El desarrollo laboral tiene en cuenta la formación y el ejercicio de una profesión u oficio. Aunque en su forma, esto ha ido cambiando a lo largo de la historia, sigue siendo necesario ejercer algún rol en la sociedad que sea un aporte y nos dé la retribución económica adecuada para subsistir. Es esperable que cada miembro de la sociedad aporte a la comunidad y sea capaz de sustentarse a través de su trabajo o de su servicio a ella.
Si lo analizamos desde otra perspectiva, es esperable que a mayor nivel de estudio haya mejores posibilidades laborales. Sin embargo, aunque aplica en términos generales, es un hecho comprobado hoy que las llamadas “habilidades blandas” son más determinantes a la hora de medir éxito en la vida adulta. Pero más complejo aún es definir el éxito.
En realidad, una vida exitosa no está determinada por los logros de posición laboral, ni los económicos, materiales o sociales. Es más sensato definir el éxito como el cumplimiento adecuado del fin que responde a al diseño original de cada uno. Dicho de otra forma, un adulto sería exitoso si despliega su potencial de modo que cumple adecuadamente el propósito general y específico para el que Dios lo ha creado. Por ejemplo, un propósito general para todos los seguidores de Cristo es extender el evangelio para la salvación y traer el reino a la tierra.
Dada la relevancia explicitada en este llamado, todos estamos convocados a cooperar para que muchos alcancen a conocer al Dios vivo. Pero también muchos estamos llamados a traer ese pedacito de cielo que se nos ha concedido, en Su nombre, de alguna manera específica en el tiempo dado.
Cada ser humano, más allá de este mandato general relevante, ha sido diseñado perfectamente por Dios, con dones, con talentos y con una creativa y única forma de ser, a fin de alcanzar propósitos específicos. En futuras publicaciones me gustaría ahondar más en este tipo de propósito, pero en este libro quiero invitarte a pensar en ese llamado específico para que consideres las particularidades de tus hijos como un especial diseño perfecto de parte de Dios. Lo particular que Dios ha depositado en cada persona tiene un sentido. Si piensas en tus hijos puedes ver que cada uno es muy diferente. Cuando les pido a los papás que asesoro que describan a sus hijos, habitualmente pueden mencionar más de 10 características muy particulares de cada uno, algunas positivas y otras negativas (para ellos). Lo que les ayudo a pensar es que cada característica que ellos desaprueban, no es un error de diseño, sino parte del propósito y camino de ese hijo. Por ejemplo, cuando me dicen que su hijo es “tan insistente”, los ayudo a mirar que este hijo puede ser muy perseverante; cuando me dicen que su hijo es “muy despistado”, les pregunto si han descubierto qué pistas personales sigue ese hijo, qué lo motiva, qué lo atrae.
Estoy afirmando que la forma de ser de los hijos es especial, única y de verdadero valor para ser quiénes Dios ha soñado que sean. Pero no estoy afirmando que eso implique que todo está bien. En realidad, hay muchas cualidades que se ven mal porque necesitan ser encausadas y llevadas al punto en que se convierten en beneficio. Como el carácter firme, que se vuelve en liderazgo; la sensibilidad que se vuelve arte; la hiperactividad que se mueve hacia actividad constructiva; la intensidad que se vuelve pasión que alcanza metas.
De este modo, volviendo al inicio de este capítulo, al referirme en positivo a las cualidades de los hijos y lo que los caracteriza, asevero que un adulto es exitoso cuando desarrolla su propósito general de acuerdo a sus propias características. De hecho, las personas más felices y desarrolladas que he conocido son las que han logrado hacer confluir todos los aspectos de su vida conforme a la expresión de su diseño particular. Entonces, disfrutan lo que hacen, desarrollan sus talentos y su trabajo es un medio para el autosustento pero, a la vez, le da sentido a quienes son.
El segundo punto que he planteado para la consolidación de la vida adulta plena, es la conformación de una familia o redes equivalentes. Menciono “redes equivalentes”, porque hay quienes han escogido poner su vida al servicio de otros sin hacer vida de matrimonio e hijos; y si ése es el llamado de Dios, me parece igualmente válido y pleno. Y aunque no fuera de libre elección, si no se da la vida de matrimonio o vida de pareja, las redes que se han construido son esenciales.
Sobre la familia, es clave considerarla como el pilar de la sociedad y como el nido mejor para la crianza y formación de las siguientes generaciones. Construir una familia tiene que ver con la vida de pareja y ésta, con la capacidad de relacionarnos en un contexto de intimidad emocional de manera estable y retribuida. Aunque no todos los adultos forman pareja, es un anhelo para la mayoría, reconociendo en esta alianza el estado de mayor resguardo emocional y práctico para un ser humano.
Los adultos tendemos a buscar pareja para vivir acompañados, compartir nuestras experiencias, nuestras emociones, hacer proyectos juntos, apoyarnos y disfrutar de la complementación y plenitud sexual. En lo profundo de nuestro ser, necesitamos de otro ser humano que camine a nuestro lado para complementarnos. Hay un íntimo sentimiento de soledad cuando esto no se da. Si se está en pareja y hay alguna forma de distancia, la soledad es la emoción dolorosa central.
La necesidad profunda de otro ser humano se genera desde la aparición de la vida, en el vientre de una madre. La dependencia física y emocional natural de los primeros años es el reflejo vital de la condición humana de no estar completos. En ningún punto del camino humano se alcanza la total independencia y, permanentemente, en algún grado y de alguna forma, se necesita de otros seres humanos. En la niñez, se depende de los adultos que te cuidan. Se necesita alcanzar un buen grado de seguridad y experimentar que si se está en apuros emocionales, otro ser humano puede calmar, ya sea con su presencia o asistencia práctica. Esa estampa, ese patrón, esa huella de aprendizaje te sigue por el resto de la vida.
En una época de mi desarrollo profesional como psicóloga clínica, la mayoría de mis pacientes eran adolescentes o adultos jóvenes. Pude notar que cuando estaban en plena pelea interna con sus padres, tratando de echarlos abajo para descubrir su propia identidad, soltaban simbólicamente su mano y se sentían solos. Muchos en esta etapa simpatizaban o se sentían atraídos por alguien que empezaba a llenar todos sus pensamientos. A menudo, esto ocultaba el proceso de duelo por dejar la cercanía con sus padres y pretendía encubrir el doloroso sentimiento de soledad.
Sin embargo, tan pronto como maduraban un poco, notaban que buscaban algo más profundo que salidas casuales y necesitaban sentirse realmente importantes para otro. Notaban que esperaban más conexión y más compromiso. Buscaban exclusividad y estabilidad. En el proceso de convertirse en adultos, si no tenían una pareja estable que llenara sus necesidades emocionales, sentían una profunda carencia. Este tránsito de soltar a la primera figura de apego y esperar la siguiente, podía ser muy doloroso y frustrante, y muchas veces implicaba riesgos, desengaños, desilusiones y, en ocasiones, dejaba heridas.
Así como en la infancia se necesitaba de un ser humano que calmara el estrés con su presencia, con su lectura acertada y satisfacción pronta de las necesidades, lo que se busca en la vida adulta, muy en lo profundo, es a alguien que de manera similar regule el estrés emocional. El bebé llora para expresar una necesidad y espera que le adivinen y le respondan adecuadamente. El adulto necesita lo mismo, pero no lo expresa de la misma manera. La vida de pareja adulta es, en muchos sentidos, una forma nueva de reeditar la primera relación con la madre y otras figuras de apego.
Suelen repetirse en la vida de pareja adulta los patrones que se establecieron en esas relaciones tempranas, porque quedan en el cerebro los registros de las pautas relacionales que se construyeron. Quedan circuitos emocionales, conductas y defensas aprendidas que, en gran medida, definen las respuestas a las nuevas situaciones emocionales que se presenten.
Por esta razón, la inversión en la vida temprana de los hijos, es tan significativa. De algún modo, va a impactar sus vidas de adultos, en su grado de confianza social, en su elección de pareja, en su manera de cuidar o no las relaciones, en su capacidad para amar y dejarse amar, en su capacidad de buscar o no ayuda cuando la necesiten, en su capacidad de modular sus emociones y de tolerar las frustraciones de la vida. Lo que inviertas en los años tempranos de tus hijos impactará muchos ámbitos de sus vidas de adultos.