuerda nuestro compromiso con estas palabras:

      En lugar de destruir las artes y las ciencia o de ser indiferentes a las mismas, cultivémoslas con todo el entusiasmo del auténtico humanista, mas al mismo tiempo consagrémoslas al servicio de nuestro Dios. En lugar de sofocar los placeres que ofrece la adquisición del saber o la apreciación de lo bello, aceptemos estos placeres como dones de un Padre celestial. En lugar de eliminar la distinción entre el Reino y el mundo, o por otro lado retirarnos del mundo en una especie de monasticismo intelectual modernizado, avancemos gozosamente, con todo entusiasmo, para someter el mundo a Dios…

      …El cristiano no puede sentirse satisfecho en tanto que alguna actividad humana se encuentre en oposición al cristianismo o desconectada totalmente del mismo.

      El cristianismo tiene que saturar, no tan sólo todas las naciones sino también todo el pensamiento humano. El cristianismo, por tanto, no puede sentirse indiferente ante ninguna rama del esfuerzo humano que sea de importancia. Es preciso que sea puesta en contacto, de alguna forma, con el evangelio. Es preciso estudiarla, sea para demostrar que es falsa, sea para utilizarla en activar el Reino de Dios. El Reino debe ser promovido; no solo en ganar a todo hombre para Cristo, sino en ganar al hombre entero” (J. Gresham Machen, Cristianismo y cultura. Países Bajos, ACELR, 1974, pp. 10-11).

      No empobrezcamos el concepto de ministerio limitándolo a las actividades religiosas realizadas por pastores, evangelistas o misioneros; ni tampoco diseminemos herejías enseñando que para ser ministros debemos abandonar nuestras actividades “seculares” y meternos a un seminario. Renunciemos a esta mentalidad católico-romana, y, fieles a nuestros principios reformados y bíblicos, démosle a cada ocupación humana la dignidad y carácter ministerial que Dios mismo les ha conferido; seamos sacerdotes no sólo en el templo, sino también en el mercado, en el aula, en la oficina, en el hogar, en la calle, en el mundo. Por supuesto, hemos de alentar a aquellos que Dios llama al ministerio de la Palabra, pero también debemos estimular y capacitar a los santos para la obra del ministerio en los campos científico, artístico, cultural, económico, social y político. Allí también necesitamos misioneros cristianos que militen para el Señor, conscientes de que “…las armas de nuestra milicia no son carnales, sino poderosas en Dios para destrucción de fortaleza, derribando argumentos y toda altivez que se levanta contra el conocimiento de Dios, y llevando cautivo todo pensamiento a la obediencia a Cristo” (II Cor. 10.4-5).

      El Señor nos está llamando en este momento crítico de nuestra historia a una conversión radical. A la luz de Romanos 12.1-2 somos exhortados a presentar nuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo y agradable a Dios, lo cual constituye nuestro culto racional. El estímulo poderoso son “las misericordias de Dios”, las muestras concretas de su gracia en la salvación que en nosotros efectúa en Cristo Jesús; somos llamados a no conformarnos a este mundo, sino a ser transformados en el espíritu de nuestra mente —aquí entra la cosmovisión, una mentalidad nueva, transformada y reformada por la Palabra. Entonces podemos experimentar la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta.

      Termino con las siguientes reflexiones que siguen siendo un desafío para nosotros: Abraham Kuyper nos reta diciendo:

      Recordad que este giro de la historia del mundo no podría haberse realizado excepto por la implantación de otro principio en el corazón humano, y por la revelación de otro mundo de pensamiento a la mente humana; que sólo por el calvinismo el salmo de libertad pudo encontrar su camino desde un corazón atribulado hasta los labios, que el calvinismo ha capturado y garantizado para nosotros derechos civiles constitucionales; y que simultáneamente con esto surgió de la Europa occidental este poderoso movimiento que promovió el avivamiento de la ciencia y del arte, abrió nuevas avenidas al comercio, embelleció la vida social y doméstica, exhaltó a la clase media a posiciones de honor, hizo que abundara la filantropía, y más que todo esto, elevó, purificó y ennobleció la vida moral con su seriedad puritana; y entonces juzgad por vosotros mismos si es adecuado arrojar el calvinismo que Dios nos ha dado a los archivos de la historia, o si es un sueño concebir que el calvinismo todavía tiene una bendición que darnos y una brillante esperanza que revelar para el futuro.

      El calvinismo no está muerto —todavía lleva en sí el germen de energía vital de los días de su gloria pasada. Si, así como el grano de trigo del sarcófago de los faraones, cuando es puesto en la tierra, lleva fruto a ciento por uno, así el calvinismo lleva en sí un poder maravilloso para el futuro de las naciones. Y si de nosotros los cristianos, en nuestra batalla santa, se esperan hechos heroicos, marchando bajo bandera de la Cruz, contra el espíritu de los tiempos, el calvinismo solamente nos armará con un principio inflexible, y por el poder de ese principio nos garantiza una segura, aunque nada fácil victoria” (Ibíd., pp. 45-45).

      Calvino y la opinión de los católicos de hoy

      Alexandre Ganoczy

      ¿Qué piensan de Calvino los católicos de hoy? La respuesta no es nada fácil. Por “católicos de hoy” podríamos designar a los pocos historiadores y teólogos católicos que se han propuesto la tarea de comprender verdaderamente a Calvino y su pensamiento religioso. Ahora bien, sería iluso creer que estos investigadores ejercen una influencia determinante sobre la opinión del conjunto a los católicos. La amplitud de su auditorio varía, por otra parte, según el interés que manifiestan por la Reforma en general y por Calvino en particular las diferentes comunidades católicas. Ésta es completamente nula o insignificante en los países donde los protestantes y, más especialmente, los calvinistas no representan una realidad concreta, ya sea por su número o por su papel histórico, o por su dinamismo conquistador. En cambio, es bastante considerable en las regiones donde subsiste la lucha interconfesional, bajo cualquier forma que sea (matrimonios mixtos), y en aquellas otras donde la serenidad general de los espíritus y una mentalidad más desarrollada permiten afrontar con ecuanimidad los problemas ecuménicos.

      Aun así había que reconocer, además, que el interés por los contactos con el protestantismo no siempre va unido a su interés por la persona y la obra del reformador francés. Hasta en los católicos más “abiertos”, Juan Calvino despierta, en la mayor parte de los casos, menos simpatía que, por ejemplo, Martín Lutero. Su figura triste, severa e intolerante, su doctrina sobre la predestinación, han sido tan profundamente inculcadas en la conciencia católica que hasta las mentes más formadas tienen cierta tendencia a “ponerle entre paréntesis” en sus diálogos ecuménicos. Y lo hacen tanto más fácilmente cuanto que numerosos protestantes, incluso de tradición calvinista, parecen a veces sonrojarse de uno de sus más grandes reformadores. Este estado de cosas han podido ser comprobado el año pasado, con ocasión del cuarto centenario de la muerte de Calvino. La mayor parte de las conmemoraciones de que hemos tenido conocimiento han sido obra de historiadores, teólogos o periodistas; ha habido exposiciones bien organizadas, pero nada de eso daba la impresión de que el nombre de Calvino evocase en la generalidad de los protestantes, incluso en Ginebra, una presencia realmente viva y amada.

      ¿Es todavía actual Calvino?

      A este propósito es necesario plantear toda una serie de preguntas. ¿No es normal la situación que hemos evocado? ¿No es verdad que la historia y la doctrina