LA POLÍTICA SEXUAL
En tanto, la escritora y activista feminista Kate Millet, egresada de la Universidad de Oxford, proponía como estrategia del activismo desconfiar de las reformas legales y rechazar lo establecido por la sola fuerza de la costumbre. De esta manera, ella exclamaba a los cuatro vientos que se iniciaba un nuevo movimiento y se acababan milenios de opresión. Previsiblemente, la agitación permitió el autorreconocimiento de las mujeres blancas como grupo y la consolidación de su identidad colectiva. Ahora bien: la generación de las casadas, a la que Friedan le hablaba, se cruzó con las que luchaban contra la guerra imperial, más las estudiantas que hacían lo suyo. Para la escritora Nancy Caro Hollander, representaba una protesta con un alto protagonismo juvenil que impulsaba innovaciones en torno a los usos y prácticas cotidianas. Y esa franja, junto con la de las docentes de universidades públicas y privadas, encarnó las voces provocadoras para desnudar lo que Hollander denominó “el modelo categórico del sexismo”. (26)
Con la precipitación de las urgencias políticas debida a la radicalidad de la población negra que bregaba por sus derechos civiles, las integrantes del Women’s Lib entendieron su propia discriminación al compararla con el fenómeno del racismo. Así, ellas descubrieron sus semejanzas con aquella comunidad impunemente discriminada porque ambas encarnaban los estereotipos de inferioridad e irracionalidad desde la mirada hegemónica. Identificación que se ampliaba a otros grupos oprimidos del mundo. A ello se sumó la resistencia contra la guerra en Vietnam que impulsó a las jóvenes, a la par de los varones, a usurpar las calles de Nueva York, Chicago, Washington y San Francisco, bajo la emblemática consigna que trascendió hasta el presente: “Hagamos el amor, no la guerra”, tal como lo recuerda Marysa Navarro (27).
En esa dirección va el testimonio de la ensayista Margaret Randall, quien sostenía que “las mujeres han sido esenciales en las acciones más radicales antibelicistas: quemaban los archivos de reclutamiento del ejército, destruían las credenciales electorales para impugnar al sistema político, repudiaban el sufragio bajo la consigna ‘devolvamos el voto’; sostenían huelgas de hambre en prisión hasta llegar a inmolarse, todos eran gestos de desobediencia civil”. (28)
Entre tantas expresiones de lucha por la liberación de las mujeres existía una gran cantidad de facciones que incorporaban diversas corrientes de acción y pensamiento. En consecuencia, hacia el inicio de los años 70, el MLM exhibía una complejidad cada vez más acentuada a raíz de la puesta en marcha de fines y métodos heterogéneos. Sirve la voz de la filósofa Simone de Beauvoir en una entrevista titulada “El segundo sexo, 25 años después”, realizada por el escritor estadounidense John Gerassi. En ella analizaba las razones por las que Estados Unidos se había convertido en el epicentro del movimiento feminista desde los años 60 en adelante: “Como eran muy difundidas las innovaciones tecnológicas, las mujeres no escaparon a sus influencias. Por eso fue natural que el movimiento feminista tuviese su mayor ímpetu en el corazón del capitalismo imperial, aunque ese ímpetu hubiera sido estrictamente económico, esto es la reivindicación por salarios iguales a trabajos iguales. Pero fue dentro del movimiento antiimperialista donde la verdadera conciencia feminista se desenvolvió. Tanto en el movimiento contra la Guerra de Vietnam por parte de Estados Unidos como, después, en la rebelión de 1968 en Francia y en otros países europeos, las mujeres comenzaron a hacer sentir su poder”. (29) De acuerdo con Simone, ellas entendieron que el capitalismo llevaba necesariamente a la dominación de los pueblos pobres en todo el mundo; así, millares de mujeres comenzaron a adherir a la lucha de clases, aun cuando no aceptaban el término y sus alcances dogmáticos.
De esta manera, se transformaron en activistas, con protagonismo en las marchas, las campañas, los grupos clandestinos y la militancia de izquierda. Es decir, lucharon a la par por un futuro sin explotaciones ni alienaciones. Sin embargo, en esas organizaciones a las que se habían incorporado reproducían lo que en la sociedad intentaban combatir: ser encasilladas como el segundo sexo.
Entre tanto las activistas de los partidos que integraban el movimiento de la Nueva Izquierda, New Left, con un cariz antiestatista y muy afín al socialismo libertario, promovían un feminismo más heterodoxo y plural, justamente al cruzar la condición de clase con la raza y la etnia. Tal fue el caso de la socióloga Marlene Dixon, que resaltaba las transformaciones que se produjeron con la luminosidad de un rayo, al contagiarse de ese fermento que estalló entre los estratos más bajos de la sociedad: los negros, los latinoamericanos, los indios y los blancos pobres. Así, cada grupo descubrió la naturaleza de su opresión dentro de la sociedad norteamericana. Entonces Dixon planteaba: “Las mujeres desean saciar su sed de vida libre y plenamente humana. El resultado es el crecimiento de un nuevo movimiento femenino que abarca mujeres pobres, negras y blancas, trabajadoras explotadas, clase media, aprisionadas en las casas soñadas, estudiantes y mujeres militantes que descubren, en el seno de los movimientos de liberación, que ellas no son libres”. (30)
En esa dirección, la periodista y escritora Mildred Adams Kenyon formuló un pensamiento que procedía de otra vertiente en cuanto a la diversidad del MLM, ya que “consideraba necesario que la extrema izquierda del movimiento se proclamara abiertamente lésbica y, por ende, desconocía la igualdad entre los sexos en la medida en que el varón siempre iba a concentrar el dominio del poder”. (31) Así como venía la cosa, esa rebelión desafiante que protagonizaban las mujeres se equiparó con la revuelta de Stonewall, en 1969, en Nueva York, en la que los homosexuales dieron paso a una efervescencia activista por su propia liberación. Al ritmo de la lucha se volvieron a encontrar codo a codo las feministas y las minorías sexuales al compartir juntos inagotables acciones públicas que apuntaron al reclamo por la igualdad de derechos y de oportunidades.
ABORTOS Y ALGO MÁS
A fines de la década de 1960, gran parte de las reivindicaciones reclamadas por estas precursoras se fueron alejando de la tradicional demanda de igualdad entre sexos y sus críticas se ampliaron a todos los aspectos de la vida: la cotidiana, la sexual, el mundo conyugal y familiar. Entonces, las propuestas del MLM partían de situaciones concretas vividas también por mujeres anónimas y sin voces protagónicas, atravesadas por una constante tensión entre la incertidumbre y la adversidad. Aquellas militantes relacionadas con las formas clásicas del debate político se corrieron para dar paso a un enfoque de autonomía sexual que denunciaba enérgicamente el sexismo en la esfera de lo privado.
En el listado de reclamos de los grupos feministas radicales, la exigencia de la interrupción voluntaria del embarazo se mantuvo invariable y, a la vez, dichos requerimientos se enlazaron entre sí sin un orden jerárquico que plantease la importancia o primacía de uno sobre el otro. De este modo se acompañaba con peticiones de guarderías gratuitas, centros de cuidados infantiles y subsidios para las madres trabajadoras. Contrariamente a lo que ocurre hoy, no se suscitaban divergencias entre el reclamo de no parir y el deseo de maternidad. Tampoco los tiempos sonaban propicios para que el tema del aborto promoviera un territorio propio de especificidad teórica. Mejor aún, su práctica era frecuente y aceptada como una parte más de la vida reproductiva de las mujeres.
Quien sí disponía del poder de trasladarlo a la esfera política era el dispositivo médico, ya que se consideraba