Antología de Juan Calvino. Leopoldo Cervantes-Ortiz. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Leopoldo Cervantes-Ortiz
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Документальная литература
Год издания: 0
isbn: 9788417131579
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rebelde, y al hacerlo se deshumanizó. Pecando contra Dios, pecó contra sí mismo. Se sumió en una existencia infrahumana. La imagen de Dios se distorsionó pero no se perdió (Veánse Gén. 6 y Santiago 3.9).

      La redención en Cristo nos humaniza y restaura. Nos reconcilia con Dios, con nuestro prójimo y con nosotros mismos. El valor, honra y dignidad humanos se ven ensalzados en su máxima expresión por el altísimo costo pagado para nuestra salvación, la sangre de Cristo.

      El calvinismo ha derivado de su relación fundamental con Dios una peculiar interpretación de la relación del hombre con el hombre, y es esta única y verdadera relación, la que desde el siglo XVI ha ennoblecido la vida social. Si el calvinismo coloca la totalidad de nuestra vida humana inmediatamente delante de Dios, entonces se sigue que todos los hombres o mujeres, ricos o pobres, débiles o fuertes, tontos o talentosos, como criaturas de Dios, y como pecadores perdidos, no tienen ningún derecho de dominar unos sobre otros, ya que ante Dios estamos como iguales, y consecuentemente en igualdad los unos con los otros, de ahí que no podamos reconocer ninguna distinción entre los hombres, salvo aquellas que han sido impuestas por Dios mismo, al dar autoridad al uno sobre otro, o al enriquecer con más talento a uno que a otro, a fin de que el hombre que tenga más talentos sirva el hombre que tiene menos, y en él sirva a su Dios. Por ello el calvinismo no condena meramente toda esclavitud abierta y los sistemas de castas, sino toda esclavitud encubierta de la mujer y del pobre; se opone a toda jerarquía entre hombres; no tolera la aristocracia, salvo aquella que es capaz, sea personalmente o como familia, por la gracia de Dios, de exhibir una superioridad no para su auto-engrandecimiento u orgullo ambicioso, sino para usarla en el servicio de Dios.

      Así, el calvinismo estaba obligado a encontrar su expresión en una interpretación democrática de la vida; a proclamar la libertad de las naciones; y a no descansar hasta que política y socialmente cada hombre, simplemente por ser hombre, sea reconocido y tratado como una criatura hecha a la imagen divina. (Abraham Kuyper, Calvinism. Six-Stone Lectures. Höveker an Wormser KTD, Ámsterdam-Pretoria, pp. 26-27).

      ¡Cuánta actualidad y urgencia tiene este principio hoy día! Cuando las relaciones internacionales e interpersonales se ven controladas por criterios y valores que han clasificado y etiquetado al hombre, valuándolo según su raza, color, olor, inteligencia, títulos, posesiones, estatus social, ocupación, lugar de residencia, belleza o incluso religión. Así hablamos de “tercer-mundistas”, de “indios”, “negros”, “profesionistas”, “pobres”, “clase media”, “burgueses”, “católicos”, “paganos”, etcétera. Y de esta infravaloración del hombre, hermanos, no seamos ilusos, ni la Iglesia, nuestra Iglesia, ha escapado. Al contrario, la hemos afirmado dándole nuestra bendición.

      ¿No es cierto que seguimos pecando al hacer distinción, acepción de personas, dándole la preferencia al rico antes que al pobre en nuestras congregaciones? (Véase Stg. 2.1-13). Cuántas veces, por ejemplo, las elecciones de oficiales de nuestras iglesias están determinadas por los títulos profesionales o posesiones materiales de los candidatos y no por sus dones espirituales y su servicio al Señor. Como pastores muchos pecamos en este renglón. Muchas de nuestras “iglesias” son clubes exclusivos en los que la pertenencia al grupo está determinada por la clase social y afinidad cultural. El fenómeno de formar grupos en las iglesias es bien conocido. La discriminación al indio es un pecado nacional del que todos participamos.

      ¡Cómo necesitamos releer los evangelios y aprender de Jesús nuestro Señor! El vivió en una sociedad como la nuestra que había denigrado al hombre clasificándolo y etiquetándolo como “judío”, “samaritano”, “publicano”, “pecador”, “fariseo”, “perros”, “elegidos”, etcétera, distinciones con base en la nacionalidad, raza, religión, moralidad, clase social, que ultrajaban la dignidad del hombre. Jesús rompió con todo esto. Fue, en este sentido, un radical. No catalogaba a los hombres según sus etiquetas sino que supo ser amigo de publicanos y pecadores porque reconocía, respetaba y trataba a cada ser humano como criaturas hechas a imagen de Dios y por lo tanto revestidos de una enorme dignidad y… con una profunda necesidad de liberación y redención. Escandalizó a sus contemporáneos, pero glorificó a Dios y le devolvió sus dignidad a mujeres, niños y “pecadores”. ¿Lo haremos nosotros con nuestra generación?, ¿pagaremos el costo?

      III

      La tercera relación fundamental, componente imprescindible de la cosmovisión calvinista, tiene que ver con el mundo. En este punto el calvinismo ha traído también un cambio radical al mundo del pensamiento evangélico. Poniendo al hombre ante la presencia de Dios, no sólo ha honrado al hombre a causa de llevar este la imagen de Dios, sino que también ha honrado al mundo como creación divina.

      Un gran principio teológico calvinista en este contexto es el de la gracia común. Esto significa que Dios no sólo actúa para la salvación del hombre sino que también opera en el mundo, manteniendo su vida y existencia, aliviando la maldición que pesa sobre él, frenando su proceso de corrupción y facilitando así el desarrollo de nuestra vida a fin de glorificarle y gozar de Él para siempre. “Dios hace que su sol salga para buenos y malos y que llueva sobre justos e injustos” (Mt. 5.45). “El mundo es de mi Dios”.

      En íntima relación con este principio de la gracia común, surge el gran principio del así llamado “mandato cultural”. Calvino entendió que la Iglesia se hallaba bajo el imperativo divino no sólo de llevar el Evangelio a toda criatura, sino también de “sojuzgar la tierra y dominarla” en el nombre y para la gloria de Dios (Gén. 1.26-28). Al rescatar este mandato, el calvinismo ensancha su visión misionera y entiende que ha de cultivar ese enorme huerto de Dios que es el mundo, para que éste, una vez desatado de todo su potencial, también se le une en perfecta armonía en un cántico de gratitud y alabanza al Creador.

      Hombre y mundo (creación) se hallan íntimamente relacionados desde el principio. Es entonces cuando ambos cuentan la gloria, sabiduría y bondad de Dios; en la caída en el pecado, la tierra es maldita por causa del hombre, y junto con el hombre, pero también en la redención de la naturaleza, el cosmos, la creación toda “será libertada de la esclavitud de corrupción, a la libertad gloriosa de los hijos de Dios” (Rom. 8.21).

      Sin embargo, ésta no solo es una bendita esperanza. La redención ya es una realidad presente. Ya tenemos las primicias; el Reino se ha acercado, vivimos en los últimos días inaugurados con la muerte y resurrección de Cristo.

      El Reino, como la semilla de mostaza, va creciendo y extendiéndose lenta, silenciosa, pero firmemente en este mundo. Y de ese proceso de regeneración es que participamos como primicias los creyentes, también participa la creación; y en este proceso somos colaboradores de Dios.

      Esto es lo que también se expresa con las palabras “la santidad de lo secular” o bien, el carácter de toda vocación humana. Como dice Kuyper, gracias a este principio,

      la vida doméstica recuperó su independencia y dignidad, el comercio realizó su fortaleza con libertad, el arte y la ciencia fueron liberados de cualquier lazo que les había impuesto la Iglesia (católico-romana) y fueron restaurados a su propia inspiración y el hombre empezó a entender la sujeción de toda la naturaleza con sus poderes y tesoros latentes como un deber santo impuesto sobre él por el mandato original en el Paraíso: “dominad sobre ella”. De ahí que la maldición ya no reposa sobre el mundo como tal, sino sobre lo que es pecaminoso en él, y en lugar de una huida monástica del mundo, el deber es ahora enfatizado en el sentido de servir a dios en el mundo, en cada área y departamento de la vida. Adorar a Dios en la Iglesia y servirle en el mundo llegó a ser el impulso inspirador; la Iglesia vino a ser el lugar donde se adquiría el poder para resistir la tentación y el pecado en el mundo. Así, la sobriedad puritana fue mano a mano con la reconquista de toda la vida del mundo, y el calvinismo dio impulso a ese nuevo desarrollo que se atrevió a enfrentar al mundo con el pensamiento romano: Nada de lo humano es ajeno, aunque nunca se permitió intoxicarse con su capa venenosa. (Ibíd., p. 31).

      En este sentido, el calvinismo adopta una posición diametralmente opuesta a los anabaptistas de su época que confirmaron el modelo monástico y lo hicieron regla para todos los creyentes. El calvinismo rompe las distinciones entre clero y laicos, afirmando con