El ejemplo de levantar un peso es muy emblemático a este respecto. Alguien levanta con el mismo brazo pesos cada vez mayores y, a medida que lo hace, “la contracción muscular gana poco a poco todo su cuerpo” (E, p. 66). La sensación más particular y localizada en el brazo “permanece constante durante largo tiempo, no cambia apenas más que de cualidad” (E, p. 66): el peso que se siente llega a ser fatiga y, luego, la fatiga se convierte en dolor. A pesar de esto, el individuo creerá, siguiendo sus hábitos, que tiene conciencia de “un incremento continuo de fuerza psíquica afluyendo al brazo” (E, p. 67). La conclusión que se saca es, a nuestro modo de ver, muy cuidadosa y fruto de la observación rigurosa, pues el aumento en la superficie interesada del cuerpo está vinculado a un cambio de cualidad en el estado psicológico, en este caso, la sensación de peso creciente. Por lo pronto, la tesis de Bergson apunta a que en nuestra conciencia del aumento del esfuerzo muscular se da una doble percepción, por un lado, “de un mayor número de sensaciones periféricas” y, por otro, “de un cambio cualitativo que sobreviene en algunas de entre ellas” (E, p. 67). La conciencia reflexiva estaría más inclinada a interpretar la intensidad de la sensación desde el primer tipo de percepción.
Además de las conclusiones que saca Bergson de los ejemplos citados, subrayemos dos aspectos que se encuentran allí y que él no desarrolla suficientemente, más interesado en este momento en el problema filosófico de la percepción de la intensidad. El primero es la relación entre una mayor superficie del cuerpo comprometida cada vez más en el esfuerzo muscular y la correspondiente intensidad sentida, de carácter cualitativo, a partir del lugar donde se produce, en principio, ese esfuerzo. De este modo, es en la superficie del cuerpo donde se inicia el cambio cualitativo de la sensación. Ahora bien, este hecho no significa que el aumento cuantitativo de las partes del cuerpo que intervienen determine una especie de aumento cuantitativo en la intensidad sentida, es decir, en el hecho psicológico. Así, en segundo lugar, parece haber, más bien, una relación entre el cambio de naturaleza de la intensidad sentida y la mayor extensión interesada del cuerpo, solo que esta relación no es de determinación. Para Bergson, se trata de dos tipos de percepción diferentes, a partir de los cuales se produce un vínculo: el cambio en la intensidad nos advierte de la magnitud “aproximativa” de la causa. La intensidad es de otro orden que el de la extensión. Dicha relación, que tiene el tono de un paralelismo, se puede expresar de la forma que sigue: “henos aquí pues llevados a definir la intensidad de un esfuerzo superficial como la de un sentimiento profundo del alma” (E, p. 67, énfasis agregado). Este vínculo se comprende mejor a partir del dinamismo interno, propuesto en el capítulo tercero del Ensayo para explicar el acto libre.
Es de notar, en el caso de levantar un peso cada vez mayor, el cambio cualitativo –paso de la sensación de peso a fatiga y luego a dolor–. Esto lo observa el filósofo, pero la conciencia debería percibirlo así. El cambio cualitativo, entonces, se va manifestando en el movimiento de las transformaciones de naturaleza en la sensación, pero está vinculado al paulatino interés de más órganos, desde la localización del esfuerzo en un lugar, digamos, en el brazo, hasta alcanzar la totalidad de la superficie corporal, en este caso, en la experiencia del dolor.
Bergson vuelve sobre la cuestión de la percepción de la intensidad, de la cual tenemos otro significado. La denominada por el filósofo ‘conciencia reflexiva’ posee una percepción confusa del cambio cualitativo sentido: “en uno y otro caso [en la intensidad del esfuerzo superficial y en el sentimiento profundo del alma], hay progreso cualitativo y complejidad creciente, confusamente percibida” (E, p. 67). Lo confuso aquí se debe, como lo señalamos más arriba, a hábitos espacializantes y a la insuficiencia del lenguaje para nombrar cosas que no sean del orden del espacio. Dicha conciencia reflexiva no distingue dos órdenes diferentes porque sus hábitos la disponen mal para percibir cambios de cualidad y, también, muy importante, porque la idea de espacio sirve para obtener resultados útiles. Se obsesiona por localizar con precisión casi geométrica, en este caso, el esfuerzo en un lugar, incluso en el alma y, por ello, denomina los cambios del sentimiento con un mismo nombre. Que se involucre todo el cuerpo no implica, por lo demás, una simple sumatoria; esta totalidad señala un cambio cualitativo en el conjunto, y el esfuerzo creciente –signo no tanto de un mecanismo, como de un dinamismo– se convierte en dolor.
El cuerpo como umbral en los estados psicológicos intermedios
Además del esfuerzo muscular, existe otra clase de estados psicológicos, denominados por Bergson “estados intermedios”, en los cuales se manifiesta la misma “ilusión de la conciencia” en el momento de evaluarlos. Nos detendremos un poco en ellos porque se encuentran entre los esfuerzos superficiales y los sentimientos profundos; también se involucran en ellos contracciones musculares y sensaciones periféricas de una manera muy particular.
Uno de estos hechos es la atención y en su análisis aparece el cuerpo de forma peculiar. Bergson, de acuerdo con Ribot (1889), observa que, sin ser un fenómeno exclusivamente fisiológico, la atención se acompaña de movimientos que, más que causas o efectos de ella, son inseparables de este fenómeno y “lo expresan en extensión” (E, p. 67). Bergson señala dos aspectos interesantes, una vez ha citado a Fechner (1860), con su descripción del sentimiento muscular vinculado a la atención, y a Ribot, describiendo el fenómeno de la atención voluntaria. El primero: aunque esta última consistiera en la exclusión voluntaria de otras ideas extrañas para concentrarse en la que nos interesa, entra en ella, sin embargo, “un factor puramente psíquico”; hecha la exclusión, “creemos todavía tener conciencia de una tensión creciente del alma, de un esfuerzo inmaterial que crece” (E, p. 68). El segundo: “analizad esta impresión y no encontraréis en absoluto otra cosa que el sentimiento de una contracción muscular que gana en superficie o cambia de naturaleza, la tensión deviniendo presión, fatiga, dolor” (E, p. 68). De ese modo se va, pues, de la tensión del alma a la tensión corporal, en la que se exterioriza la atención. Es importante destacar que Bergson indica que, al concentrar la atención, esos elementos superficiales, es decir, los movimientos musculares, son “coordinados” por la idea especulativa “más o menos reflexiva de conocer” (E, p. 68). Así, la tensión del alma, aunque inseparable de las tensiones musculares propias de la atención, es, como dice Bergson, un factor básicamente especulativo y, por lo mismo, de carácter cualitativo. ¿Cómo se da esta relación? Lo veremos cuando establezcamos la síntesis de la conciencia y expliquemos el factor cualitativo por el dinamismo interno.
Bergson no observa diferencia entre la atención y la emoción, puesto que ambos estados están ligados a movimientos musculares, solo que la última está coordinada por “la idea irreflexiva de actuar” (E, p. 68). Muy vinculadas a la tensión muscular que las acompaña, las emociones violentas no se reducen a esas sensaciones orgánicas, como querría W. James. Más cercano de las descripciones de Darwin (1890) pero yendo más allá, Bergson piensa que en una emoción violenta como la ira entra ese factor psíquico, sin duda irreductible, y esta vez, de acuerdo con Darwin, aunque sea “la idea de golpear o de luchar” (E, p. 69). Esta idea práctica le imprime a los diversos movimientos “una dirección común”. Ahora bien, y aquí es más agudo el análisis, en la medida en que la conmoción orgánica se va haciendo más profunda, podemos hablar de una “intensidad creciente” de la emoción (E, p. 69). La mayor cantidad de superficies interesadas no se separa de la intensidad emocional; esto autorizaría a la conciencia, léase reflexiva, a medir el estado emocional por el número de esas superficies. Este aspecto de la emoción es de gran interés, porque, al ser un estado intermedio, existe una especie de dependencia entre los movimientos musculares que forman parte de ella y la idea práctica, como elemento psicológico irreductible. Entonces, la agudeza de las emociones se puede evaluar por el número de las conmociones periféricas que las acompañan; ahora bien, su profundidad no depende solo de este aspecto, digamos, cuantitativo, puesto que es muy importante la idea práctica que marca esa dirección de las conmociones y de la reacción